Elena Poniatowska: "Las mujeres han sido y son el alma de mi país"
Es la cuarta vez en 37 años que una escritora obtiene esa distinción, la más importante de la lengua española. Con seis décadas de trayectoria periodística, la autora mexicana, que ha centrado su obra en la problemática de la condición femenina, confiesa que escribe "por instinto" y que se divierte "mil veces más con la ficción que con el periodismo"
Durante la agitada mañana del pasado martes 19 de noviembre, el teléfono sonó varias veces en la amplia y luminosa casa de Elena Poniatowska. Primero llamaron de la editorial Planeta por asuntos relacionados con El universo o nada, el último libro de la dueña de casa; luego, un representante de la izquierda mexicana se comunicó para intercambiar opiniones sobre la reforma energética impulsada por el gobierno del PRI. Poco más tarde, la criada atendió una nueva llamada. "Es de España", dijo, y Elena se dispuso a escuchar un urgente pedido de correcciones por parte de su editor en El País. "Yo pensé que me marcaban por algún problema con el artículo sobre Doris Lessing que había enviado hacía muy poco –cuenta, divertida–; pero no, era para decirme que había ganado el Cervantes. Ellos hablaban de Cervantes y yo, de Doris Lessing. No entendía nada y sigo sin entender. Fue una emoción muy grande. Recién me di cuenta de lo que ocurría cuando vi llorar a mi hija."
Hasta esa mañana, sólo otras tres mujeres (las españolas María Zambrano y Ana María Matute, y la cubana Dulce María Loynaz) habían obtenido un premio que ya lleva 37 ediciones. La escasísima presencia femenina en la historia del galardón más importante en lengua española parece darle la razón a una de las mayores preocupaciones en la vida y obra de Poniatowska: los rigores y las injusticias que pesan sobre la condición femenina, dolor que retrató como nadie en Las soldaderas (acerca de las mujeres de la Revolución Mexicana), Hasta no verte Jesús mío (sobre una lavandera con pasado revolucionario) y De noche vienes (retrato de una mujer con ¡cinco! maridos), entre tantos otros libros. Las artistas Tina Modotti (Tinísima), Leonora Carrington (Leonora) y Angelina Beloff (Querido Diego, te abraza Quiela) son otras grandes protagonistas de su obra, cuyo impacto tiende a reconstruir el costado íntimo de la historia de México a partir de la veracidad que proporciona la investigación periodística.
Reportera con 60 años de trayectoria, enriqueció y trascendió el género con La noche de Tlatelolco (crónica de la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968) y Nada, nadie. Las voces del temblor (relato coral del terremoto que destrozó la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985), dos clásicos de la literatura latinoamericana de no ficción que han marcado a no pocos de los grandes cronistas contemporáneos. Hija de un príncipe polaco, nacida Hélène Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor hace 82 años en París, la mujer que "sigue sin entender" cómo fue que un día le otorgaron el premio Cervantes se define como "alguien que tiene un oficio. Yo no digo que escribo bien o mal; simplemente, ejerzo mi oficio, que es el de escribir. Eso sí: espero haber mejorado con los años".
–Alguna vez le preguntaron qué es la escritura y usted, ajena a cualquier intelectualismo, dijo "una friega". Con más de 80 años cumplidos y unos 40 libros publicados, ¿sostiene que la escritura es, sobre todo, un trabajo agotador?
–Una friega, sí. Claro. Pero es mi profesión, y qué bueno que tengo este oficio. A mí me dolería mucho no poder escribir más, porque lo que hago es lo que soy. Ya no puedo ser bailarina. Secretaria... quizás, de secretaria podría trabajar. Pero cuando una tiene un oficio, pues se dedica a eso.
–Y se dedica con obsesión. Es columnista en La Jornada, articulista en la prensa internacional, acaba de publicar El universo o nada. Cuando termine esta conversación, ¿se sentará a escribir?
–Por supuesto. Estoy en la mitad de una novela sobre Guadalupe Marín, un personaje muy interesante. Era novelista, como yo, y modelo. Posó para Diego Rivera, con quien se casó, y también para Frida y Juan Soriano. Así que tengo mucho trabajo por hacer. Como siempre, en la línea que me gusta, la de documentar historias, personajes y asuntos de mi país. Pero para escribir se necesita un método, y eso a mí me cuesta mucho.
