El semiólogo más sensual: 7 claves para entender a Roland Barthes
Se cumple el centenario del pensador francés, autor de una obra que, desde la literatura, cambió también la manera de estudiar la publicidad y la comunicación; la semana que viene empiezan los homenajes
Él, que compartió el nombre del héroe épico que fundó la literatura en su idioma, batalló con un enemigo más dañino que la tuberculosis. Su verdadera enfermedad fue el aburrimiento. Esta patología lo persiguió durante toda su existencia, y aunque el antídoto eran sus amigos y el trabajo -esa aguda capacidad de observación y su poder para que las palabras se aliaran a sus ideas, y no viceversa-, en su hábitat natural, el mundillo académico, emergían los síntomas de inmediato. En lugar de concebir a la crítica literaria como una trinchera, en una época donde los filósofos adquirieron fama internacional y hasta se convirtieron en ídolos juveniles, Roland Barthes abandonó ese escenario gris atiborrado de categorías deshumanizadas y construyó un espacio amoroso donde se burló de la figura del intelectual ("enflaquecer es el acto ingenuo del querer-ser-intelectual"). Habló sin afán didáctico, aunque prisionero de su pasado como profesor de escuela, y, sabio conocedor de su dolencia, construyó textos apasionantes, de dócil lectura. Su rebeldía consistió en abordar la fría teoría con la calidez y las luces de las metáforas, a las que prefería antes que a los conceptos estáticos.
Hace un siglo -será el 12 de noviembre- nacía Roland Barthes, el más sensual de los semiólogos, filósofo de la lengua, cuyo torbellino de ideas produjo un modo diferente de comprender a la literatura. Su primer recuerdo sobre aquello a lo que luego estudiaría con erotismo, el discurso y el relato, se vinculaba a sus abuelas: una, hermosa y parisina; la otra, provinciana y dueña de un francés pulcro. En este universo femenino pasó su infancia, en Bayona, en el límite con la frontera española. Su padre falleció cuando era muy pequeño y Barthes vivió con su madre hasta que ella murió, casi en el final de su vida, que terminó en un accidente de tránsito, frente al Collège de France donde comandaba la cátedra de Semiología Literaria que había sido creada para él. Apasionado por el teatro y estudioso de Freud, bromeaba en su autobiografía Roland Barthes por Roland Barthes al recordar su niñez: "Ni padre que matar, ni familia que odiar, ni medio que rechazar: ¡gran frustración edipiana!".
La obra de Barthes es hoy lectura obligatoria en disímiles carreras (Publicidad, Literatura, Comunicación, Política, Fotografía, etc.), dado que aborda desde múltiples planos de qué modo les otorgamos significado a los textos que leemos, creamos y nos rodean. Harto de tanto "texto legible", uno más dentro de una masa de literatura, se dedicó a los "textos escribibles", aquellos que permiten crear e involucrarse, e incluso talló muchos de ellos, que, en proporciones semejantes, conmueven, enamoran y hacen pensar. Estudió lo obvio, lo popular y lo humano, en otras palabras, lo necesario, y aquello que nos define como personas.
En su nombre
10 de agosto
Charla de Raúl Antelo. En el C. C. Borges, a las 18.
13 de agosto
Mesa con Daniel Link y Héctor Schmucler. En la Biblioteca Nacional, a las 19.
20 de agosto
Mesa con Martín Kohan y Oscar Steimberg, en la Biblioteca Nacional, a las 19.
27 de agosto
Lectura de Silvia Hopenhayn en la Alianza Francesa, a las 19.
Conceptos centrales del universo barthesiano
1 El grado cero de la escritura
Un joven e ignoto Barthes irrumpía en 1953 en la escena académica con un pretencioso ensayo donde indagaba sobre una compleja cuestión: qué es la escritura. Allí argumentaba que no existen discursos neutros, asépticos, y que toda pretensión de objetividad ("el grado cero") era, por lo tanto, imposible ("no hay lenguaje escrito sin ostentación"). Hoy puede sonar obvia esta afirmación, pero por entonces alertaba, por ejemplo, de la no inocencia de los discursos políticos. Cada autor está atado a una lengua, a un género y a un estilo. En cada discurso se evidencia una tradición a la cual pertenece y de la cual el autor no puede escindirse.
