El romántico utopista
Fue el introductor del romanticismo en el Río de la Plata y escribió el primer texto realista de la literatura nacional, "El matadero". Convertido en una de las principales figuras de la generación del 37, desplegó el ideario de la Revolución de Mayo en El dogma socialista y escapó de la tiranía de Rosas exiliándose en Montevideo. El próximo viernes se cumplirán ciento cincuenta años de su muerte
Es primavera, es 1831 y Enrique Pellegrini, el pintor de moda en Buenos Aires gracias al cual las bellas porteñas y los más encumbrados pasarán a la posteridad, está retratando a Esteban Echeverría, quien hace algo más de un año ha regresado de París con proyectos que entusiasman a la más bien adormilada sociedad y acaba de publicar en La Gaceta Mercantil , aunque sin firma, unos poemas, "El regreso" y "En celebración de Mayo". Dicen que el pintor consigue gran semejanza con los modelos en esos retratos a la acuarela o al óleo. Podemos ver a su modelo, muy elegante, levita según la última moda que exige mangas rígidas y solapas muy planchadas, amplio corbatón con doble vuelta alrededor del cuello y ese rostro pálido, de buen ver, según Battistessa, con abundante pelo ensortijado y ese aire melancólico que nace en los grandes ojos y se prolonga en una fisonomía más bien reservada. En ocasiones, el poeta recurre al uso, a veces impertinente, del monóculo, sobre todo cuando recorre la Alameda, a orillas del río flanqueado no por álamos, como podría pensarse, sino por ombúes, por donde las bellas niñas de la sociedad pasean su donaire y él, su mirada distante.
Seguramente en otras ocasiones también recurre al mentado monóculo José Esteban Antonino Echeverría y Espinosa, pero si cito a la Alameda y a las bellas es porque al joven siempre le han gustado las mujeres y hasta tuvo ciertos amores escandalosos que con el paso del tiempo serán motivo de remordimiento y literatura. Por otra parte, ¿no se susurró en corrillos sociales su probable noviazgo con Agustina Rosas, la bella hermana del Restaurador? ¿Y acaso en íntimos bisbiseos no se mentaba cierta relación sentimental con Mariquita Sánchez, "una de las porteñas más bellas" como él mismo dijo, y suerte de Madame de Sevigné rioplatense como se la reconoce? Pero pese a tantos escarceos, el vate, miren ustedes, permanecerá soltero.
Puñaladas y amoríos
El Barrio del Alto, a pocas cuadras del convento de San Francisco, más allá del Hospital de los Betlemitas donde se encerraba a los locos y del zanjón que debían vadear las carretas para entrar en la ciudad, fue el lugar de su nacimiento (el 2 de setiembre de 1805) y también de sus primeras andanzas. Ese arrabal recio, de troperos y matarifes, de pulperías y tugurios de juego, de caña y carlón, de riñas y cuchillos camorreros fue el escenario por donde se vio la espigada y cenceña estampa del poeta en su traquetear por bailes equívocos, desafíos en el billar y guitarreadas. El se encargará de exponer reiteradamente su pasado, tal vez exagerándolo: "Cuando tenía quince años unos amoríos de la sangre, un divorcio y puñaladas en falso, escandalizaron a medio pueblo [É] a los dieciocho conocíanme muchos por carpetero, jugador de billar y libertino".
¿Tenía ya por entonces ese aire distante y más bien retraído que presta a su figura cultivada estirpe byroniana? Sospecho que no. Había pasado por las aulas y las había abandonado. La muerte de su madre (su padre había fallecido cuando él tenía apenas once años y el tutor que le tocó le resultó nefasto) fue probablemente su camino de Damasco. Entonces ingresa en el Departamento de Estudios Preparatorios de la Universidad de Buenos Aires, cursa latines y filosofía, estudia dibujo y por fin se emplea como dependiente de la Aduana en la casa Lezica Hermanos. "En los momentos desocupados y sobre los fardos de las mercaderías de los almacenes al por mayor de la casa de sus patrones" estudia por su cuenta libros en francés sobre historia y sobre poesía, garabatea en ciertos papelitos sueltos reflexiones y datos que servirán a su amigo Juan María Gutiérrez para la futura imprescindible biografía. Comienza a tener problemas en el corazón, "foco de todos mis padecimientos" dirá y escribirá, puesto que todo en él se hará materia literaria.
