Elena Poniatowska: "La piedra enorme de la pandemia nos hundirá más al fondo"
MADRID.– Elena Poniatowska (París, 88 años) dijo una vez: "México es un país difícil en el que ocurren cosas terroríficas". Ahora ocurre la covid-19. La desigualdad inmensa que divide su país en zonas en las que la violencia convive con la miseria y donde la riqueza se reparte con cicatería suicida es, para ella, el problema más grave que afrontan sus paisanos. En este momento en que se reclama que haya distancia social, ella cree que, como una metáfora más de la situación, "esa sana distancia la guardan tan solo los privilegiados". Premio Cervantes por una obra que alterna la novela con el ensayo, Poniatowska es una mujer suave, de una paciente ternura, que ha afrontado en su país, como cronista, terremotos, asesinatos y matanzas, entre ellas la del 68 organizada por el Gobierno de Ordaz contra estudiantes mexicanos. Menuda y fuerte, en los grandes acontecimientos cívicos o literarios de México es recibida como una estrella del rock. La conversación se realiza por teléfono. Hace un tiempo perdió su móvil y no lo encuentra porque no suena.
–Dijo una vez que la crónica es el psicoanálisis de México. ¿Cómo haría ahora una crónica del momento que se vive?
–Las crónicas se hacen preguntando a la gente, y ahora, con la sana distancia de los tapabocas, es más difícil preguntar, todo se hace por teléfono, como nosotros ahora. En México no solemos ser muy cuidadosos en eso. La sana distancia la guardan los privilegiados, pero no la gente que tiene una economía muy pobre. Mucha gente pobre que anda por la calle no usa el tapabocas porque le estorba y, además, porque en general en México somos así: un país muy pobre en el que se han perdido ya mucho más de medio millón de empleos. También el único país donde se ha atacado a médicos y enfermeras, así que además del coronavirus vivimos una situación humana distinta a la de otros.
–¿Qué consecuencias tiene para la salud que los humildes no puedan prevenir la enfermedad?
–Hay muchas colonias populares donde no hay agua. Y si no tienes agua, ¿cómo te lavas las manos? Las carencias van a aumentar con el coronavirus porque, como te digo, este país no va a tener posibilidad de dar empleo, y el índice de pobreza es muy alto. Va a ser muy difícil remontar la cuesta. No va a ser difícil para el cuerpo médico, por ejemplo, y sí para la gente que no cuenta con nada de capital. En un mundo que nos concierne especialmente, el de las editoriales pequeñas, afrontan ya un problema espantoso. La cultura va a sufrir mucho con la covid-19.
–¿Cómo le está afectando a usted?
–A mí me está doliendo muchísimo porque amo a mi país y desde siempre me he ocupado de la gente, de los ancianos, y yo misma tengo 88 años. Me afecta bárbaramente en lo personal, pero también pienso que estoy en una situación privilegiada porque hago lo que siempre he hecho, desde hace miles de años: escribir en casa. Antes frente a una máquina de escribir y ahora frente a una computadora. La situación de los escritores en México es de absoluto privilegio. Tampoco nos importa el aislamiento, porque podemos estar en nuestras casas: alguna persona nos hace la compra, limpia la casa… Todo eso en cierta manera nos salva. En los países de América Latina siempre vivimos a costa de otros y son esos otros quienes al final pagan las consecuencias de una pandemia como el coronavirus.
–Nunca había vivido un drama así. ¿Qué siente que le puede pasar a la humanidad después de una tragedia como esta?
–Viví dos terremotos. El de septiembre de 1985 fue el que más de cerca viví. Anduve por la calle con Carlos Monsiváis, y después hice un reportaje con damnificados; de ese enorme suceso José Emilio Pacheco escribió un bellísimo libro de poemas, Miro la tierra… Con relación a esta tragedia que nos tiene a todos muy encerrados sería una mentira decir que se unen las clases sociales. Están muy marcadas en México. Hay un precipicio entre una clase social a otra y es muy difícil que se vayan a acercar, al contrario de lo que dicen. Todo regresará luego a su lugar. En México las clases sociales son intransferibles; hay un puente entre una y otra que difícilmente alguien puede cruzar. Sucede en todos los países de América Latina. Estamos en una pirámide en la que los de abajo son los que hacen todo el trabajo, los que pican la piedra y la cargan. Los de arriba son los que están en la punta, disponen de un enorme privilegio.
–Le escuché decir que "bajo el sol maravilloso de México", bajo esa "luminosidad absoluta", que dicen los pintores, hay "injusticias terribles" de las que usted es testigo desde niña. Ahora se añade esta tristeza impuesta por la naturaleza. ¿Cuáles son las tristezas más graves de padecer?
–Aunque México no ha tenido tantas muertes y el coronavirus no ha sido tan terrible, no sabemos por qué razón, lo peor será la falta enorme de posibilidades económicas que va a caer sobre una clase social concreta en un país donde se desconoce la solidaridad. En aquel terremoto del 19 de septiembre de 1985 le comenté a Octavio Paz que los mexicanos eran muy nobles, y él me dijo que todos los pueblos del mundo lo son durante una tragedia, pero en nuestro país hay mucha más pobreza que riqueza. Hay millones de gente con hambre.
–¿Cómo está afrontando el Gobierno este drama?
–El lema de la campaña de nuestro presidente, y así lo ha demostrado, dice: "Primero los pobres". Pero para ayudar a los pobres hay que tener con qué. Ahora van a disminuir enormemente las posibilidades de ayuda y él sigue diciendo: "Primero los pobres".
