El secreto y la espera
EL DERRUMBE DELA BALIVERNA Por Dino Buzzati-(Emecé)-Trad.: J. R. Wilcock- 315 páginas-($ 28)
Dino Buzzati debe su fama a la novela El desierto de los tártaros , donde se ocupó, como Kafka, como Beckett, de la postergación y de la espera. Todo lo que escribió antes parece un borrador de esa gran novela y todo lo que escribió después, una posdata; expediciones tardías a una fortaleza ya abandonada.
Algunos de sus relatos, sin embargo, son tan buenos como aquella novela y respiran un clima parecido. Buzzati publicó en el Corriere della Sera (donde trabajó por más de cuarenta años) muchos de sus cuentos que después reunió en varios libros: Los siete mensajeros (1940), Miedo en la Scala (1949), El derrumbe de la Baliverna (1957), Experimento de magia (1958), El colombre -nombre de un pez imaginario- (1966) y Los milagros de Val Morel (1969). Junto con Italo Calvino, Buzzati es uno de los nombres más importantes de la literatura fantástica italiana, a los que habría que agregar los de Francesca Duranti y Paolo Maurensig.
En El derrumbe de la Baliverna la obra de Kafka está muy presente, no tanto en el motivo de la espera como en el gradual empeoramiento de una situación que se adentra en la desesperación o la catástrofe. Con Kafka y Lord Dunsany comparte Buzzati la voluntad de dar a sus relatos la atemporal entonación de una fábula. El italiano hizo de su literatura una fortaleza, a la que sitian, en lugar de los postergados tártaros, las hordas de la modernidad. A pesar de su ejercicio periodístico, que lo mantuvo tan cerca del mundo, Buzzati dejó a su obra aislada de la política y de los debates en torno al compromiso del escritor o al rol del psicoanálisis. La ciudad aparece en sus libros como infierno; la multitud, como pesadilla. La lucha de clases lo dejaba menos perplejo que las luchas entre jóvenes y viejos, entre vivos y fantasmas.
Algunos de los cuentos que aparecen en El derrumbe de la Baliverna son perfectos; en otros los símbolos, en lugar de ser la estela que deja la narración, se adelantan a ella, la interrumpen y asfixian. "El derrumbe de la Baliverna", "El hermano cambiado", "El músico envidioso" y "El caso de Aziz Maio" se encuentran entre los mejores cuentos del libro. Están recorridos -como toda la obra de Buzzati- por la sensación de que algo horrible está ocurriendo o a punto de ocurrir. Todos saben el secreto, excepto el protagonista, que se entera cuando es demasiado tarde, cuando todo está perdido.
Dino Buzzati nació el 16 de octubre de 1906 en la bella y austera ciudad de Belluno, aislada entre las montañas del Véneto. Las Dolomitas están siempre presentes en sus cuentos y novelas, a veces de un modo cercano al realismo y otras, bajo la geografía de la fábula. A los 22 años entró a trabajar en el gran diario milanés Corriere della Sera . Cuando se publicó El desierto de los tártaros , Buzzati estaba en Addis Abeba (Etiopía), donde permaneció primero como corresponsal y luego como soldado. El editor, Rizzoli, consideró que el título original de la novela, La fortaleza , llevaría a pensar en plena guerra en una novela bélica y le sugirió cambiarlo.
Buzzati escribió novelas, cuentos, teatro y un libro para niños ( La famosa invasión de los osos en Sicilia ) que él mismo ilustró. Hacia el final de su vida, se dedicó con entusiasmo a la pintura: en sus cuadros abundan los monstruos, una arquitectura fantasmal y muchachas desnudas amenazadas por insectos gigantes. El libro de las pipas -delirante manual para fumadores- es otro de sus libros ilustrados.
Los amigos del escritor llamaban a la casa familiar de los Buzzati la fortaleza. El nombre no era caprichoso: el padre había muerto muy joven -Dino tenía cuatro años- y los tres hermanos varones, siempre solteros, vivieron con la madre hasta que ella murió, a los noventa. Era tan difícil salir de la fortaleza Buzzati como de la fortaleza Bastiani (donde transcurre El desierto de los tártaros ). Dino se casó ya cumplidos los sesenta años, con la muy joven Almerina Antoniazzi.
Durante los últimos años de su vida viajó mucho, ganó premios, visitó en Nueva York a los pintores del pop art, hizo exposiciones de sus cuadros. A fines de 1971 debió ser internado y el 28 de enero de 1972, a las cuatro de la tarde, murió. Cuentan que en ese momento el aire se hizo oscuro y se desató una sorpresiva tormenta de nieve. En sus libros, la naturaleza y los hombres están unidos por correspondencias secretas y a menudo destructivas. Quizás a Buzzati no le hubiera disgustado esa despedida: que la vida de la ciudad, bajo la tormenta repentina, haya aceptado, como en tantos de sus relatos, el poder del símbolo.
La impecable traducción es del escritor argentino Juan Rodolfo Wilcock, quien a mediados de los años cincuenta eligió a Italia como definitivo lugar de residencia.
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