Devorador de teorías
Después deja los lances barriales y las pólizas y seguros de su tarea de despachante de aduana y parte hacia París en busca de aquietamiento y alimento intelectual. En su bagaje lleva las lecciones de aritmética y álgebra, una gramática, un diccionario francés y, reparen en esto, la Lira argentina que acaba de aparecer. Necesita consigo lo mejor de su patria: los poetas que la cantaron. Porque si algún sueño alberga auspiciado por las luces de la gestión rivadaviana, sin duda es el de un regreso que le permita servir al país. Parte en La joven Matilde como comerciante (según figura en el libro de salidas de la aduana). Regresa escritor: el libro de entradas lo registrará literato. Los tiempos han cambiado y también su destino.
Pero en París ¿qué ha hecho en esos cuatro años (1826-1830)? Pues tuvo profesores particulares, escuchó lecciones en el Colegio de Francia y en la Sorbona, frecuentó las ciencias políticas y la filosofía que tanto entusiasmaban al romanticismo, las ciencias físico-matemáticas y la historia, practicó el dibujo, escuchó a los maestros de moda, leyó desde Pascal y Montesquieu hasta Leroux y Guizot y a Vico y a Chateaubriand y a Lamennais y a Shakespeare y a Goethe pero, por sobre todo, a Byron. Puede sospecharse de qué modo el ávido rioplatense se lanzó a todo en esa caldera cultural donde un desdibujado personaje, F. Stapher, traductor al francés del Fausto , lo introdujo en tertulias y salones intelectuales que él amenizó con los rasguidos de su guitarra como en los años veinte lo haría otro porteño, Ricardo Güiraldes. Pero por sobre todo Echeverría comenzó a escribir. ¿Fue testigo de la batahola entre románticos y clásicos en la representación del Hernani , de Victor Hugo, el 25 de febrero de 1830? Quién sabe: probablemente estaba en Londres, ciudad que quiso conocer antes de volver al terruño, emplazado por la merma económica y tal vez por las flaquezas de su corazón. De cualquier modo, si no estuvo el día de la batalla, sí conocía la historia y volvía enrolado en la nueva corriente estética que barría las convenciones retóricas heredadas de los clásicos. Y dispuesto a trasvasar a su país los nuevos registros.
Visión y voz innovadoras
Al llegar lo aguardan la tristeza y quizá la confusión. Rivadavia ya no está, la sombra del Restaurador planea sobre todos, él se lamenta en prosa y en verso: "Volvió a la patria, joven todavía,/ llena el alma de bellas ilusiones;/ la patria de su amor ya no existía"( El ángel caído ).
¿Qué queda frente a un país que ve menguadas sus libertades y a ciudadanos a quienes desde el gobierno se solicitan sumisiones que alguien como Echeverría no está dispuesto a conceder? Quedan la resistencia y el trabajo. Echeverría escribe. Echeverría publica Elvira o la novia del Plata . Por primera vez ventea su nombre. Comienza a ser conocido ya que no reconocido, aunque en The British Packet encuentra algo así como el espaldarazo inicial: "Una lectura de Elvira nos ha convencido de que su autor tiene talento poético, ha hecho un eficaz galanteo a las Musas, y puede en el futuro merecer un nicho en el templo del Parnaso". ¡Y todo en inglés!
