El uso a deshora del cuchillo, los juegos prohibidos, galopar en las calles y otro delitos del Buenos Aires criollo
En su libro sobre la seguridad en tiempos de naciente independencia, el historiador Ignacio Bracht recorre faltas y legislaciones de la época, cuando los robos en el teatro y los excesos en el carnaval eran moneda corriente
- 11 minutos de lectura'
Entre 1820 y 1840, Buenos Aires dejaba atrás su condición de villa colonial para convertirse en “una gran aldea”. Los delitos, las instituciones del orden, las multas y las penas de entonces respondían a un tiempo en el que eran frecuentes, entre otros, los “hechos de sangre” y se ejercía la vigilancia con “ojos en la noche”, terminologías de la época. Estas temáticas han sido durante años objeto de estudio para el historiador Ignacio Bracht.
En el libro La seguridad en el Buenos Aires criollo, publicado por Maizal Ediciones y presentado anoche en el salón Anasagasti del Jockey Club, el autor profundiza en el momento de la naciente independencia. Entonces, dos figuras resultarían relevantes, siendo, paradójicamente, “cabezas de las fuerzas enfrentadas, unitarios y federales: Bernardino Rivadavia y Juan Manuel de Rosas”. En sus respectivas administraciones, remarca el autor, “las garantías legales existieron, como así también la rigurosidad de las penas” y hubo continuidad, en materia de seguridad, entre uno y otro modelo.
La institución policial y su desarrollo, los encargados del orden público, y el delito y su represión son los temas abordados en la publicación, que tiene como base una investigación que el autor realizó en los años 80 para la Universidad del Salvador. Ilustrada con obras de Eleodoro Ergasto Marenco, el libro incluye anexos sobre los jefes de la institución policial en el período y de la Santa Hermandad, la primera fuerza de policía moderna creada en España.
“Bracht realiza un estudio sesudo de fuentes primarias y secundarias. Va a la búsqueda de los datos, y en eso es un historiador en el sentido más prístino de la palabra”, remarcó durante la presentación del libro Vicente Massot, integrante de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Roberto Azaretto, miembro de la Academia Argentina de la Historia, destacó, por su parte, algunas curiosidades en la obra del autor, como el código de tránsito por calles, caminos y veredas redactado por Lucio N. Mansilla que determinaba cómo debían circular carruajes, hombres y mujeres por la vía pública. “El trabajo de investigación de Ignacio Bracht es extraordinario”, subrayó.
Para el historiador, adentrarse en el pasado es “reencontrarse con las vivencias de aquellos que nos precedieron en la criolla ciudad de fines de la primera mitad del siglo XIX, a la que aun le faltaba un extenso camino por transitar para resultar la cosmopolita ciudad que se dibujaría con nítidos perfiles a comienzos del XX”.
Bracht presenta en su libro algunas conclusiones. Expone que la institución policial, como fuerza autónoma y tan solo dependiente del poder político, surgió a consecuencia de las reformas institucionales que realizó Rivadavia, y apunta que muchas de las reformas y la creación de nuevos cuerpos del orden de entonces constituyeron la base de la policía de nuestros días.
Cuanto mayor fue la rigurosidad de las penas aplicadas a ciertos delitos, la criminalidad disminuyó en la ciudad, señala asimismo al historiador. Y concluye en que los delitos que más se cometieron en aquellos años fueron de robo, hechos de sangre y vinculados al juego. “Los delitos económicos fueron duramente castigados y existió mayor predisposición a delinquir por parte del sexo masculino. Los delitos sexuales no fueron comunes y el régimen carcelario fue deficiente, a pesar de algunos intentos por corregirlo”, agrega el investigador.
“Bracht no enjuicia el pasado con el microscopio anacrónico e implacable del presente, sino que más bien lo observa con el catalejo que acerca el cuadro al ojo, pero sin deformarlo por una exagerada aproximación que llegue a suprimir la perspectiva”, destaca en el prólogo el doctor Oscar Andrés de Masi.
Prohibido los perros bravos y las aguas puercas
En las páginas del libro, se da cuenta del registro de diversos tipos de faltas. Entre los considerados delitos menores, se sancionaba mantener una pulpería abierta fuera del horario permitido, galopar en las calles, arrojar aguas puercas a la vía pública, tener un perro bravo suelto o una casa de trato abierta a deshoras. Esas infracciones se saldaban con una multa pecuniaria.