–Con tantos años de trabajo y tantos libros publicados, ¿aún no encontró un método?
–No, la verdad no. A mí escribir me cuesta muchísimo, yo nunca sé cómo hacer los libros que imagino. Casi diría que trabajo por instinto, porque me gusta y al final encuentro la manera de salir del problema. Pero reconozco que en eso soy muy ignorante y muy ingenua. La única ventaja que tengo es saber idiomas, pero tampoco sé si ésa es una ventaja.
–Digamos que sí. Y también su formación, ¿no?
–¿El convento de monjas? Puede ser, sí.
–Usted es periodista, pero a la hora de contar esas vidas reales opta por la ficción. ¿Por qué?
–Porque hay muchísimas cosas que no sé, y en el momento de contarlas pues me entusiasmo y las invento. Siempre me documento mucho, investigo, me paso horas y horas de investigación sobre las historias de mis libros. Pero la información me sirve para inventar aquello que no sé y no puedo saber. Además, confieso que me divierto mil veces más con la ficción que con el periodismo.
–¿Por qué?
–Porque en el periodismo hay que ser muy preciso, y esa precisión exige un trabajo enorme. Siempre se sufre mucho por si los datos son los correctos, es terrible. En cambio, en la ficción sólo dependes del vuelo que lleves. En definitiva, hacer una novela es como volar.
–De todos sus libros, ¿cuáles son sus favoritos?
–El futuro, el que todavía no terminé. Si no creyera en él, ¡pues no lo haría! Y la verdad es que ya ni me acuerdo de muchos libros que escribí. A veces releo cosas mías y me pregunto: "¿Cuándo escribí esto? ¿De veras lo escribí yo?".
–¿Y qué se contesta?
–Que no están tan mal. Pero si no están mal es porque he sido muy obsesiva. Yo he escrito como si la literatura me fuera a resolver todos mis problemas. Le he puesto mucha pasión, mucha energía. Claro que las críticas no tienen por qué atender eso.
–Alguien como usted, que además acaba de ganar el Cervantes, ya está más allá del bien y del mal. ¿O le duelen las críticas?
–¡Me duelen muchísimo! Me afectan, claro, cómo no. Y les hago mucho caso, me han servido para mejorar. Incluso las críticas políticas, que en general sólo dicen que no sé de lo que hablo.
–Dice que no tiene un libro favorito entre los que ya publicó. ¿Y de sus entrevistados? Usted entrevistó a Diego Rivera, a Juan Rulfo, a Octavio Paz... ¿a quién, de todos ellos, recuerda especialmente?
–A Luis Buñuel. Antes de conocerlo, yo pensaba que los artistas eran personas que, sobre todo, querían que se las dejara en paz. Pero con Luis Buñuel me di cuenta de que en los personajes de esa altura hay una gran soledad. No diría un vacío, no, sino soledad. Y por alguna razón pude entenderlo. Puedo decir que fui su amiga. En su casa siempre hacía mucho frío, y yo le llevaba leños. Pero la persona que realmente me marcó no fue él, sino una lavandera.
–¿La Jesusa Palancares de Hasta no verte, Jesús mío?
–Sí. Era una mujer que se llamaba Josefina Borquez. Me impresionó mucho por su valentía y su dignidad. Y su manera de hablar, su oralidad, era hermosa. Todo lo que decía resultaba muy poético. Hasta para ponerme un límite lo decía bonito. "Usted me está robando la luz, me la va a pagar", me decía, y señalaba la grabadora que había llevado. Era muy especial. Recuerdo que cuando salí de su choza, pensé: "Si todos los mexicanos fueran como ella, estaríamos salvados".
–¿De Luis Buñuel tomó el interés por la política?
–No, para nada. Eso es algo que sale directo de la realidad. Ocurre que en México es muy difícil permanecer fuera de la vida política, porque la realidad es demasiado tirana. Yo sospecho que en Estados Unidos o en algunos países de Europa debe ser distinto. Pero aquí... mira, hace un rato explotó un tubo de agua en un barrio muy poblado del D. F. y ahora el agua inunda las casas de muchísima gente. Y cuando no es el agua, es un incendio. Y cuando no es un incendio, es un terremoto. En México, la vida te jala hacia afuera. No te puedes quedar encerrado en tu habitación.
