“El temblor de lo inesperado”: Ana María Shua se despide de Inés Fernández Moreno
La premiada escritora murió ayer, a los 77, años; su amiga y colega, hace más de medio siglo, escribe: “Inés mira donde no hay que mirar y ve lo que no hay que ver: la vida con tanto detalle y tan sin piedad que la podríamos acusar de crueldad si no nos diera tanta risa”
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Inés querida, ¿qué estoy haciendo acá, escribiendo sobre vos como si fuera posible explicarte con palabras? Te escribo como si pudieras leerme y las dos sabemos que es solamente una argucia literaria. Quizás para quien nos lee, los escritores estamos y quedaremos en nuestros libros. Para vos, para la gente que te quiere, no estás más. Pero nada de lágrimas, porque sé que no te gustarían.
Nos conocimos hace mil años, o por lo menos más de cincuenta. Habíamos oído hablar una de la otra, porque tuvimos vidas paralelas: las dos fuimos al Colegio, ese que ni siquiera hace falta nombrar, las dos estudiamos Letras, las dos trabajamos como redactoras creativas en agencias de publicidad… pero nos encontramos por primera vez en el consultorio de la Leiderman, ¿te acordás? La mejor ginecóloga del mundo para las chicas de los sesenta, como éramos las dos. Nos pusimos a charlar y fue increíble. Porque vos ya eras Inés antes de ser escritora. Todo el brillo y la genialidad de tu escritura ya estaba allí, en tu mirada sobre el mundo. Cómo te costó arrancar, sin embargo. Demasiada historia literaria en la familia. Cuando aparecieron tus primeros cuentos me sentí tan orgullosa como si tuviera algo que ver. Me acuerdo de tus dudas con el título: al principio querías ponerle “Sosteniendo balcones”, por esos famosos setenta balcones sin ninguna flor que te perseguían desde la infancia. Las amigas te convencimos de que no. Tu primer libro se llamó finalmente La vida en la cornisa, y yo escribí un párrafo para la solapa: “¡Pero qué mujer curiosa! Inés mira donde no hay que mirar y ve lo que no hay que ver: la vida con tanto detalle y tan sin piedad, que la podríamos acusar de crueldad si no nos diera tanta risa”.
Así fuiste siempre, en los libros en la vida. Porque vos tenés esa capacidad de reconocer todo el absurdo, el caos y el sinsentido de la realidad (por algo tu último libro se llama No te hagas ilusiones) y, sin embargo, reírte de todo, con un sentido del humor único, al mismo tiempo tierno y corrosivo.
Entrar a un libro tuyo es toparse en primer lugar con tu prosa y eso es como entrar a un jardín encantado. Vas tocando por aquí y por allá la realidad con una especie de varita mágica que la transforma. Y que al mismo tiempo nos permite volver a verla como si fuera la primera vez. Siempre te leo con admiración y un poco de envidia. Es algo comparable a lo que pasa cuando se escucha a un gran cantante. Cualquiera canta en la ducha y se pone contenta cuando no desafina tanto y le acierta a las notas. Y de pronto escuchás a un cantante de verdad y te das cuenta de que acertar con las notas no es nada, de que la música es otra cosa, te das cuenta de que hay matices, florituras, intensidad, juegos, un gran cantante hace lo que se le da la gana con las notas… Como hacés vos, Inés, con las palabras. Y no es una cuestión de sonidos sino de significados profundos. Es una prosa tan inteligente, tan sutil, tan reveladora que logra dar a las cosas más sencillas y cotidianas todo el temblor de lo inesperado.
No me quiero despedir, Inés, no me despido, porque te voy a seguir leyendo. Y a pesar de eso, te voy a extrañar todos los días, como todos los que te quieren, que son muchos. Tu marido, tus hijos, tus amigas y amigos. Tu nietito Milo, que apenas llegaste a conocer. Entonces, como a vos te gustaría: nada de lágrimas y un beso.
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