El traductor de Kundera al español y una anécdota que nace en la Argentina
Fernando de Valenzuela, que llegó al país desde España en 1949 junto a su familia cuando tenía dos años, es el responsable de todas las versiones en castellano de la obra del gran escritor checo
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Toda la obra escrita en checo de Milan Kundera contó con el mismo traductor al español: Fernando de Valenzuela. Insólitamente, títulos fundamentales de este notable escritor checo como La broma, El libro de la risa y el olvido o su insoslayable La insoportable levedad del ser tuvieron un traductor hispano-argentino y una anécdota que nace en Buenos Aires.
Escapando de la represión franquista, la familia Valenzuela llegó a la Argentina en 1949. Fernando tenía dos años. Vivió en Buenos Aires hasta los diecisiete cuando el portero, gallego claro, de la entonces Embajada Checoslovaca en nuestro país lo inscribió para una beca de estudios en Praga. Llegó a la Checoslovaquia comunista sin saber una palabra de checo.
En la Universidad de Carlos se licenció en Filosofía y, luego, ejerció el periodismo en la agencia EFE, de la que fue delegado en Varsovia, Praga y La Paz. En esos años previos al exilio parisino del célebre escritor, fue cuando lo conoció en Praga, siendo además testigo de la invasión soviética que puso fin a la “Primavera de Praga”. Providencialmente, este cronista dialogó con el traductor hace una década cuando había regresado al país y se encontraba radicado en General Madariaga, provincia de Buenos Aires. Valenzuela manifestaba entonces la sincera amistad que lo unía a Kundera y a su esposa Vera, cómo el escritor le había otorgado siempre plena confianza y libertad para traducir sus libros y sobre aquellos encuentros en los que podían hablar tanto de Jan Patocka y Karel Kosic, eminentes filósofos que fueron profesores del traductor y amigos de Kundera, tamizados entre literatura y música.
Tiempo después Valenzuela confiaría que ese encuentro, que tuvo como marco la proyección de La broma, de Jaromil Jires, la única adaptación al cine que el escritor aprobaba, y de La insoportable levedad del ser, de Philip Kaufman, que asimismo detestaba, había llegado a oídos del escritor: “Les mande un mensaje a los Kundera contándoles de la proyección de las películas en la biblioteca de Pinamar y haciendo un breve resumen de tu intervención. Me respondieron enseguida muy contentos. Vera añadió que si fuera envidiosa me envidiaría por estar donde estamos”.
Así, Buenos Aires, Praga y París quedaron unidas en la trama urdida por el azar y el silencioso oficio del traductor que permitió la existencia de legiones de admiradores de habla hispana para uno de los escritores checos más famosos de todos los tiempos.
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