–¿Esa misma sensación la invadió el 2 de octubre de 1968, durante la masacre en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco?
–Bueno, a veces hay que ver las cosas con los propios ojos. Yo había parido días atrás, amamantaba. Pero es lo que te digo, México no te da descanso. Si luego alguien decía que hubo francotiradores apostados en las esquinas de la plaza, uno podía creer o no. Pero cuando ves las cosas, ya no te puedes permitir la duda porque te engañarías. Lo que yo me encontré en la plaza era increíble. Si te lo contaban, no lo hubieras creído. Sangre seca, zapatos sueltos, jirones de ropa...
–Y una cifra de muertos que ni siquiera hoy se conoce con exactitud.
–Así es. Y una indignación que todavía dura.
–¿La indignación sirve para escribir?
–En el caso de La noche de Tlatelolco, sí. La indignación fue lo que me llevó a movilizarme. Después encontré a la mayoría de los muchachos en la cárcel de Lecumberri, y allí me impresionaron mucho. Yo no tenía contacto con el movimiento estudiantil, por esa época mi mayor preocupación era el hijo que llevaba dentro. Y una vez que me interesé, comenzaron a buscarme las madres de los jóvenes muertos o perdidos. Fue muy doloroso.
–¿Cómo se escribe un libro así? Porque usted no tenía ninguna distancia ni con los acontecimientos ni con su propio dolor...
–Yo creo que entonces es cuando digo que el oficio periodístico sirve. Y, además, me tomé todo el tiempo necesario para escribir con tranquilidad. Con Nada, nadie no tuve esa tranquilidad. Pero esos dos trabajos me cambiaron mucho. A partir de 1968 sentí a mi país de otra manera. Y hasta me nacionalicé, ya que en mis documentos figuraba como francesa. Yo estaba casada con Guillermo Haro y me nacionalicé inmediatamente. Así que ese libro, o mejor dicho, esa historia, me arraigó. Me regaló un país.
–Guillermo Haro es el centro de El universo o nada, su último libro. ¿Lo escribió para homenajearlo?
–Sí. Y bueno, su historia es la clave de mi novela La piel del cielo, pero ése es un libro de ficción. El universo o nada no, es una biografía. Muchos lectores creían que La piel del cielo era totalmente real, pero no. Así que El universo o nada sirve para borrar ese malentendido.
–El "malentendido" surge porque su escritura se mueve entre el periodismo y la ficción.
–Es que el periodismo fue mi escuela. Y cuando me entrevistan, la verdad es que me muero de ganas de preguntar. A ver, ¿usted tiene hijos?
–No, no tengo.
–Ah, bueno, hubiéramos podido hablar de eso...
–¿De qué hubiéramos podido hablar?
–De las cosas que pasan con los hijos... Es que, en mi caso, mis hijos son muy importantes. El universo o nada es un libro para ellos. Con el tiempo he descubierto que muchas cosas que hago o quiero hacer siempre son para ellos, aunque en ese momento no me dé cuenta totalmente.
–¿Son su mayor orgullo?
–Justo eso le iba a decir. Muchas veces me preguntan de qué libro estoy más orgullosa, y yo sólo siento orgullo, lo que se dice orgullo, por mis hijos. Y por los jóvenes. En México, muchos jóvenes no tienen absolutamente nada. Y no están en un lugar alejado o encerrados quién sabe dónde; están aquí cerquita, en la esquina, en la avenida, en la entrada del metro. Yo los veo todo el tiempo. Y se les ve una luz hermosa, no tienen nada pero son la gente más maravillosa que se pueda imaginar. Se esfuerzan, se ríen, son gente de bien. De ellos y de mis hijos me siento orgullosa.
–¿El Premio Cervantes no le da orgullo?
–No me lo esperaba para nada, y la sensación que tengo es bonita justamente porque me tomó de sorpresa. Supongo que algo parecido les habrá ocurrido a José Emilio Pacheco o Sergio Pitol cuando lo ganaron. Me encanta haberlo recibido, pero el Cervantes es un premio a la vejez, te sirve sobre todo para darte cuenta de que hay que apurarse y utilizar muy bien los últimos años.
