El viaje como huida y enigma
Los relatos de la autora de Los bajos del temor sugieren, a través de tránsitos no siempre geográficos, que lo más verdadero de cada uno es siempre extranjero a los demás
La ronda de los jinetes muertos
Por Vlady Kociancich
Seix Barral/182 páginas/$ 31
Hace poco tiempo, cuando la coordinadora de una serie de reportajes públicos pidió a Vlady Kociancich (1941) elegir el tema que pudiera cifrar, a la vez, su vida y su obra, la escritora eligió, sin vacilar, el motivo del viaje. Aparecido por esos mismos días, La ronda de los jinetes muertos , acaso su libro de ficción más maduro, confirma en cada cuento lo acertado de esa elección.
Es verdad que el epígrafe del libro, tomado de una novela policial de Dashiell Hammett, no menciona los viajes. Pero en todos los cuentos de la autora, los personajes (que no pertenecen nunca a la estirpe de Sherlock Holmes, sino a especies sucedáneas de los antiguos marinos: artistas ambulantes, periodistas de la sección turismo, eternos participantes de congresos profesionales) eligen el viaje precisamente para huir de la familia: para dilucidar el enigma de la muerte repentina de una parte de sí, acerca de la cual nadie del grupo familiar les previno nunca, ni puede asumirse como culpable, ni siquiera es capaz de ver, porque nadie puede ver lo que no le han enseñado a nombrar. De algún modo, los textos de Kociancich sugieren que lo más verdadero de cada uno es siempre extranjero a los demás; se viaja guiado por la esperanza de encontrar otra patria en donde ese secreto vincule visible y libremente a los seres humanos. Una versión aggiornada , en fin, de la búsqueda de la isla de Utopía.
Ahora bien: solo en alguno de estos cuentos los viajes implican para los héroes tránsitos estrictamente geográficos. En la primera línea de "La puerta de Al Jalil", una violinista, que ha viajado a Egipto a dar un concierto, se ve reflejada en la puerta de un comercio de alfombras y ya siente "una de esas ráfagas de verse bruscamente y no reconocerse"; es decir: verse distinta, también, porque las cosas que rodean su reflejo son típicas de otro lugar. La permanencia forzosa, por una escalofriante trama policial, en El Cairo la obliga a enfrentar esta nueva imagen de sí misma, y le revela brutalmente que la pertenencia de una mujer a una estirpe familiar, por el obligado tributo de un hijo que la perpetúe, puede tener razones infinitamente más egoístas que la declarada voluntad de "dar".
En "El ojo de la iguana", uno de los mejores textos del volumen, la protagonista, alterada incomprensiblemente en lo más profundo de sí por el reencuentro con una antigua compañera de colegio, la abominable y banal Mariana Almeida, escapa a Denpassar, Bali, para aprender de un compañero (¿casual?) de hotel el imprescindible don de la piedad para consigo, para con la niña que fue; solo así logra, por fin, de una vez, decir -decirse- el secreto intolerable que ha ligado siempre a la otra en un vínculo indestructible "bajo la piel del recuerdo."
Otras veces, en cambio, los viajes pueden ser tan cortos y reveladores como aquellas aventuras secretas que signan todo libro de memorias de infancia. En "El silencio de los Piquet", una reescritura muy libre del tango "Silencio" de Gardel y Lepera, un niño, digno hijo de una típica comunidad de inmigrantes argentinos de los años cuarenta, descubre, en la buhardilla del caserón de una familia, la muy distinta historia de "cinco hermanos" cuya madre, esta vez, "no es ninguna santa". El tono de comedia porteña sirve a Kociancich para explorar en la idealización de lo extranjero característica de nuestra cultura popular y para sugerir, al pasar, uno de los muchos intentos de definición de lo literario -ese otro viaje- en relación con la verdad: "a los nueve, la verdad es demasiado cruel. A los nueve, a los veinte, a los setenta. Tal vez poco antes de morir, uno descubra el tiempo que ha perdido negociando con ella, inventándole historias, para que no hiera tanto".
El extraordinario relato final, que da título al libro, implica otro tipo de viaje: un pasaje de Heródoto sobre los escitas revela a una lectora que se halla fatalmente presa en la telaraña de una familia no menos temible que aquel antiguo pueblo, acaso porque todo Occidente no ha resuelto un enigma; y la "ronda de los jinetes muertos" atraviesa veinte siglos para llevársela.
Por último, el libro en sí mismo es un "cuaderno de bitácora" por la ya vasta trayectoria literaria de Kociancich. Más allá de la armonía del conjunto y de una prosa siempre idéntica en su precisión y su ductilidad, Kociancich logra enriquecer la forma tradicional del género cuento con aportes de las más variadas formas de la literatura de viajes, rindiendo, por lo demás, en cada uno, tributo a sus sucesivos maestros. "La prima de Polonia", que quizá tenga como base la crónica periodística de un viajero ilustre, realiza el prodigio de combinar una estructura de nouvelle chejoviana con una ternura cínica tan típica de Bioy Casares. En "La ronda de los jinetes muertos", en cambio, aflora, redoblada, la fuerza del mejor Julio Córtazar.
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