–Al lado de su casa está La Bombilla, metáfora de la pobreza pública en la capital. ¿Sale a la calle, la ve?
–Es un parque que han escogido los indigentes que no quieren ir a los albergues. Por las noches muchos guardan bajo un árbol o una gruta lo que llaman su cama, los plásticos en los que duermen. Sobre las seis de la mañana ves los bultos humanos durmiendo. Incluso hay algunos encima y otros debajo de un banco, acostados, tirados como si fueran perros. Sí es verdad que les han pedido que vayan a dormir a los albergues, pero ellos se niegan y han escogido eso. En París hay montones durmiendo en el metro, con buenos abrigos sobre sus hombros, bien cubiertos. Son gente que quizá se dedicó a la mala vida o a la bebida. En cambio, en México la mala vida empieza desde que naces.
–¿Qué sensación le produce que en este siglo la pobreza sea todavía la vida que vemos delante?
–Una sensación de desesperación. Aquí escritores como Carlos Fuentes, Juan Villoro, Monsiváis o Pacheco tienen un público muy reducido, porque no sucede como en Francia, por ejemplo, donde no hay ni un niño que no sepa quién es Víctor Hugo… Aquí son muy pocos los que saben quién es Octavio Paz, ¡y eso que cuando ganó el Nobel lo recibieron como un líder político o un benefactor de la sociedad! Y él decía: "No es para tanto, no es para tanto"… Aquí ves a muy poca gente con un libro, y ese es el síntoma de una desgracia, que es la pobreza.
–Es usted de origen centroeuropeo, donde el drama del virus ataca igual. ¿Cómo contempla esta metáfora: toda la humanidad, a la vez, sufre el mismo mal?
–Es un fenómeno social, histórico también, porque sabíamos que había pandemia en India, en China, en países con una enorme población, pero no sabíamos que podía llegar a Francia o a Reino Unido, tan altaneros. Europa es la vieja Europa, esa vieja señora con sus pergaminos, no solo en su rostro sino en sus papeles que aseguran su gran bautismo y gran procedencia. Pero esto que nos toca es lo que les toca a esas masas, "los condenados de la tierra" de los que escribía Frantz Fanon. Él decía que había pueblos llamados a desaparecer cuando llega una ola y se lo lleva todo… Ahora el mundo entero está en esta misma situación. Surge en China y afecta a todo el mundo. Es injusto que lo llamen virus chino.
–¿Qué consecuencias tiene ahora para México el estornudo estadounidense?
–Es muy grave. Yo estuve siempre apoyando a los pobres de López Obrador y me duelen las consecuencias de esta actitud de Trump contra la emigración porque se van a retrasar toda una serie de políticas sociales para ayudar a sacar al país del pozo. Esta piedra enorme de la pandemia nos hundirá más al fondo.
–En 1968, cuando ocurrió la matanza de estudiantes de Tlatelolco, usted dijo: "Permaneció el miedo a que se repita, la inocencia y la ingenuidad ante una tragedia que no me podía creer". ¿Cuál sería ahora su sentimiento?
–En lo personal, desesperación al ver que algo que yo pensé que iba a salir adelante está muy golpeado, muy fragmentado. A la vez pienso que también ha habido movimientos de solidaridad. Pasó en el 60, que venían jóvenes a sacar piedras, con sus piercings, y ni siquiera querían que yo pusiera sus nombres en mis crónicas… Ahora seguro que pasan cosas parecidas.
–Esto de los jóvenes parece reflejo de lo que usted dijo una vez: "La felicidad chiquita que a veces tienen los pueblos tristes".
–Claro. Siento que en el pueblo mexicano, del que estoy cerca, hay una enorme nobleza y una capacidad de entrega que yo no he visto en quienes se aburguesan y solo se protegen a sí mismos. Los mexicanos están tan desprotegidos que dan el mismo trato a los demás que el que reciben, y sí he visto en ellos una capacidad de solidaridad que no he visto en otros.
–Es imposible imaginarla sin escribir. ¿Qué escribe ahora?
–No sé si soy buena o mala escritora, pero este es mi oficio. Ahora estoy pendiente de entregar la segunda parte de una novela, que se llama El amante polaco. Por primera vez, y antes de morir, quise saber algo de mis orígenes y de mi familia. Estanislao II Augusto Poniatowski fue el último rey de Polonia como nación independiente. Tras su reinado, Polonia quedó dividida, desaparecida durante casi 26 años de la faz de la tierra porque se la comieron los prusianos -o sea, los alemanes-, los rusos, sobre todo, y los austriacos. Poniatowski fue el último rey porque era amante de Catalina de Rusia, una alemana inteligentísima que lo puso en el trono porque quería tener otros amantes, y tuvo muchísimos.
–¿Qué es lo que más le ha sorprendido de su antepasado?
–Descubrí que me caía muy bien no porque bailara estupendamente y estuviera muy enamorado, sino porque siento que tenía una genuina preocupación por sus súbditos, los polacos. Y también por el arte, a pesar de su pésima situación, construyó palacios, Varsovia y Cracovia son unas ciudades bellas, e hizo lo mejor dentro de la crisis tremenda que vivió él. No solo amó a las mujeres, sino que también hizo escuelas, era un hombre culto que hablaba cinco idiomas. Bueno, lo que entonces se le pedía a un príncipe, la preparación más completa que puedas imaginar.
EL PAÍS
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