–¿Cuáles son sus planes?
–Mis libros, claro. Y una fundación, para que todas mis cosas se queden en México. Las cartas, los documentos, pero sobre todo los libros. Mi biblioteca es muy grande y me gustaría mucho que todos puedan leer lo que quieran. Me imagino un lugar donde muchos jóvenes puedan entrar y enamorarse de los libros. O donde puedan aprender a leer y escribir.
–Antes de preguntarme si tengo niños, hablaba del periodismo.
–Ah, sí. El periodismo me enseñó a recoger relatos de vida y a llenar de palabras todas esas imágenes que una se encuentra en la realidad. Yo soy una persona muy curiosa, me fijo en todo. En la manera de sentarse de tal, en por qué moverá las manos aquel, en cómo es la pared, en todo, todo. Y eso me sirve tanto para un artículo periodístico como para una novela.
–Periodística o de ficción, a su obra casi siempre la protagonizan mujeres.
–Vamos a decir que sí. Y es que a las mujeres no se les hace caso, al menos no en mi país. Se las reconoce con el día de la madre, que es una fiesta muy estúpida y muy cursi, como si no pudiéramos vivir sin los electrodomésticos que se regalan ese día. Pero las mujeres han sido y son el alma de mi país. En la Revolución hubo muchas mujeres, las "soldaderas", que fueron fundamentales. Iban de avanzada, se robaban las gallinas y curaban a los heridos. ¿Y cómo las llamaban? ¡Colchón de tripa! O el caso de Frida. Ahora todo el mundo la reconoce, pero en su momento le decían "la renga" con mucho desprecio. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero la falta de reconocimiento a la mujer no ha cambiado mucho.
–En Tinísima, al lector le da la impresión de que usted y Tina Modotti fueron muy amigas, por el grado de intimidad con el personaje que se desprende de esas páginas. Sin embargo, no la conoció. ¿Esa cercanía fue producto de la investigación previa a la escritura?
–Sí, y de una trampa. Porque a mí me habían encargado un guión de cine sobre Tina y por eso había entrevistado a su gente más cercana. Muchas personas me habían dado horas de su vida, y al final la película no se hizo. Así que recuperé ese material, que era muy completo, y a partir de allí construí el libro.
–Hay escritores que quieren cambiar el mundo con sus libros, otros prefieren limitarse a entretener al lector. ¿Cuál es su ambición literaria? ¿Cómo le gustaría que los lectores salgan de sus libros?
–Yo creo que la primera obligación de un escritor es escribir lo mejor posible. Y me encantaría que los lectores se encariñen con los personajes. Cuando me encuentro con quienes leen mis libros, me hablan de los personajes como si fueran grandes amigos suyos. Y eso me encanta, me demuestra que pude transmitir la cercanía que sentí hacia ellos durante el momento de la escritura.
–Se ha involucrado en movimientos políticos, participa muy activamente de la vida literaria y social de su país, ha escrito más de 40 libros... ¿se arrepiente de algo?
–Sí, pero de nada de eso. Como le dije, yo he sido y soy muy obsesiva. Cuando escribo, siento que no puedo ni debo hacer otra cosa que trabajar para que el libro me salga bien. ¡Y es que si no le dedico tiempo, no me sale! Así que, por esa obstinación, me he perdido muchas cosas...
–¿Cuáles?
–Bueno, ahora me viene a mi memoria mi mamá. Ella siempre me decía "vamos al cine", ese tipo de cosas, y yo nunca le hacía caso. Prefería quedarme en casa para escribir. Siempre tenía algo que corregir, ya sabe cómo es eso. No digo que no haya valido la pena, es mi trabajo, mi oficio. Pero un poco me arrepiento de no haberle hecho caso.
La noche de Tlatelolco
Elena Poniatowska
Ediciones Era
Crónica de la tragedia ocurrida el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, cuando la manifestación estudiantil que había congregado a unas diez mil personas terminó en una masacre.
Nada, nadie. Las voces del temblor
Elena Poniatowska
Ediciones Era
Otro clásico de la literatura latinoamericana de no ficción. Por medio de testimonios de los sobrevivientes, el libro reconstruye, a la manera de un rompecabezas, el dramatismo del violento terremoto que redujo a ruinas la Ciudad de México en 1985.