El símbolo patrio que se canta con emoción en escuelas y canchas de fútbol cumple 210 años
En el bicentenario de la Asamblea General Constituyente, el Himno Nacional Argentino cuenta su historia: de “Oíd morales, el grito sagrado” a “O juremos con gloria morir” y de López y Planes a Charly García y Lali Espósito, ¿qué representa para la Argentina actual?
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El símbolo patrio que se canta con emoción en actos escolares y de viva voz en canchas de fútbol cumple doscientos diez años en 2023. A pedido de la Asamblea General Constituyente de 1813, la letra fue escrita por un joven prócer porteño, Vicente López y Planes (1785-1856), al que Esteban Echeverría rebautizó como “hijo predilecto de las Musas Argentinas”. López, que ya tenía escritos varios versos en 1812, completó en pocas semanas el poema épico del Estado naciente, que en su versión original consta de nueve estrofas de ocho versos, más un estribillo de cuatro. Fue musicalizado por el compositor español Blas Parera y, antes de 1847, cuando se lo consagró como Himno Nacional Argentino, tuvo varias denominaciones: Marcha patriótica, Canción patriótica nacional y Canción patriótica.
“Y aconteció que en la sesión del 6 de marzo de 1813 se le encomendó al diputado Vicente López la formación de un himno o marcha patriótica -narra Pablo Emilio Palermo en la biografía Vicente López. Una biografía del autor del Himno Nacional Argentino (Sudamericana)-. El poeta López era el miembro de valía de la Asamblea que podía alcanzar aquella responsabilidad cívica: su Triunfo argentino lo había destacado no hacía muchos años como inspirado cultor de la trompa guerrera”. Esa obra de 1808, de 1112 versos endecasílabos, considerada “el primer destello de la poesía patriótica argentina” (Menéndez y Pelayo dixit), cantaba la defensa de la capital de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas.
Integrante del Cabildo Abierto, López (Palermo señala que el poeta pocas veces usó el apellido materno Planes) escribió el poema en su casa de la calle Perú, donde había nacido y donde murió, en 1856. “Había optado por trabajar las octavas italianas, agudas en el cuarto y octavo verso y acentuadas en la tercera, sexta y novena sílabas”, detalla el biógrafo. No se conservan el manuscrito original de la Marcha patriótica ni el decreto de aprobación de la Asamblea, solo la copia fiel sacada por el secretario doctor Bernardo Vélez para ser enviada al gobernador intendente de Buenos Aires, Miguel de Azcuénaga.
Según la profesora en Letras y ensayista Susana Poch, los versos de López se impusieron a los de Esteban de Luca por su tono “belicista y combativo”. En “Neoclasicismo y nación” (que integra el primer tomo de Historia crítica de la literatura argentina), la autora destaca que con el poema patrio se intentaba difundir las nociones de libertad e igualdad, “valores esenciales que deben ser percibidos por un pueblo en formación”. El musicólogo Carlos Vega (del que en abril se celebra el 125º aniversario de su nacimiento) y el académico Pedro L. Barcia también le dedicaron trabajos al “grito sagrado”.
“Sin duda, la lectura temprana de las poesías orientales de la Biblia, las de Virgilio y las de los poetas españoles de mi tiempo, unidas a mi imaginación del porvenir americano, cuyo magnífico desarrollo presentía con la revolución política contemporánea, exaltaron mi patriótico entusiasmo hasta poder representar los sentimientos de mi país y de la Asamblea que me honró con esa Comisión, de un modo satisfactorio”, escribió López en una carta al historiador español Justo Maeso.
“Vicente López y Planes fue, sin duda, uno de los hombres mejor preparados de su tiempo -afirma el historiador Miguel Ángel de Marco a LA NACION-. No se quedó con la formación brindada por la Universidad de Chuquisaca, sino que frecuentó la mejor literatura de su tiempo. Era un hombre de intelecto, pero cuando recibió el encargo de redactar la Marcha patriótica que se transformaría en himno de los argentinos, ya se había fogueado en combate con los ingleses y había templado su lira marcial con los sonoros versos de El triunfo argentino. En López se dio la conjunción de las letras y las armas que luego practicaron otros escritores-soldados. El Himno refleja el fuego y la decisión que animó a seres dispuestos a ganar la libertad, y si hoy no contiene las expresiones que provocaron fuego en las almas, conserva los principios que inspiraron la lucha de varias generaciones de argentinos”.
En marzo de 1900, durante la segunda presidencia de Julio A. Roca, a pedido de diplomáticos españoles se censuraron algunas estrofas del Himno que herían la sensibilidad de los inmigrantes que llegaban de España. El decreto del Roca establecía que “en las fiestas oficiales o públicas, así como en los colegios y escuelas del Estado, solo se cantarán la primera y la última cuarteta y el coro de la Canción Nacional sancionada por la Asamblea General el 11 de mayo de 1813”.
