El valor sagrado del erotismo
El próximo viernes, la nueva Biblioteca La Nación presentará El amante de lady Chatterley, del escritor inglés D. H. Lawrence
Escritor polémico de las letras inglesas, tal vez David Herbert Lawrence (1885-1930) sea el artista que más profundamente logró comprender las complejas relaciones entre literatura y sexualidad, un eje ineludible para cualquier revisión histórica literaria de su obra. Pese a sus orígenes humildes -había nacido en Nottinghamshire, hijo de un minero del carbón y de una maestra de escuela-, comenzó a escribir tempranamente y pudo graduarse en la Universidad de Nottingham. Sin embargo, la cuestión de la precariedad económica reaparece en toda su literatura, no con resentimiento sino con luminosa capacidad reflexiva.
En 1914 se casó con la aristócrata alemana Frieda Weekly, pero la tuberculosis y la espinosa situación de su esposa durante la Primera Guerra Mundial -había estado casada con el Barón Rojo de la aviación alemana, Manfred Von Richthofen- lo obligaron a dejar Inglaterra y a llevar desde entonces una vida nómada que dejó huella en su obra. Así, La mujer perdida (1920) muestra su paso por Italia, Canguro (1923) resignifica su amor por Australia y La serpiente emplumada (1926) es una fascinada escritura sobre la perdurabilidad de la civilización azteca. Pero fue al regresar a Italia, país en que se radicó en 1926, donde comenzó a escribir El amante de lady Chatterley (1928), quizá la novela más detractada por el puritanismo sociocultural europeo de la primera mitad del siglo XX.
Y sin embargo, Lawrence observa en esa novela que la crisis fundamental de su época reside en una distorsión de los principios éticos y naturales, por la cual el erotismo ha perdido su valor sagrado. El amor físico, postula el autor, debe conservar la religiosidad que el exceso de civilización le quita. La novela es un culto al amor por la vida y un esfuerzo por devolverle a la sexualidad humana un lugar valioso y estimable. Lawrence apuesta a elaborar y transmitir una mística del erotismo y una dignificación hedonista del sexo. Sin subterfugios, pretende recomponer lo misterioso y lo sacro asociado a lo vitalista, en un tiempo en el que la experimentación formal ganaba el territorio literario.
Pese al escándalo con que fue recibida, El amante de lady Chatterley estuvo siempre lejos de ser una propaganda de la licencia sexual, del libertinaje o del amor libre, todos conceptos que aluden a una profanidad del sexo, desde el punto de vista lawrenciano. Mellors y Connie, los protagonistas, no anhelan convertirse en disolutos sino unirse como hombre y mujer. El relato elabora una cruda reflexión sobre la ficción modernista y la civilización industrial, unidas en su gelidez y en su desaprensión por lo humano, según el autor. La aristócrata y el guardabosques, en sus encuentros amorosos, exaltan una unión erotizada entre cuerpo y mente, un vínculo que la literatura de la época, en palabras de Lawrence, había relegado a una "verdadera tierra baldía". En el texto se compara la degradada relación entre hombres y mujeres con la aviesa correspondencia entre hombres y máquinas.
A través de una metodología radical que encumbra la embelesada descripción de los actos sexuales, El amante de lady Chatterley atisba un despertar de las conciencias y de los cuerpos y cuestiona el hiperintelectualismo modernista, en una atmósfera de deshumanización y decadencia, de rigurosas injusticias del sistema clasista. El ejemplo máximo es la defenestración del personaje de Clifford, un emasculado representante de la nobleza pero también el ícono del progresivo declinar de un tiempo hipócrita, de un modo de pensar y de actuar que Lawrence repudia e intenta subvertir. Clifford es el impotente adinerado, Mellors representa el regreso del buen salvaje y Connie, la amalgama perfecta entre el cuerpo deseante y el espíritu sensiblemente elevado. Al quedar embarazada la protagonista, hacia el final del relato, la esperanza en un cambio de conciencias dibuja su metáfora mejor.
Uno de los defensores y exégetas de Lawrence, el prestigioso ensayista F. R. Leavis, señalaba la vuelta de tuerca sobre la tradición de la novela victoriana que ofrece El amante de lady Chatterley : un prolífico narrador omnisciente, que todo lo sabe y comprende, pero ajustado a un enfoque transgresor de lo que cuenta. En efecto, la pasión amorosa y la autodeterminación sexual son el eje y el sentido del relato de una aventura sentimental y anímica que el convencional pudor literario de la década habría dejado entre paréntesis. Amar, gozar y armonizar con la naturaleza es una tríada insoslayable del universo lawrenciano que la novela erige no como un hecho dado sino como una búsqueda plagada de obstáculos, una experiencia liminar y trascendente.
También la novela establece posiciones del autor acerca del arte literario. La descripción de la sexualidad no es sino una manera de cincelar la verdad en un texto, de exponerlo a la comunicación más veraz, más esencial. La legitimidad de la escritura estriba, para Lawrence, precisamente en esa curiosa fusión entre ficción y verdad. Y lo verdadero, en un tiempo en que el puritanismo victoriano parece no terminar nunca, es valorar la grandeza y la profundidad de la condición sexual del hombre y la mujer. Así lo evidencia el capítulo XVI, cuando Mellors y Connie, mediante la comunión de los cuerpos, alejan la obscenidad de la culpa y elevan su acto en la sacralidad piadosa del bosque.
En su tardío ensayo, "Acerca de El amante lady Chatterley ", el autor sugiere, imaginando una continuación de la novela, que el enlace entre Connie y Mellors fructificará a tal punto que ambos podrían revisar el dogmatismo de los roles sexuales imperantes. Aun sin transponer ese límite, El amante de lady Chatterley escandalizó su época, influyó en la escritura posterior y fue una de las obras más prohibidas en toda la historia de la literatura inglesa, al punto de que el texto completo de la novela apenas si fue editado por primera vez en Nueva York en 1959 y en Londres, en 1960.