El último texto que escribió Liliana Bodoc ilumina la obra de una joven autora
La primera novela de Eliana Madera, 17 kilómetros (Metalúcida), lleva un prólogo que la escritora Liliana Bodoc (1958-2018) escribió en enero de este año, poco antes de morir. Fue su último texto pensado sobre el libro de una alumna de su taller literario, que surgió del entusiasmo por la historia de una extravagante familia que se asemeja a "un manual de patologías, si es que los manuales de patologías pueden ser, en principio, divertidos y cariñosos", en palabras de su propia creadora.
En el prólogo, Bodoc anticipa una primera persona inteligente, "irónica por momentos y siempre humana". En el relato de Madera, la memoria familiar y la memoria colectiva se ligan para dar a luz una de las transformaciones verbales que tanto le gustaban a la autora de La saga de los confines. Para Bodoc, la literatura se asemejaba a un resplandor.
"17 kilómetros es una historia que comencé hace ya varios años, como un proyecto de documentación, de recopilación de historias, imágenes, recuerdos y anécdotas de los pueblos de la zona donde crecí", cuenta Madera, que nació en Carlos Casares, provincia de Buenos Aires, en 1985. "A medida que los pueblos iban desapareciendo, y con ellos un modo de vida que llegué a conocer muy bien, tuve la necesidad de guardarlo todo y así empecé a escribir". Con ese manojo de páginas escritas, la joven escritora llegó al taller literario de Bodoc y, de a poco, pudo ir tejiendo las historias de los personajes. Ese es uno de los aciertos del libro: el modo en que las historias minúsculas de los personajes confluyen en una historia mayor, la de una familia afectada por el "gen de la locura".
"El gen que atraviesa la novela fue casi una excusa para ponerlos a todos a vibrar en una misma sintonía y fue el criterio que me permitió seleccionar qué fragmentos formarían parte de la novela y cuáles quedarían solo para mí", revela Madera. También cuenta que Bodoc fue generosa con ella desde el primer encuentro. "Tuve la suerte de hacer dos años de taller con ella, y después siempre seguimos en contacto. Tenía una mirada única sobre la literatura y la humildad de escuchar con verdadera atención a cualquiera que estuviera hablando. La historia creció enormemente en cada corrección. Cuando finalmente surgió la posibilidad de publicar la novela, le escribí para ver si ella quería hacerme una sinopsis o reseña para la contratapa y ella me envió ese prólogo maravilloso".
Bodoc nunca conjugó con la idea del escritor o el intelectual alejado del resto de la sociedad y sabía que sus palabras, como sus actos de compromiso en defensa de una cultura para todos, formaban parte de un legado. "Así era Liliana, para ella la literatura era un acto colectivo, quería que el mundo se llenara de voces. Tenía el don de la palabra y conectaba a todos los que pasábamos por su vida, en persona o a través de sus libros, que para mí son necesarios y hermosos. Cuando a mediados de enero me envío el prólogo, quedamos en trabajar juntas para la contratapa, pero no llegamos a hacerlo y por eso se leen algunas frases de ese texto tan hermoso".
Tomates verdes fritos en Carlos Casares
La novela de Madera es el duodécimo título del sello Metalúcida, que tiene en su catálogo a autores extranjeros como Leye Adenle y Edmundo Paz Soldán, y a escritores argentinos como Santiago La Rosa y Mariana Travacio. "Más que autobiográfica, yo diría que esta es una novela colectiva, un retrato de grupo al estilo Rembrandt. Los personajes y el gen son ficción, aunque robé varias anécdotas a mis amigos, vecinos y familia, y por eso ahora todos andan buscando quién es quién en 17 kilómetros", bromea Madera.
Es, también, una novela protagonizada y hecha por mujeres. "Liliana adoraba el libro y ofreció su apoyo para la difusión", dice Sandra Buenaventura, escritora y directora editorial de Metalúcida. Tanto la autora como la editorial contaron con la aprobación de los hijos de Bodoc para publicar el prólogo y el texto de contratapa firmado por la autora de Elisa, la rosa inesperada. "17 kilómetros me llevó, felizmente, de manera casual y tal vez caprichosa, a una de mis películas amadas, Tomates verdes fritos, pero en Carlos Casares", añade Buenaventura.
La maestra narradora, "maga del lenguaje", ilumina la primera obra de una joven escritora. Así, en un gesto más de generosidad, se describe el recorrido literario y personal de Bodoc. Y explica las razones por las que lectores y escritores de todas las generaciones la extrañamos tanto.
El prólogo de Bodoc a 17 kilómetros
De mi casa al campo
17 kilómetros narrados en un lenguaje contundente, capaz de transformar un camino habitual en un viaje de crecimiento. Eliana Madera no solo escribe una novela: la funda y la habita.
Es imprescindible mencionar el volumen de sus personajes, reconocibles por cada uno de nosotros, parte de nuestras grietas, presencias olvidadas en los cajones, personajes semejantes a las verdades y las mentiras que nos constituyen. La tía Selva, el abuelo Juan, Tati. Flavia, hija de Miguel y la tía Negra. Haydecita. Marita, hermana del abuelo a la que deberemos diferenciar de Marita de Casares, hermana de la abuela Celia. Resistentes a cualquier clase de encasillamiento, estos personajes nos iluminan. nos oscurecen, nos iluminan. Nos consuelan. Nos iluminan otra vez.
17 kilómetros es una historia que va del pueblo al campo, de la más profunda intimidad a la vida colectiva, de la infancia a la adultez reflexiva. De la mano de una primera persona inteligente, irónica por momentos y siempre humana, nos adentramos en un recorrido hacia el pasado. Pero, atención, se trata de un pasado que siempre, en cada ocasión, tiene resonancias de construcción presente. No se trata, en absoluto, de una nostalgia chirle o ribeteada. Se trata, en cambio, de la memoria atesorada para la transformación.
17 kilómetros, una novela genealógica, un árbol narrativo en el cual la familia, los vecinos, los perros, las fiestas y sus avatares, la comida, la religión y la política son hilos que entraman historias atrapantes por la acción y por la emoción. El pueblo y el campo se construyen desde lo más simbólico de lo autobiográfico. Por eso, quizás, no necesitan de grandes sucesos para erguirse en territorio narrativo y, en cambio, ponen a brillar la cotidianeidad como lo cotidiano es para quien sabe verlo: extavagante, insólito, maravilloso.
La presencia femenina en sus múltiples expresiones resulta una clave para la lectura. Lo femenino actual pero también lo femenino ancestral, allí donde reside, quizás, una de las mayores fortalezas de la concepción de género. Podíamos decirnos cualquier cosa y a nadie le parecía un insulto, convivíamos con el gen, aunque ellas no lo reconocían como tal, y nos amábamos así, excéntricas y locas. Porque en la familia de esta histora hay un gen. Un gen que habita en las mujeres y le da a cada cual una impronta particular; una casi locura. Opino que ese mismo gen está instalado en el ADN de esta novela, listo para tomarnos por asalto y maravillarnos. La protagonista, que regresa al campo de sus abuelos, se hace una pregunta.
Cómo pudieron, dos vidas minúsculas, mantener a raya tanta naturaleza.
Leer esta novela nos dará la mejor respuesta a esa pregunta. Porque todas nuestras vidas son minúsculas, y la poesía es el modo de mantener a raya la cizaña.
Y esta novela también lo es.
Liliana Bodoc, enero de 2018
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