El verano de Mario Vargas Llosa y Patricia Llosa: de los ayunos en Marbella a las tartas Sacher en Salzburgo
El escritor y su exmujer han estado juntos todas las vacaciones: pasaron tres semanas haciendo dieta en una clínica de la ciudad malagueña y, otras dos, en el festival de música más famoso de Austria
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MADRID.- “No solo he pasado de página, he cambiado de libro”, declaró Isabel Preysler a comienzos de este año, poco después de su ruptura con Mario Vargas Llosa. Pero ella no es la única que ha cambiado de libro. En octubre, el escritor peruano publicará su nueva novela, Le dedico mi silencio (Alfaguara). El título puede prestarse a confusión, o no. Le dedico mi silencio no versa sobre el desenlace de su relación con la reina del papel cuché, capítulo del que no ha dicho ni una palabra, sino sobre una pasión más duradera: el vals peruano. “Aquí cuento esa historia, y con ella agradezco un secreto amor que me ha acompañado toda la vida: el que siento por la música criolla”, ha explicado el propio premio Nobel de Literatura para despejar cualquier duda o suspicacia.
A sus 87 años, Vargas Llosa ha pasado página, ha cambiado de libro y ya está pensando en escribir el siguiente. Según ha podido saber este periódico, el escritor ha dedicado todo el verano a releer y estudiar la extensa obra de Jean-Paul Sartre porque tiene la intención de desarrollar un ensayo o libro sobre el autor de La náusea. No solo siente que Sartre ha tenido una gran influencia en él, sino que también comparte con el existencialista francés la devoción por Flaubert y Madame Bovary (Vargas Llosa reapareció tras su ruptura con Preysler leyendo unos párrafos de la historia de Emma Bovary, una novela alegórica, una crítica a la sociedad burguesa). Dicen que es un experto en el pensamiento sartreano, un gran conocedor de las nociones existencialistas: “el ser-en-sí”, “el ser-para-sí”, “el ser-para-otro”... Según su entorno, ahora él es un “ser-para-Patricia”. Patricia Llosa, su exesposa, a la que definió en 2010 como “la prima de nariz respingada y carácter indomable”. “Tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios”, dijo aquel año en su discurso de aceptación del Nobel, en una Sala de Conciertos de Estocolmo abarrotada de cámaras y micrófonos.
Vargas y Llosa, marido y mujer durante 50 años y primos desde siempre, han pasado juntos todo el verano. Él ha vuelto a escribir sobre ella. En su última entrega de Piedra de toque, publicada este domingo en El País, narra con minuciosidad sus vacaciones estivales con Patricia, las primeras que disfruta con ella tras un hiatus de ocho años. “Después de ocho años he regresado al paraíso”, asegura en la primera frase del texto, titulado Regreso al paraíso (por si quedaba alguna duda). Luego cuenta con detalle su rutina durante las últimas dos semanas en la ciudad austríaca de Salzburgo: largas caminatas matutinas con su exmujer a orillas del río Salzach y paseos por las callejuelas del pueblo de Mozart, tardes dedicadas a la intensa lectura de novelas, almuerzos y cenas en restaurantes típicos, noches de óperas y conciertos en compañía de amigos y familia. “Las dos semanas que pasamos aquí nos compensan de las frustraciones y malos ratos del año porque están dedicadas a la pura irrealidad”, explica el autor, que comenzó el año separándose de Preysler y huyendo de los paparazis y en el mes de julio estuvo ingresado en una clínica madrileña por covid.
Los primos se han entregado a la pura irrealidad salzburguesa y a sus delicias más reales y carnales: las gastronómicas. Comieron las jugosas salchichas del Café Tomaselli, las favoritas de Mozart; merendaron en el suntuoso Hotel Sacher, donde se sirve la Sachertorte, la tarta favorita de la emperatriz Sissi; y bebieron el vino italiano de la trattoria Pan e Vin… y, entre medias, disfrutaron de un festín musical que incluyó un montaje de Les Troyens. Era la primera vez que Mario Vargas Llosa veía la monumental ópera de Hector Berlioz en Austria, popularizada por la gran soprano Régine Crespin en la década de los sesenta, en pleno auge del bum latinoamericano. También vio con Patricia la Macbeth de Verdi y los dos conciertos que dio la Filarmónica de Berlín, dirigida por el extraordinario Kirill Petrenko. “Ha sido emocionante verlos juntos de nuevo en el festival de música. No se perdieron ni una cita en 25 años y Mario dejó de venir durante los casi ocho que estuvo con Isabel”, dicen sus amigos. “El reencuentro con Patricia y con Salzburgo es un enorme placer para todos”, añaden.
La pareja se preparó a conciencia para estas vacaciones. La cuarentena de alimentos para expulsar los residuos metabólicos es otra de las viejas tradiciones que han reanudado este verano. Antes de viajar a Austria, hicieron tres semanas de ayuno en la clínica Buchinger de Marbella (Málaga). El escritor adquirió este hábito no por recomendación médica, sino literaria. Su agente, la fallecida Carmen Balcells, y sus amigos, Juan Marsé y el poeta Jaime Gil de Biedma, le iniciaron en el rito, una cura inventada por Otto Buchinger a comienzos del siglo XX. “Este verano Mario hizo una dieta de bajas calorías y Patricia, ayuno terapéutico”, apuntan desde su entorno a El País. No solo pasaron hambre. También nadaron, hicieron ejercicios de relajación, bebieron tesitos y manzanillas, practicaron gimnasias orientales como el chi kung, se sometieron a sesiones de masajes y durmieron siestas reparadoras que los dejaron como nuevos. “Los dos están muy bien físicamente”, concluyen sus allegados.
Dos veces en la vida le propusieron a Vargas Llosa hacer publicidad y las dos veces se negó. La única vez que ha promocionado algo sin que se lo pidieran, espontáneamente, ha sido en el caso de la Buchinger. “Ayunando he descubierto lo rico que es comer”, dijo en una de esas entrevistas de promoción. Separándose de Patricia, parece haber redescubierto lo “rico” que es estar con ella.