El viaje de Frida: ¿cómo se traslada una valiosa obra de arte?
A la temperatura justa y con máximas condiciones de seguridad, el cuadro que Costantini compró por US$34,8 millones aguarda en un almacén de arte de Nueva York; se verá en Malba en septiembre
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Cuando Eduardo Costantini levantó el teléfono desde su casa en Buenos Aires para subir su apuesta a un precio jamás pagado por un artista latinoamericano, en noviembre pasado, comenzó el largo viaje de un cuadro que todavía tiene meses por delante para estar en sus manos. El empresario y filántropo salió en diarios de todo el mundo con la noticia de su récord por un Frida Kahlo, pero todavía no vio ni una vez a Diego y yo, la pintura por la pagó 34,8 millones de dólares en un remate en Sotheby’s de Nueva York. Mover una obra de arte tan valiosa no es algo sencillo.
¿Dónde está ahora Diego y yo? “¡La tenemos perdida! Nunca vi la obra –dice el fundador del Malba–. Tenemos una intriga enorme. La conozco de memoria como a muchas otras por libros, impresa, pero no personalmente. Me ha pasado de comprar obras y no encontrarme con ellas por meses. Cuando al fin las veo, me produce una fuerte emoción. Este va a ser un caso especial”.
La obra llegará al Malba en septiembre, cuando se inaugure la nueva exposición permanente de su colección, formada por las donaciones del líder de la desarrolladora Consultatio, que hace dos décadas cedió más de doscientas piezas para iniciar la historia del museo. La acompañarán un conjunto que Costantini adquirió en forma remota y “a ciegas” en los últimos tres años. No es novedad la compra por teléfono, pero los tiempos de pandemia propiciaron que los remates se transmitieran en vivo por streaming.
Así, en junio de 2020, pagó US$9,6 millones por Omi Obini (1943), del cubano Wifredo Lam, y US$6,18 por Armonía (Autorretrato sugerente), 1956, de Remedios Varo. “La pieza de Lam raja la tierra. La vi personalmente el año pasado y nunca viajó a Buenos Aires. También van a llegar documentos que compré de Frida, como cartas y fotografías, y una prenda suya. Hay obras muy importantes”.
Mientras tanto, la nueva joya del museo está a la sombra en un almacén de arte en Nueva York, en un depósito exclusivo para Costantini adentro de otro gran depósito, con doble sistema de seguridad, a donde fue enviada hasta llegar a destino. Hay compañías que se dedican a esto en el mercado y se promocionan como “panic room para su Picasso”. Podría pensarse también como un spa para lienzos y esculturas: un espacio con condiciones de temperatura y humedad estables, monitoreado las 24 horas, sin visitas ni flashes. Diego y yo lo merecía después de la gira que emprendió cuando salió a la venta: “Se expuso en Hong Kong, Los Ángeles y Nueva York, trasladada por Sotheby’s”, cuenta Costantini.
“Cuando comprás la obra, a la casa de subasta le tenés que indicar un destino y planear el correo que va a acompañar de puerta a puerta, y tenés que estudiar muy bien los sistemas de seguridad de donde la guardás −detalla Costantini−. Va en una especie de camión de caudales y en el aeropuerto debe ir acompañada por los distintos pasos”. Hacia Miami viajará en los próximos meses para conocer su nueva adquisición. “Me pasó con el Retrato de Ramón Gómez de la Serna, pintura de Diego Rivera que compré en 1997 por teléfono y recién lo vi un par de meses más tarde”. Parece el guion de una comedia de enredos: un empresario argentino compra a la distancia una pintura desde Nueva York a un coleccionista mexicano residente en Madrid, a través de un marchand español. Salió bien y la obra se expone desde entonces en Buenos Aires.
Pero no siempre es así. “Cuando fuimos al warehouse con Elina [su mujer] a conocer el Lam, que es una obra increíble, los primeros segundos me pareció que había algo que no funcionaba: la habían puesto al revés. Estaba patas para arriba”, recuerda. “Vos tenés que saber ya de qué tamaño es. La obra de Frida ocupa la misma página en un catálogo que El baile en Tehuantepec −el Rivera que compró en 2016 por US$15,7 millones−. Pero en realidad, uno mide 28 centímetros y el otro, dos metros”.
