El Tao de Brecht
Fredric Jameson estudia con refinamiento y sutileza el pensamiento del dramaturgo y poeta alemán y la actualidad de su legado en un escenario posmoderno
La dramaturgia de Bertolt Brecht (1898-1956) se suele asociar al llamado "efecto V" o "de distanciamiento". V es la inicial de una palabra alemana que, en Brecht y el método, Fredric Jameson propone traducir mejor como extrañamiento, también para permitir una conexión con el antecedente que representa el formalismo ruso. El extrañamiento teatral se dirige a desbaratar la identificación entre el espectador y la acción escénica, aquello que haría posible la catarsis, según postuló Aristóteles hace dos milenios y medio. Brecht defendió una poética abiertamente contraria a la aristotélica; en ella el espectador tiene un papel activo y, al mismo tiempo que disfruta del espectáculo, aprende una lección política. Es preciso desarmar la ilusión de que el orden social sea algo natural. Lo que sucede en el teatro es producto de un trabajo, de una construcción. La obra –la vida– podría ser de otro modo.
La paradoja es que Brecht, el poeta del extrañamiento, podría resultar –él mismo, junto con su arte y su época– algo muy extraño para nosotros. El tiempo que le tocó vivir fue violento, vertiginoso y, para él, "la historia era su vida privada", escribe Jameson. La confianza de Brecht en las potencialidades políticas y pedagógicas del arte puede asimismo despertar entre nosotros, habitantes de la era del desencanto posmoderno, una reacción escéptica.
Brecht fue un moderno genuino, incluso por sus diferencias con el modernismo. El posmodernismo, opina Jameson, sólo podría aprovecharlo en un sentido irónico, o bien admirarlo por aspectos fragmentarios de su obra, que atravesó una variedad de géneros. ¿Qué nos vincula entonces con Brecht? ¿Cuál es su legado?
En unos pasajes particularmente brillantes, Jameson argumenta que Brecht quiso volver extrañas sus propias tradiciones e ideas recurriendo a China, por entonces lo radicalmente otro de Occidente y no su actual sostén financiero y proveedor industrial. Jameson abre su texto con un análisis de las alegorías chinas de Brecht y su intento por discutir los problemas del comunismo a través de narraciones a la vez ejemplares y distanciadas. Satíricas e intertextuales, como gran parte de su obra, en ellas Brecht no apela al Kitsch y menos aún a la verdad histórica. En el Tao, comenta Jameson, él encuentra una especie de sustituto para las integrales visiones del mundo que la modernidad aplastó.
Brecht restablece, con decisión política y eficacia lírica, la utilidad del arte luego de que la estética burguesa desterrara la noción de las discusiones. Porque el arte debía mostrar un mundo contrapuesto al de la vida cotidiana, dedicada a la búsqueda de riqueza y seguridades. Alejado de los valores que absorbían la existencia de los buenos padres de familia, el arte era el remanso desinteresado para una existencia consagrada a la apropiación.
Con su celebración del arte útil, político, didáctico, Brecht se opone a los modernos. Ese afán pedagógico, aclara Jameson, estuvo presente en el arte de todas las civilizaciones previas a la burguesa; e impulsó a Brecht a explorar tradiciones campesinas y precapitalistas. Lo útil es aquello que mueve a la acción porque presenta las cosas de otro modo. El teatro es, entonces, una praxis que impulsa a la praxis.
Pero la situación contemporánea parece haber anulado la posibilidad de toda acción en sentido sustantivo. Nuestras vidas están cristalizadas en profesiones, inmovilizadas en instituciones, nuestro horizonte es el consumo. La herencia de Brecht, por tanto, vuelve a encontrarse en una situación peculiar: parece más y menos actual que nunca. Nos recuerda la praxis y, a la vez, la característica impotencia social posmoderna.
Jameson, considerado el más excepcional crítico de la cultura activo en la izquierda actual, presenta en cada página de Brecht y el método interpretaciones sutiles y actitudes políticas. Por caso, en un golpe de imaginación teórica saca de la galera el ejemplo de Balzac, un escritor reaccionario que, en términos brechtianos, fue algo así como el "chino de Marx", porque éste admiraba su insuperable elocuencia sobre las miserias de una sociedad cuyos fundamentos últimos no cuestionaba. Monárquico, Balzac edificó, como ningún otro antes de Brecht, un arte sobre realidad del dinero.
La situación del escritor bajo el capitalismo fue otra de las preocupaciones de Brecht, y Walter Benjamin aprendió mucho sobre el tema durante su común temporada en Dinamarca. Hannah Arendt, escribió que Benjamin era el mejor crítico alemán, tironeado entre la influencia de la mística judía del gran cabalista Gershom Scholem y el marxismo de Brecht, a quien llamó el máximo poeta alemán de su tiempo (Adorno también lo ponderaba como poeta, pero sólo para descalificarlo como dramaturgo).
Benjamin fue, posiblemente, quien escribió los primeros y más perceptivos ensayos sobre Brecht en lengua alemana. Roland Barthes lo exaltó después en Francia, como evoca Jameson, y en esa jerarquizada genealogía podemos inscribir sin duda su Brecht y el método.
Brecht y el método
Fredric Jameson
Manantial
Trad.: Teresa Arijón
272 páginas
$ 115