El viaje de Tarsila
En compañía de un courier y a bordo de un avión de la Fuerza Aérea de Brasil, el cuadro del Malba se mudó al Palacio de Planalto
Por estos días, Brasil sufre la fiebre del Abaporu. Desde que, a pedido de la propia presidenta Dilma Rousseff, un par de semanas atrás la famosa pintura de Tarsila do Amaral, dejó su hogar en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) para integrar la muestra temporaria Mujeres, artistas, brasileñas, en el Palacio del Planalto de Brasilia, el cuadro despertó un fenomenal interés y movilizó al mundo artístico para intentar que la obra sea repatriada.
"Es la estrella del momento, está en boca de todos. Con esta exposición y el lugar destacado que ocupa la pintura en ella, se convirtió en ‘el’ símbolo del arte brasileño, y la gente no puede creer que una obra tan importante esté en la Argentina. El Abaporu se convirtió en una nueva causa nacional", remarcó el cubano José Luis Hernández, curador de la muestra pensada por la nueva mandataria -la primera que se realiza en el palacio presidencial- y cuidador del acervo del Museo de Arte Brasileño de San Pablo.
Inspirada en las historias de monstruos que devoraban personas, que le contaban los negros descendientes de esclavos que trabajaban en la fazenda donde ella se crió, Tarsila do Amaral (1886-1973) pintó el Abaporu -que en lengua tupí significa "hombre que come carne humana"- en 1928. En ese momento estaba en pleno auge el movimiento modernista en Brasil, que a través de la experimentación buscaba elementos de renovación del lenguaje del arte y un pensamiento que diera singularidad a la cultura brasileña.
"Más allá de sus valores estéticos y artísticos, la obra representa un hito en la historia del arte brasileño con el nacimiento de la corriente antropofágica, que pretendía digerir la cultura europea, en la que Tarsila se crió, y adaptarla a la realidad tropical brasileña", explicó Hernández, quien recordó que el cuadro fue un regalo de Do Amaral a su marido de entonces, el escritor Oswald de Andrade.
Ellos dos, junto con la pintora Anita Malfatti, el poeta Mário de Andrade y el escritor Menotti del Picchia conformaban el Grupo de los Cinco, que nació en 1922, en la Semana de Arte Moderno de San Pablo, y se volvieron los mayores representantes de la vanguardia brasileña de la época.
Como pieza central de la exposición en el Planalto, que reúne 80 obras de 49 artistas -entre ellas Malfatti, Georgina de Albuquerque, Maria Martins, Djanira da Motta, Fayga Ostrower, Lygia Pape y Tomie Ohtake-, el Abaporu ganó un protagonismo indudable, y de especialistas en arte a columnistas políticos de los principales diarios, pasando por los comentaristas televisivos y radiales más populares, claman por el regreso de la obra. Hasta el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que se paseó por la exposición durante su visita a Brasil el mes pasado, bromeó diciéndole a Rousseff que debería pedírselo a su par argentina, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
De cualquier manera, no se trata de una cuestión política. El cuadro pertenece a la colección privada del empresario Eduardo Costantini, fundador de Malba, quien la adquirió durante una subasta en Nueva York en 1995, por un millón y medio de dólares. Y, no importa que le ofrezcan ahora más de 30 millones de dólares; no está interesado en venderla.
"Es la obra insignia de Malba, no nos podemos desprender de ella. Sería como si el MoMA vendiese Las señoritas de Aviñón de Picasso, o el Louvre vendiese La Gioconda, de Da Vinci", señaló a adn Costantini.
Sin embargo, dejó abierta una posibilidad para el retorno de Abaporu y se la comentó informalmente a Rousseff cuando estuvo en Brasilia el 23 de marzo para la inauguración de la muestra, que estará abierta hasta el 5 de mayo.
"Para que las expectativas brasileñas tengan un final feliz le propuse abrir una sucursal de Malba en San Pablo o Río de Janeiro y tener el Abaporu permanentemente en Brasil, junto con otras obras de nuestra colección. Pero para eso se requeriría un fondo de por lo menos 200 millones de dólares, que habría que juntar de empresas y compañías brasileñas. Me dijo que le interesaba y que lo iba a pensar", contó Costantini sobre la iniciativa, que fue idea de su hijo.
Esto le permitiría al empresario concretar su viejo anhelo de tener presencia en Brasil, profundizar el peso de Malba en el Mercosur, mientras que Brasil, con un museo así, afianzaría su identidad latinoamericana.
"Acá siempre hablamos de abrir otras sedes, y hace tiempo tuvimos una oferta en París y ahora estamos conversando con Abu Dabi, pero un museo en Brasil complementaría muy bien el nuestro y podríamos hilvanar un programa curatorial muy fuerte para potenciar nuestra misión de difundir el arte latinoamericano", afirmó y agregó que nunca dudó en prestar el Abaporu cuando le llegó el pedido por carta de Rousseff, quien puso a su disposición un avión de la Fuerza Aérea brasileña para trasladar la obra.
"Todo esto tiene apenas unos diez días; es una idea muy fresca, hay que promoverla, ver qué piensan los empresarios brasileños, si están interesados en invertir en un proyecto así. Porque en 1995, por un motivo u otro, dejaron ir la obra; ahora tienen una nueva oportunidad de recuperarla", destacó.