En los últimos días la comunidad teatral fue de la mano con un llamado a las autoridades para reclamar por la "apertura de los teatros con protocolo". No se puede vivir sin salud, pero hay un bienestar incompleto sin cultura. La pandemia instaló a dos protagonistas relacionados con el teatro: el más feliz es el streaming; el más desgraciado, la desocupación.
Sabemos que el teatro es un hecho en vivo irreemplazable, que cada función es única e irrepetible y que el trabajo del artista sobre el espacio escénico se completa con aquellos que observan y escuchan. El hecho teatral es un suceso unívoco. Todo lo que ocurre dentro de ese edificio hace al hecho artístico y a esa ceremonia emocionante que es el arte escénico.
El streaming claramente no reemplaza al teatro, pero como registro visual acompaña, ofrece una pintura virtual de aquello que suele ser real. Aprendimos a abrazarlo con cariño por eso y porque nos dimos cuenta de que es la mejor manera de acercar algunos espectáculos a muchas personas que no tienen la posibilidad de presenciarlos. Al principio, los espectadores que padecíamos la abstinencia teatral veíamos con fervor cuanta obra filmada estuviera en nuestro poder. Poníamos dinero en la "gorra virtual" para agradecer esa caricia escénica a través de una pantalla y para ayudar a aquellos que nos brindan su arte sin poder trabajar realmente. Muchas de esas filmaciones no eran las mejores, pero su éxito radicaba en el amor de los espectadores y la necesidad del artista de hacer, de representar. Fuimos miles los que no viajamos al Reino Unido pero pudimos deleitarnos con las puestas del Shakespeare’s Globe, la mixtura perfecta entre cultura y entretenimiento; o esos incunables que ofreció por mucho tiempo el Berliner Ensamble, el National Theater o el Lincoln Center; y esos musicales –para muchos inalcanzables– que plataformas y canales de YouTube pusieron al alcance de todos.
¿Por qué no puede haber teatro? Con capacidad reducida, con medidas extremas de higiene y sanidad. Porque la cultura es vital para el crecimiento de un pueblo
Luego nos dimos cuenta de que había algo mejor: el streaming teatral como género en sí mismo. Es decir, aquel que no pretende igualar lo que ocurre con el hecho en vivo, con esa comunión artista-espectador, ni tampoco pretende transformarlo en algo cercano a un programa televisivo. Lo logran Teatrix con sus filmaciones a cinco o seis cámaras y, sobre todo, las propuestas originales, realizadas para este formato ya sea en vivo o grabadas. El streaming teatral llegó para complementar, para demostrarnos que la cámara puede ser aliada si no pretende igualar ni mejorar nada. ¿Cómo se podría mejorar un ritual sensorial como es una función presencial de teatro o de danza?
Pero siete meses de inactividad es el sinónimo de muchos miles de personas desocupadas. No solo las que el público ve sobre el escenario sino todos los que provocan el hecho artístico (directores, creativos, técnicos, operarios, y un larguísimo etcétera). Si hay shoppings o ceremonias religiosas, si se puede viajar en un micro o avión durante cinco u ocho horas, si se puede atender una caja de supermercado con cientos de personas pasando a menos de un metro de distancia… ¿por qué no puede haber teatro? Con capacidad reducida, con medidas extremas de higiene y sanidad. Porque la cultura es vital para el crecimiento de un pueblo y ni las guerras, ni las pandemias impidieron que haya un artista haciendo y un espectador disfrutando. Las artes escénicas no son solo entretenimiento.
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