El señor de los caballos
Luis F. Benedit dejó un legado visual ecléctico, personalísimo, ligado a las tradiciones camperas, a su amor por la ciencia, por los cuchillos y por Darwin
Si el campo fue El Dorado de Luis Fernando Benedit es fácil encontrar en el conjunto de su obra los caminos de la inspiración y la materia con la que construyó un universo personalísimo y fácilmente reconocible. Los cuchillos, los caballos, los huesos, los perros, los ranchos, la Patagonia, Ceferino Namuncurá y Darwin, entran y salen de la escena conformando una galeria de personajes que termina siendo familiar.
"Hombre de huesos duros y corazón tierno", según lo definió al despedirlo su amigo Emilio González Moreno, Tatato Benedit buscó y encontró la manera de llevar al arte lo que sentía cercano y propio, en un raro viaje que hizo escala en sus proyectos ligados a la ciencia y a la ecología, que le valieron un lugar en el MoMA de Nueva York, invitado por Waldo Rasmussen, curador que sería el primero, en 1992, en montar una exhibición panorámica del arte latinoamericano. Más cerca de los pintores viajeros que de sus contemporáneo, Benedit encontró en la obra Monvoisin,Pallière y Rugendas, sus orígenes estéticos. "Si fuera holandés sería Rembrandt, pero soy criollo y es Palliere", en alusión a la obra de enorme valor iconográfico por su registro único de las costumbres de la pampa nuestra.
El campo es el país de la infancia, pero también a donde vuelve de grande, cuando se encapricha con una vieja carnicería del pueblo de Santa Coloma que transformará en un lugar grato para largas conversaciones de sobremesas sin tiempo. De una u otra manera, el amor por la naturaleza y la búsqueda de la identidad está en la génesis, es meta y punto de partida, como en las carbonillas del dibujante virtuoso que descubren las caras atónicas de caciques sureños o de próceres de la patria grande.
En una recordada edición de ARCO, la feria de Madrid, Benedit presentó una "mulita" atravesada por un facón. Una escultura extraña encapsulada en una campana de vidrio que despertó la curiosidad de la Reina Sofia de España en su recorrida por la exposición. La explicación de Tatato y la cara de asombro de su galerista y amiga, Ruth Benzacar, forman parte de una historia paralela a la solemnidad de la visita real.
Como si presintiera un final, Benedit cerró en los últimos años etapas y ciclos creativos. Celebró sus setenta años con una fiesta inolvidable en la galería Wussmann, de César Menegazo Cané, y montó en el Malba su recordado Equinus Equestris, donde se hizo patente su pasión por los caballos, rara mirada, ajena a todas las convenciones como fue su aproximación a la ciencia cuando diseñó el Biotrón, para representar a la Argentina en la 35» edicón de la Bienal de Venecia. Un laboratorio de etología experimental que consta de una colmena de observación, jaula de vuelo y flores artificiales, en control de flujo de alimentos para 4000 abejas. Un complejo experimento que desarrolló con gente del Conicet y trasladó al pabellón veneciano. El arquitecto tenía también sus argumentos: una habilidad innata para el dibujo y un exquisito gusto, la apreciaciación de la calidad genuina, especialmente en custiones de diseño. Hasta llegó a decir (¿en broma?) una boutade recogida por los medios: "Entre una Ferrari y un Fontana... me quedó con una Ferrari".
En Molina Campos encontró un alter ego, solo que descompuso la figura en un registro cubista "post-picassiano", que sumaba un toque de humor inesperado a esos gauchos de ojos grandes y desconcertados, como en sus ancestros salidos de la mano de don Florencio, el artista que sedujo con sus creaciones al mismismo Walt Disney.
Coherente con su pasión y gratitud por los gauchos de Molina, montó en los noventa, en el Museo Nacional de Bellas Artes, una linda muestra de los Almanaques de Alpargatas; dos años atrás culminaría su tarea con el proyecto del Museo Molina Campos, en Areco, impulsado por su amigo el coleccionista Octavio Caraballo.
En Memorias australes , cuidada edición del milanés Philippe Daverio, con prólogo de Enrique Molina, Benedit rinde homenaje a otra de sus figuras fetiche Darwin. Le fascina su viaje por el Canal de Beagle, en plan de clasificador de especies. Dos últimas muestras fueron la oportunidad para reunir los universos que amaba: los caballos, en la retrospectiva del Malba, y la Platería de las pampas, en la que cuidó cada detalle de las vitrinas, los colores, para poner en valor las piezas únicas de las Colección de Claudia Caraballo de Quentin. Casi terminaba 2010 y Tatato disfrutaba de los trabajos hechos y los proyectos venir. Era verano y el horizonte se veía infinito, como en la pampa.