2 La muerte del autor
¿Quién es el verdadero autor o creador de determinado texto (entendido como una novela, una película, una partitura, etc.)? No es la persona física quien hace una obra de arte. Un texto es creado por una multiplicidad de conciencias, culturas, ideas, pensamientos, filosofías e ideologías. Un escritor posee la propiedad intelectual de un texto determinado, pero subyace en su trabajo una gran cantidad de capas de textos previos que leyó, ideas que lo forjaron y experiencias. Dentro de cada espectador, de cada lector, se encuentran el sentido y la interpretación que terminarán por dotar de un sentido a un texto, y eso nos convierte también en autores.
3 El erotismo
En una entrevista a la TV en 1973, con ocasión de la publicación de El placer del texto, Barthes definía al erotismo como la "investidura amorosa hacia un objeto" y destacaba la capacidad de otorgarle a un texto un halo amoroso. Una obra de arte puede generar una energía única, una sensación que no es otra cosa más que el placer, una especie de euforia, y vinculado a este estado podía surgir la perversión: la disposición que separa en dos al sujeto. Barthes recordaba que los espectadores de la antigua Grecia ya conocían el final de las tragedias que presenciaban, puesto que estas ficciones partían de mitos. Sin embargo, y aquí actuaba la perversión, el público contemplaba la función y se comportaba como si no conociera el final.
4 La pasión amorosa
Una estudiante de literatura de una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos llora en su cama aferrada a un ejemplar de Fragmentos de un discurso amoroso, de Barthes, un libro al que regresa una y otra vez, casi como si de un manual de autoayuda se tratase. Allí Barthes intenta definir qué significa estar enamorado, la soledad, la pérdida del ser amado, y otros estados de la galaxia sentimental. Jeffrey Eugenides, ganador del Pulitzer, creó en La trama nupcial a Madelaine, una heroína posmoderna, en una suerte de reinterpretación de las novelas de Jane Austen. Eugenides le rinde homenaje a ese texto de Barthes, quien había escrito sobre la posibilidad de que algunos lectores entablen un vínculo casi fetichista con un libro.
5 Mitología
Un strip-tease, una exposición de arte, Greta Garbo o un plato de cocina, el tradicional y también el très chic. Barthes estudió la cultura de masas de la "sociedad burguesa", como él la llamaba. Con su lupa marxista reflexionaba sobre manifestaciones populares que retrataba en aguafuertes. Las columnas de la revista Lettres Nouvelles dieron forma al célebre Mitologías, por el cual es señalado por muchos intelectuales como el pionero de la crítica cultural. Si en su origen los mitos, entendidos como un relato, es decir, un sistema de signos con un significado, habían otorgado respuestas e impuesto valores a los griegos, en la Francia de posguerra operaban, con distinto rostro, otros mitos. Barthes no sólo los describía, sino que procedía a desmitificarlos, a señalar dónde, en aquello de apariencia natural y hasta casual, se hacía presente lo social ("Hay personas que creen que el catch es un deporte innoble. El catch no es un deporte, es un espectáculo, y no es más innoble asistir a una representación del dolor en el catch que a los sufrimientos de Arnoldo o de Andrómaca").
6 El lenguaje estructural
Un escultor se enamora de una mujer, pero, en realidad, debajo de esos vestidos se encontraba un castrati. Tanto lo conmovió y releyó Sarrasine, de Balzac, que Barthes elaboró una teoría a partir de esta historia. Con este material y desde la inicial de este personaje a la inicial de la musa, Zambinella, cinceló S/Z, un experimento y un modelo donde aplica su teoría literaria a un ejemplo concreto. Barthes descompuso a Sarrasine en lexias, o unidades que dan cuenta de los significados, para realizar cinco lecturas posibles: psicológica, psicoanalítica, temática, histórica y estructural. Muchos intelectuales se quedan solo en el ámbito teorético de sus ideas, pero este no es el caso de Barthes.
7 Burlar a la muerte
Pocos después de la publicación de La cámara lúcida, que ronda el lenguaje de la muerte, Barthes fallece. En este ensayo agudizaba su lente para analizar los elementos retóricos, o de connotación, que integran a la fotografía, y a los que equipara con un lenguaje integrado por signos alfabéticos. El semiólogo se propone otra titánica tarea: comprender el motivo por la cual una imagen genera determinado efecto en su observador. La fotografía, para Barthes, posee un poder fáustico: detiene el tiempo y burla a la muerte.
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