Como la mentada Elvira no tuvo el éxito esperado, y como el corazón seguía con sus disturbios, y como "ya nada debo aguardar del tiempo más que una muerte prematura e ingloriosa", es decir, como la melancolía lo abate, parte hacia Mercedes, en la otra banda del río, con su amigo Gutiérrez y sus libros: "Adiós digo a tus orillas, hermoso río y me alejo/ como vine, atribulado,/ triste, abatido y enfermo". Si la vida bucólica no le devolvió el ánimo, sí suscitó el retorno de la Musa (en ocasiones, "harto más dormilona que la de Homero" sentenciará Battistessa). Surgió "La diamela", poemita que quizá habría pasado sin pena ni gloria si Esnaola no le hubiera puesto música. ¿La recuerdan? "Dióme un día una bella porteña/ que en mi senda pusiera el destino/ una flor cuyo aroma divino/ llena mi alma de dulce embriaguezÉ" Después se decide: reúne sus poemas y los llama Los consuelos , "fugaces melodías de mi lira" dice, y con ellos ¡aparece el primer libro de versos de un poeta argentino en el país de los argentinos! Y esta vez sí logra imponerse a críticos y lectores, sueño de todo escritor. Enhorabuena. Como dato pintoresco puede recordarse que Juan Thompson, el hijo de su admirada amiga Mariquita, insinúa en El diario de la tarde alguna objeción que cayó como balde de agua fría al arrebatado autor: para tener verdadero valor social -cronista dixit - el poeta debe animar, no afligir, cantar a la esperanza, no a la muerte. Muy bien, pero ¿cómo pedir peras al olmo?
Al poeta le ha ido bien, pero en el país las cosas andan mal: ocurre el asesinato de Quiroga, ocurre el regreso de Rosas al poder, ocurre la gran agachada pública: las facultades extraordinarias para el Restaurador de las Leyes. Y la ciudad se viste de colorado. Y de miedo.
Echeverría y Juan María Gutiérrez, cinco años menor que él, incurrían en largas caminatas que promovían la reflexión y el análisis, "sin más guía que la imaginación y los sentidos", dejó escrito el biógrafo. Pues bien, a esos largos paseos se suma Juan Bautista Alberdi, un año menor que Gutiérrez. ¿Qué conversarían por entonces? Puede presumirse: Echeverría promueve la Asociación de Mayo, Alberdi redactará las Bases de la Constitución, Gutiérrez integrará el Congreso Constituyente, sintetiza José Luis Lanuza. Son la nueva generación argentina. La del 37.
La generación del 37
Habían nacido alrededor del año 10, no se habían exiliado como tantos, no pretendían ser unitarios, de ningún modo eran rosistas. Querían cortarse solos, digamos. Resultó lógico: Esteban Echeverría era el mayor, nuclearía a esos jóvenes porque él traía de Francia, además de la novedad del romanticismo, la atmósfera efervescente de su sociedad y la ansiedad de reformas sociales. Pero "romántico en literatura, demócrata en política, reformista en materia social", dice Alberdi, Echeverría no quiere trasplantes, mira el entorno, la realidad, lo propio, lo nuestro. En 1848, sigue en lo mismo: "Tendremos siempre un ojo clavado en el progreso de las naciones y el otro en las entrañas de nuestra sociedad", concepto que en un hoy globalizado viene de perillas.
Debe decirse que por entonces un montevideano inquieto había abierto una librería destinada a hacerse célebre. Primero en la calle Defensa, entre Belgrano y Moreno, después en la calle Victoria, el local de Marcos Sastre (autor de El temple argentino ) fue punto de reuniones y debates. Allí se encontraron Echeverría, Gutiérrez y Alberdi y del intercambio de ideas, voluntades y esperanzas nació el Salón Literario amparado por una divisa que era un latinajo y un latigazo: Abjiciamus opera tenebrarum et induamur arma lucis . Que en buen castellano quiere decir "Arrojemos las obras de las tinieblas y vistamos las armas de luz". Y que es de San Pablo el Apóstol.