Uno de los traslados más espectaculares de los que se tenga memoria el Malba fue el préstamo de Abaporu, en 2011, a pedido de la entonces presidenta Dilma Rousseff. La famosa pintura de Tarsila do Amaral fue prestada varias veces, pero nunca como aquella vez. “Mandó a buscar la obra con un avión enorme de la Fuerza Aérea, para llevarla al Palacio del Planalto de Brasilia, donde hubo un gran homenaje”, recuerda Costantini. El entonces presidente estadounidense Barack Obama posó junto a Rousseff al lado de la pintura. No prendió entonces su idea de abrir una sucursal de Malba en San Pablo o Río de Janeiro y tener a Abaporu permanentemente en Brasil, junto con otras obras de la colección, a la que sumó recientemente obras clave de Brasil como las de Vicente do Rego Monteiro, Victor Brecheret, Rubens Gerchman, Antonio Dias y Augusto de Campos. “Requiere la inversión de privados y no he tenido llamados de interesados”, cuenta.
Cómo mover un cuadro
No hace falta un Hércules, pero casi. Las obras de estos valores viajan con lo que se llama “correos” o curriers, gente experta de las instituciones a las que pertenecen, que las acompañan en el avión. Si se trasladan varias piezas para una exposición, no lo hacen todas juntas, sino en distintos vuelos. Esos expertos están presentes en el proceso de embalaje y desembalaje. Otro capítulo es sacar las obras de la aduana: los trámites pueden llevar doce horas. Cuando llegan al museo, se las deja descansar para que se estabilicen durante 24 a 48 horas. Y cuando se abren y se sacan las piezas, hay cámaras filmando y tomando fotos para registrar todo.
“Con muestras como las de Miró o Turner hicimos todo el proceso, con seguros de clavo a clavo, es decir, desde que se descuelga del museo de origen hasta que vuelve a esa misma pared. Como arquitecto te puedo decir que las cajas que se construyen para embalarlas son más sólidas que una casa”, dice Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes. Como guionista de cine que también es, destaca los ribetes cinematográficos que puede tomar todo esto: “Cuando vino un Da Vinci para la muestra Obras maestras del Renacimiento al Romanticismo, en 2018, con piezas procedentes de la Galería Nacional de Hungría, tuvimos que contratar una escolta armada con ametralladoras para custodiarlas en el trayecto desde Ezeiza”. Todo está estipulado. “Se buscan vuelos directos y el experto que la acompaña lo hace bajo condiciones ya pautadas, como viajar en business y alojarse en un radio de cinco minutos al destino de la obra, en un hotel de determinadas estrellas. Cuando sea grande me gustaría ser correo”, dice en chiste.
“En realidad, es bastante estresante”, dice Rubén Méndez, que lleva cuarenta años trabajando como experto en traslados de obras de arte. Sí, puede dormir en el vuelo, pero en el trayecto pueden ocurrir mil y una desgracias: “Como perder la caja o que te la rompan o que el avión vuelva porque hay tormenta. Cualquier cosa. Depende de vos bajar el riesgo de que algo de eso pase. Tenés bajo tu responsabilidad algo muy valioso”. Parte de la logística es coordinar quién lo busca en el aeropuerto de destino, cómo se traslada localmente, a dónde va… todo en horario. “Una vez pasó que un avión carguero llevaba un envío grande a Lima, y el correo iba en un avión de línea; el carguero salió, llegó a determinada altura y tuvo que regresar, y al correo tuvimos que hacer lo imposible para que no abordara su vuelo y se encontrara con la obra. Puede pasar de todo: demoras, atrasos, cambios de aeropuerto en pleno vuelo, huelgas, problemas en la aduana. Nunca termina. Seis años después de un viaje la aduana puede requerir documentación”, cuenta. Una pesadilla.
Méndez hace mudanzas, pero algunos de sus camiones son por dentro como naves nodrizas. “En la caja tienen aire acondicionado y cámaras de video para ver la carga, todo controlado desde la cabina. Tienen suspensión neumática. Están aislados térmicamente. Tienen detectores de humo adentro”, detalla. El embalaje es otra ciencia: “Hacemos cajas de multilaminado con un bastidor estructural, aisladas térmicamente, con papel antihumedad y un interior acolchonado. Se hacen a medida de la obra”. Ahora preparan para viajar obras de Fernanda Laguna, que irán a una exposición en los Estados Unidos: “Embalar su obra es tremendamente complicado porque las piezas son frágiles y sensibles, tal cual ella. Requiere una concentración total”.
Confirma Duprat. “Así es. Después podemos debatir si esto está bien o el mundo está loco. Son piezas insustituibles. La película La ballena va llena, del colectivo de arte Estrella de Oriente, plantea eso: se trata mejor a las obras de arte que a las personas”.
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