“Pero el Himno conservó en su letra y en la música casi religiosa de Blas Parera, el fervor patriótico que inspiró las grandes empresas nacionales -concluye De Marco-. Hoy más que nunca es necesario insistir desde la escuela y a través de otros canales que pueden aportar formación sobre los valores que inspiraron a quienes cantaron por primera vez la ‘marcha patriótica’ en la casa patricia de Mariquita Sánchez de Thompson, una fría noche de mayo de 1813″.
La poesía le dio forma al proceso revolucionario. “Pienso la poesía como un espacio de liberación total, tanto de fronteras como de identidades -dice a este diario el escritor Diego L. García-. Sin embargo, hay textos que se desprenden para siempre de las placas tectónicas de la literatura. La letra de nuestro Himno Nacional fue fruto de la inspiración de un joven de veintinueve años que en 1812 había asistido a una representación en conmemoración del segundo aniversario de la Revolución de Mayo; dicha obra llevaba, casualmente, música del catalán Blas Parera. En la escena final, cuentan, el pueblo entonaba unido en la plaza un canto de libertad. Si la letra de la Marcha Patriótica fue pensada como un cuerpo épicamente vigoroso para esas voces, no lo sabemos con seguridad. Sí que, desde su estilo neoclásico, López y Planes quiso perseguir la forma de las bellas letras. La idea de una técnica hegemónica en el trabajo escritural no era todavía puesta en cuestión. Pero más allá de ello, su texto original cumplía una función adicional: plantar la bandera de un carácter nacional aguerrido. Ciudadanos y ciudadanas exigen que se oiga el grito de libertad; no pintan los amables colores de una tierra ni festejan decorosamente la alegría de los pueblos. La exclamación del imperativo ‘¡Oíd mortales!’ da al sujeto, ese todos y todas transtemporal, la rebeldía de quien asume la acción de su destino, cueste lo que cueste”.
Manuel Mujica Lainez escribió versos jocosos sobre el símbolo patrio. “Ya suenan los acordes del Himno Nacional, / que estremecen el piano de Misia Mariquita. / La llama de las velas en la sala palpita / y el arpa estilo Imperio lanza su dulce arpegio. / (Todo eso está en la lámina que había en el colegio / y que nos repartían en copias y más copias, / y están también las altas, esbeltas cornucopias / y la dama que canta con graves ademanes / y cierta timidez, ante López y Planes)”. Tal vez la lámina descripta por el autor sea el óleo del chileno Pedro Subercaseuax que se puede ver en el Museo Histórico Nacional (donde aparecen San Martín, Pueyrredón y otros próceres que ni siquiera estaban en Buenos Aires en ese momento).
El Himno forma parte de grandes rituales deportivos como los Mundiales de Fútbol. La intérprete más reciente fue Lali Espósito, en Doha, el día que la selección argentina levantó la Copa del Mundo. “Siempre fue una cuestión el tema de los himnos en los Mundiales; siempre es discutible la mezcla de nacionalismo y fútbol -dice a LA NACION el periodista Alejandro Wall, coautor con Gastón Edul del best seller La tercera (Planeta)-. Pero lo que sucede en los estadios cuando se los canta es bastante impactante, y no hablo solo del Himno argentino. Muchas veces entra en ese terreno de lo simbólico, donde el fútbol termina convirtiéndose en la representación del país. Pero algo sucede con los jugadores y el Himno funciona como empuje en la manera de cantarlo, de gritarlo. Unifica a las hinchadas en la liturgia previa de los partidos, cuando se despliegan las banderas”. Wall acota que, en el Mundial de Qatar, el otro himno fue “Muchachos”.
En su elogiado O juremos con gloria morir. Una historia del Himno Nacional Argentino, de la Asamblea del Año XIII a Charly García (Eterna Cadencia), el profesor y musicólogo Esteban Buch resaltó la “paradoja” del himno patrio. “No solo refleja y promueve el ideal de la emancipación -escribió-. También tiene que ver con el servicio de las armas, con la muerte siempre posible, con la violencia de Estado. En él se cruzan el eje horizontal de la igualdad y el vertical de la autoridad. El canto enuncia el pacto que hace del individuo un ciudadano, es decir, un hombre libre, en la exacta medida en que hace de él alguien que obedece. De allí que una vez nacida la nueva nación, o más bien, una vez fundado el nuevo Estado, el dispositivo ritual del himno, que es uno de los pocos inventos de esos primeros años que no desapareció con la anarquía, estará siempre disponible para todos los nacionalismos, todos los militarismos, todas las dictaduras de los dos siglos siguientes”.
Para Buch, el coro del Himno -”O juremos con gloria morir”- plantea un pasaje del hombre al héroe revolucionario mediante la fórmula del juramento. “Claro que el poder no es ingrato, pues retribuye con la inmortalidad de la gloria -apunta el autor-. No se trata solamente de reforzar el reclutamiento militar, o de fabricar un consenso político. Con la marcha, la Asamblea General Constituyente busca sobre todo inspirar el ‘inestimable carácter nacional’. Esto tiene en efecto una importancia inestimable para el poder, porque ¿qué es el carácter nacional en la Argentina de 1813?”. Y a doscientos diez años del origen del Himno, ¿qué representa para la Argentina actual?
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