Como el Salón Literario se hacía importante y como era una especie de avispero y como a don Juan Manuel no le hacía ninguna gracia, había presiones. Por ejemplo, Echeverría fue invitado a cantar las recientes hazañas contra los indios llevadas a cabo por Rosas, a quien los adulones llamaban El Héroe del Desierto. Con toda educación, como sin duda le había enseñado su mamá y quizá París, y con la prudencia exigida por los tiempos, dijo no poder hacerlo porque estaba en otra cosa: estaba en cantar al paisaje americano y a la pampa. Estaba escribiendo La cautiva . Y una noche los contertulios escucharon dos de sus capítulos que despliegan por primera vez, en poesía culta, como dijo Mastronardi, la inmensidad por donde andan los vientos y los cielos de América: "Era la tarde, y la hora/ en que el sol la cresta dora/ de los Andes. El Desierto/ inconmensurable, abierto/ y misterioso, a sus pies/ se extiende, triste el semblanteÉ"
El exilio
Mientras tanto, el grupo literario que se reunía en la trastienda de la librería y también en la litografía de Bacle y en las tertulias de Mariquita pasará a ser grupo revolucionario, pues así lo exigen los tiempos. En enero de 1838 se cierran librería y Salón Literario y el autor de La cautiva funda, junto a Gutiérrez, Alberdi, Marcos Avellaneda y Carlos Frías, La Joven Generación Argentina. En las iniciales "Palabras", Echeverría acuña el discurso emblemático que dará pie al Dogma socialista y será editado en 1846, en Montevideo, como El Dogma socialista de la Asociación de Mayo, fundamentos de la civilidad republicana . Sí, las viejas ideas de libertad y democracia que impulsaron el pensamiento de Mayo debían actualizarse, renovarse y ponerse en vigencia, pues los males del país provenían, precisamente de haberlas desvirtuado (de allí lo de "Albacea del pensamiento de Mayo", de Alfredo L. Palacio). En eso estaban los jóvenes, Echeverría a la cabeza. Pero estaba también don Juan Manuel. Y el Restaurador les estaba haciendo la vida imposible, "intolerable", dice Echeverría. Debían reunirse cada vez en lugares distintos, después ya no pudieron hacerlo en ningún lado, después vino la desbandada, el horno no estaba para bollos. Por imperio de las circunstancias, sus amigos parten a Montevideo y él, hacia la estancia El Tala.
Los movimientos contra Rosas son decapitados (literalmente), unos tras otros: en la Plaza de Dolores quedó la cabeza de Castelli momificándose en el aire y el sol; en la de Tucumán, la de Marco Avellaneda ensartada en una lanza; si Oribe no consiguió la de Juan Lavalle fue porque los suyos la salvaron huyendo y descarnándola a orillas de un río. Oh, tiempos bárbaros, Echeverría lo había llamado "espada sin cabeza" en su poema "Avellaneda", enojado por sus titubeos en ayudar a los estancieros sureños... Desde esas ranchadas en medio de enmarañados montes que constituyen la estancia de la familia, Esteban Echeverría recibe noticias y sin duda allí, entre el 38 y el 40, escribe "El matadero" (inédito hasta 1871), primer cuento en serio, digamos, de la literatura argentina, alegoría del país. Y, cosa notable, el escritor que anticipó en tierras americanas el romanticismo antes que se diera en España, con ese relato alcanza la prerrogativa de iniciar el realismo.
En tanto, el coronel Maza ha sido fusilado; su padre, asesinado; los estancieros del sur se levantan. Echeverría adhiere al movimiento y escribirá la hazaña. Pero se ha comprometido demasiado, debe expatriarse. Tan luego él, que tanto se ha resistido a irse porque "emigrar es inutilizarse para el país".
Diez años largos pasa proscrito, primero en Colonia, después en Montevideo. Participa en la vida política, social y literaria del país oriental, polemiza y escribe, recrea la Asociación de Mayo, se suma a las fuerzas que defienden la ciudad del asedio de Rosas, se lo ve "envuelto en su capa y encorvado al peso de sus dolencias físicas" en las trincheras y en la ciudad que ya llaman La Nueva Troya. La salud le flaquea cada vez más. Cuatro meses antes del pronunciamiento de Urquiza, a quien él había enviado su Dogma... , porque estaba convencido de que a Rosas deberían voltearlo desde adentro, Esteban Echeverría muere. Es el 19 de enero de 1851.
Este año se cumplen 150 años de la desaparición del hombre que imprimió su gestión en la historia de la literatura y en la historia de las ideas políticas del país. Y quizá bosquejó una de sus utopías.