Elige tu propia colección
Mi bisabuelo llegó a la Argentina en 1920 desde los Alpes del Val Gardena después de pelear en la Primera Guerra Mundial del lado de los vencidos. Acá, en una casa del barrio de La Paternal, se dedicó a esculpir en madera muchas de las figuras religiosas que visten la Catedral de La Plata. Hace poco descubrí, al revisar viejas carpetas, que había sido también un apasionado filatelista: estampillas clasificadas por año, temas, procedencia. Y recordé que en mi adolescencia, pasadas otras guerras, también tuve mi etapa de coleccionista, atizado por la fiebre de consumo de la convertibilidad que inundó el mercado local de cigarrillos importados (uno desplegaba y guardaba los envoltorios o “marquillas”) y de intragables bebidas en lata, que se apilaban contra las paredes en coloridas colecciones.
¿Qué dicen de nosotros los objetos que atesoramos? Hoy tengo una módica colección de libros, pero estoy más cerca del fetichismo por ciertos autores que de la voracidad que define a todo coleccionista
¿Qué dicen de nosotros los objetos que atesoramos? Hoy tengo una módica colección de libros, pero estoy más cerca del fetichismo por ciertos autores que de la voracidad que define a todo coleccionista. Hace unos meses la editorial Godot publicó una compilación de cuatro ensayos de Walter Benjamin que lleva por título precisamente El coleccionismo. Allí figura un texto fundamental para todo bibliómano, “Desembalo mi biblioteca. Un discurso sobre el coleccionismo”. El filósofo alemán, él mismo víctima de la pasión por los libros, escribe que “según el coleccionista, el destino más importante de todo ejemplar es toparse con él mismo, con su propia colección. No exagero: para un verdadero coleccionista, adquirir un libro viejo es hacerlo renacer”.
Muchos periodistas somos, además, coleccionistas de fechas. Las efemérides (esos momentos del año en que se recuerda el aniversario de un hecho determinado) son una excusa para canalizar el deseo de escribir acerca de lo que nos interesa. Este 2023 será un año de homenajes: el primero, supongo, tendrá que ver con Jorge Luis Borges, ya que se cumplen 100 años de la publicación de su primer libro, los poemas de Fervor de Buenos Aires. También ha pasado un siglo de la aparición de Una dama perdida, aquella novela de Willa Cather admirada por Truman Capote. Y días atrás se recordaron los 90 años del nacimiento de la ensayista Susan Sontag, a quien volveremos en 2024, cuando se conmemoren los 20 de su muerte.
Si alguien ha escrito una novela sobre el coleccionismo es precisamente Sontag. En “El amante del volcán” construyó una trama de amor, política y guerra ambientada en el siglo XVIII a través de una serie de personajes cuyo centro es Sir William Hamilton, embajador británico en el reino de Nápoles. Gran coleccionista de arte y antigüedades, El Cavaliere es el personaje mediante el cual Sontag despliega una serie de ideas sobre el tema. “De niño había coleccionado monedas, luego autómatas, más tarde instrumentos musicales. El auténtico coleccionista no está atado a lo que colecciona sino al hecho de coleccionar”.
Y, con Benjamin, señala que “coleccionar es rescatar objetos valiosos del descuido, del olvido, o sencillamente del innoble destino de estar en la colección de otro”. Si bien siempre se necesita algo de dinero, un verdadero coleccionista no consuma su arte a golpes de fortuna, ya que el placer no reside tanto en comprar como en pesquisar. “Adquirir una colección completa es un gesto poco elegante”, anota Sontag. “Coleccionar también es un deporte, y su dificultad es lo que le confiere honor y deleite”.
Todo coleccionista cuenta hoy con mi aprecio. No se trata de vindicar el coleccionismo, a la manera de Benjamin, en oposición a la proliferación de objetos sin nombre de la era industrial, sino de rescatar el gusto por la materialidad y la experiencia sensible, en una sociedad que le rinde pleitesía a la virtualidad e invita a atesorar los recuerdos en algo vagamente siniestro llamado nube.
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