Bracht analiza algunos registros en periódicos de la época, como La Gaceta Mercantil. “Las multas más caras, inclusive la reincidencia, se dieron en parte de ese período por engaños en las balanzas, en el peso de las medidas. Se cargaban las pesas para alterar las cantidades y se trampeaba al comprador”.
Según un documento de la cárcel pública, los delitos a la cabeza en 1831 eran por peleas y heridas, cometidos por 315 varones y 105 mujeres; seguidos del robo, con 274 hombres y 41 mujeres. El homicidio casi lo acaparan mayoritariamente los hombres, con 43 casos; el rapto de mujeres, con 7; falsificaciones, 7; deudas, 6, y bigamia, con 2. A ello se suman decenas de conflictos por insultos.
“Los delitos que se tratan en la investigación van desde el robo y el hurto al homicidio, etiquetados como ‘hechos de sangre’ y con subdivisiones referidas, entre otros, a los crímenes pasionales y al uso del cuchillo, que será penalizado duramente por todas las autoridades del período, más allá de su color político. Se va a penalizar incluso el uso a deshoras y en los días feriados del cuchillo, consecuencia directa de que en las pulperías y en los cafés se tomaban copas de más y terminaban a las puñaladas con saldos de heridos y a veces de muertos”, explica el autor.
La investigación se nutre de archivos históricos, periódicos de la época como El grito de los Pueblos o La Gaceta Mercantil -que informaban a la sociedad cuando se dictaba una ley o un aviso policial-, bibliografía sobre el tema y, entre otras fuentes, de las memorias de testigos de la época.
A modo de ejemplo, un “inglés” -así firma- se muestra asombrado en sus memorias de la facilidad con que en Buenos Aires se acudía al cuchillo para dirimir una reyerta. En el escrito el autor menciona que “las peleas o entredichos que en Londres terminarían con algún ojo amoratado, un bastonazo o un labio sangrante, acá al primer indicio de conflicto salían a relucir las hojas de los facones”.
Entre los robos, se daban casos hoy curiosos, como la sustracción de palomas. “Uno podía suponer que eran un alimento más, pero si alguien tenía palomas mensajeras, eso tenía su valor”.
Robos en el teatro y reyertas de carnaval
Bracht menciona el trato que se da, con toda una legislación recogida en el libro, a la seguridad en el teatro y en los días del carnaval, festejo que en ocasiones derivaba en reyertas sangrientas. “Mujeres y hombres jugaban a la par y era tan igualitario el juego como las agresiones de tirar aguas podridas, huevos con mal olor o huevos de avestruz que impactaban con fuerza. Otro dato curios es que en el carnaval se mezclaban todos los sectores sociales. En una casa, calle o vereda, se veían mezclados jóvenes de las clases patricias junto a los criados”, detalla el autor.
El teatro, en tanto, era un lugar de encuentro para las familias acomodadas. No todo el mundo accedía y los delincuentes aprovechaban esa ocasión. “Muchos ejemplos se mencionan de robo de relojes a los señores que iban al teatro. Los seguían y les daban una golpiza para robarles plata y el reloj. Hay avisos en los diarios de objetos robados de la mayor variedad: ropa, manteles, los remates de una escalera, caballos ensillados. Cuando se desconfiaba de quién lo había robado, se ponían las señas en el aviso y el ofrecimiento de gratificación a quien encontrara los objetos. Ni las iglesias se salvaron: de allí se llevaban candelabros, cálices”.
No abusar del barrilete cuando cabalgan las gentes
Sobre la afición al juego por parte de los habitantes de la ciudad, un inglés brindaba en 1831 su testimonio: “Existe mucha propensión al juego en Buenos Aires (…). No existen casas destinadas públicamente a ello, el gobierno las ha prohibido (…)”. Y continuaba: “Hasta los chicos de Buenos Aires sienten inclinación por el juego, sobre todo los lecheritos que suelen volver a su casa sin la ganancia del día”.
En 1822, también se instrumentaban medidas de sanción frente a los alumnos de escuelas u otros niveles de estudio que destinaran esas horas al juego en las calles, quintas, cafés y lugares públicos, con entre cuatro y 24 horas de detención. Entre otras indicaciones, se mencionaba que no se abusara en las calles del juego de pandorga (barrilete), “con perjuicio del tráfico y de las gentes que cabalgan”.
