El tesoro de la biblioteca de Borges se encuentra en la Fundación, cerrada por duelo tras la muerte de Kodama
Los libros que Borges tuvo hasta el final de su vida y que su viuda heredó están en la institución de la calle Anchorena; en 2017, LA NACION y el Banco Ciudad financiaron la restauración de estos preciosos ejemplares
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En la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que María Kodama creó en 1988 para difundir la obra del autor de Ficciones, se encuentra un “bibliotesoro”: la biblioteca personal de Borges, “con los libros que él tuvo hasta el final de su vida y que María heredó y llevó a la Fundación”, según dice a este diario el actual presidente de la institución, el licenciado Fernando Flores Maio, autor del ensayo La biblioteca de Borges (Paripe Books), con prólogo de Kodama. “Estos libros pertenecían a la casa de su abuela inglesa, y desde muy pequeño estaba familiarizado con ellos -consignó la escritora fallecida el 26 de marzo-. Borges siempre decía que sabía que a su abuela inglesa debía hablarle de una forma y de otra al resto de la familia; solo cuando creció supo que eran dos idiomas distintos, el inglés y el español”. La institución situada en Anchorena 1660 se encuentra “en receso por duelo” luego de la muerte de Kodama.
Son más de dos mil ejemplares, entre los que se hallan los libros más amados por Borges, como Seven Pillars of Wisdow (Los siete pilares de la sabiduría), de T. E. Lawrence; The Portable Coleridge (una antología con poemas, ensayos políticos y críticas literarias del autor inglés); The Life of Oscar Wilde, de Hesketh Pearson; I libri poetici della Bibbia, de Saverio Mattei; una antología de escritos filosóficos de Leibniz, una edición en inglés del Corán y un volumen de obras escogidas de Jean Cocteau, entre muchos otros. Hay libros de Shakespeare, Spinoza, Sarmiento y Kafka, y numerosas ediciones de La Divina Comedia, de Dante Alighieri. En varios ejemplares aparecen anotaciones hechas con “la letra de insecto” borgeana.
LA NACION y el Banco Ciudad decidieron en 2017 financiar una tarea de restauración de estos ejemplares. En la biblioteca del máximo escritor argentino abundan los libros de filosofía y religión, por lo que no asombra que un vector ético recorra su obra. “Hay un concepto que Borges resalta en Bernard Shaw, quien dijo ‘God is in the making’ (‘Dios está haciéndose’) -escribe Flores Maio-. Dios es algo que no pertenece al pasado, que quizá no pertenezca al presente: es la Eternidad. Dios es algo que puede ser futuro: si nosotros somos magnánimos, incluso si somos inteligentes, si somos lúcidos, estaremos ayudando a construir a Dios”.
Después de la muerte de Kodama, que presidió la Fundación desde 1988, esta se encuentra cerrada al público, aunque continúa en actividad a través de la página web; incluso se pueden hacer consultas por mail. “La Fundación continuará con sus actividades normales -afirma Flores Maio, en diálogo con LA NACION-. Es una persona jurídica que tiene su estatuto y nada impide que continúe con su labor”.
La sede de la institución es un inmueble que pertenecía a Kodama. El abogado de Kodama, el doctor Fernando Soto, es vocal titular de la Fundación, al igual que la escribana María Eugenia Vidaurre, el doctor Lucas Adur (especialista en la obra de Borges) y la licenciada Sara Sartore Viera, amiga personal de Kodama.
“Se están preparando las Jornadas Borges [que cuentan con el apoyo del Ministerio de Cultura de la Nación y como en 2022 se celebrarán en el Centro Cultural Borges], que se harán como todos los años en agosto, conmemorando un nuevo aniversario del nacimiento de Borges -agrega Flores Maio-. Y también prosiguen los concursos, cuyas bases figuran en la página web”.
Flores Maio también estuvo al cuidado de la muestra fotográfica El atlas de Borges. “Impresiona ver las imágenes de esa obra, escrita como se sabe por Jorge Luis Borges en colaboración fotográfica con María Kodama”, se lee en su ensayo sobre el “bibliotesoro” de la Fundación Borges.
Prólogo de Kodama a “La biblioteca de Borges”
A través de la lectura de los prólogos que Borges escribió a lo largo de su vida, nos damos cuenta de la variedad de autores que le gustaba ir descubriendo.
La mayoría de ellos son de origen inglés o norteamericano. Por supuesto encontramos también autores españoles, franceses, italianos. Citaré algunos de ellos: Rudyard Kipling, John Donne, William Blake, Bernard Shaw, T. S. Eliot; también están Almafuerte, Sarmiento, Enrique Banchs, Dante Alighieri, Kafka, Homero, Virgilio.
Pero lo que más encontramos en su biblioteca son libros sobre filosofía y religiones de la India, Japón, China, también una Historia de la magia, obras de Spinoza, su interés desde niño por los mitos griegos, sobre todo por el minotauro, y naturalmente la obra de Shakespeare.
Estos libros pertenecían a la casa de su abuela inglesa, y desde muy pequeño estaba familiarizado con ellos.
Borges siempre decía que sabía que a su abuela inglesa debía hablarle de una forma y de otra al resto de la familia; solo cuando creció supo que eran dos idiomas distintos, el inglés y el español.
A través de estas lecturas hechas desde su infancia podemos entender la profundidad de su escritura, que no se limita a contar una historia, sino que siempre apunta a otra dimensión, la de la profunda reflexión sobre lo que narra.
Recuerdo cuando estuvimos en Deià y él quería rendir homenaje a uno de sus autores preferidos, Graves.
Todos trataban de disuadirlo, diciéndole que estaba con la cabeza perdida, pero Borges dijo que iría de todos modos.
Al llegar, su mujer nos recibió con un gato de Abisinia; se lo dije a Borges, porque en ese momento nosotros teníamos una gata de la misma raza. La conversación, aún antes de presentarnos o saludarnos, giró alrededor de los felinos.
Luego nos condujo al living y yo nunca podré olvidar lo que vi, lo que sentí en ese momento.
Graves estaba en un sillón, y sentados en el suelo admiradores de toda edad y de distintos países, mirándolo en silencio, venerándolo como a un dios.
Cuando su mujer hizo que nos aproximáramos y le dijo que Borges y yo estábamos ahí porque lo admirábamos, Graves le dio la mano a Borges y besó la mía.
Borges estaba en lo cierto, podía comprender la realidad para diferenciar a Borges como un hombre y a mí como una mujer. Al salir recuerdo que los dos estábamos traspasados de una emoción sin nombre.
Espero que este libro invite a leer a esos autores que formaron a Borges para que nos diera su espléndida escritura.
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