Otros documentos también dan fe de la existencia de “tahúres o profesionales del juego que se enriquecían con el bolsillo ajeno”. Durante los primeros meses de la gestión de Martín Rodríguez, se dictaron en 1821 disposiciones que prohibían los juegos de azar, los llamados de envite, ruleta y perfecta unión.
Vigilancia con movimientos del farol y silbato
Los cuerpos de vigilancia e instituciones del orden operaban entonces bajo distintas modalidades. Ojos en la noche fue el nombre dado al reglamento de serenos, primero encarnado por vecinos y luego policial, que establecía cada tantas manzanas la presencia de un vigilante nocturno junto a todo un código de advertencia del delito. “Usaban un farol y en función de cómo lo movían, si lo giraban a la derecha o a la izquierda, si lo bajaban una, dos o tres veces: cada seña implicaba un mensaje: ‘acudan en ayuda’, ‘incendio’, etcétera. También había un código mediante silbatos”, menciona el historiador.
Siendo a veces hombres de cierta edad, los serenos también eran el objeto de diversión de algunos jóvenes de la época. “Los invitaban a tomar copas, y, cuando estaban borrachos, los dejaban atado a un poste. En esta época se crea el cuerpo de serenos y los vigilantes de día, que serán los que en años posteriores conformarán la policía federal”. También correspondiente a ese período es la creación del médico forense como figura del cuerpo policial encargada de estudiar los cadáveres y asesinatos.
El cuerpo policial que se crea en 1820 “va a ir cobrando un perfil y características propias de una policía moderna”, remarca el historiador. Regirán “reglamentos de legislación pero no era discrecional el poder de la policía, existía el derecho de garantías y se establecía que un reo atrapado cometiendo un delito tenía que ser remitido al departamento de policía o a la comisaría si era en un barrio, y puesto un tiempo prudencial bajo la responsabilidad del juez”.
“Un hecho a resaltar es que tanto durante la gestión de Rivadavia, como ministro de Martín Rodríguez, como de Juan Manuel de Rosas -en la primera gobernación- y en los cinco años que abarca hasta 1840 su segundo gobierno, por más de que ellos estaban en las antítesis ideológicas y políticas, y enfrentados en luchas civiles, en lo referente a la seguridad, en función de sus actos de gobierno, no hay una ruptura sino una continuidad”, remarca el autor. “Son dos modelos diferentes pero no habrá una contraposición sino un continuismo en cuanto a la acción de buscar y dar seguridad a los habitantes de Buenos Aires. La creación de los cuerpos de policía y una vasta legislación que irá desarrollándose durante esos 20 años harán variar la rigurosidad de las penas en función de los momentos políticos que se vivirán entonces”.
El período de la investigación de Bracht parte de los años correspondientes al comienzo de la Independencia. “El año 20 es un hito porque se conoce como el de la anarquía, en que no hay un poder unificador en el territorio de lo que había sido el Virreinato. En esas dos décadas se van a dar la caída del Directorio como figura que había sido preponderante después de los dos triunviratos, y la gobernación de Buenos Aires asumirá como tal, como una más dentro de las provincias. Esa crisis del año 20 curiosamente se va a empezar a encarrilar con el Gobierno de Martín Rodríguez, que tendrá como ministro de Gobierno a Bernardino Rivadavia. Éste va a hacer todas las reformas administrativas y quedarán disueltos los cabildos, que continuaban como figuras desde la época virreinal. Al disolverse, surgirá lo que se puede considerar el cuerpo de policía, que ya no va a depender de los cabildos sino del Gobierno de la provincia”, precisa el autor en relación al contexto histórico.
Bracht también incide en que “en este período no dejará de estar presente la herencia hispánica”, y a ello se refiere en un anexo del libro dedicado a la Santa Hermandad, cuerpo creado por los Reyes Católicos para “velar por la seguridad” en estas tierras durante la campaña.
Otras noticias de Historia
Más leídas de Cultura
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
“La Mujer Gato”. Eduardo Costantini logró otro récord para Leonora Carrington al pagar US$11,38 millones por una escultura