El romance entre una “aliadófila” y un fascista en la correspondencia entre Victoria Ocampo y Pierre Drieu la Rochelle
En “Amarte no fue un error” se reúnen las cartas que se enviaron a lo largo de quince años los dos escritores, además del obituario que la directora de “Sur” publicó en su revista luego del suicidio del intelectual francés
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Una tarde de febrero de 1929, en el salón de la residencia parisina de la duquesa española Isabel Dato y Barrenechea, la escritora y mecenas Victoria Ocampo (VO), de 39 años, conoce al escritor y periodista francés Pierre Drieu la Rochelle, tres años menor que ella. A partir de entonces, una relación apasionada -y en su mayor parte por correspondencia- se prolongará entre ambos intelectuales hasta poco antes del suicidio del escritor, que tuvo lugar en marzo de 1945 (era su tercer intento luego de la liberación de París). “Me gustaba conversar contigo: hubiera querido mirar cosas y gente contigo -le escribe Drieu a VO el 24 de abril de 1929-. Me gustaba brindarte la fuerza amarga de mi espíritu. Me gustaba recibir tu atención, que percibía a menudo a través de tu distracción de bella bestia en la hierba”. La publicación en el sello Sur de Amarte no fue un error (Correspondencia, 1929-1944), edición anotada a cargo del crítico literario y germanista francés Julien Hervier y traducida al español con comentarios y notas de Juan Javier Negri, acerca a los lectores el romance entre la directora de Sur y el autor de Diario de un hombre engañado, más conocido por su defensa de la invasión nazi que por su obra. “Cuando digo, por ejemplo, que soy fascista, eso es cierto dentro de un plan (el plan de salvar a la Francia que amo) pero es falso dentro de un plan de filosofía religiosa donde las naciones y partidos no cuentan más que como signos”, le confía el escritor a VO en 1940.
En Francia, el volumen fue lanzado en 2010 y ese mismo año obtuvo el prestigioso Premio Sevigné, que debe su nombre a la epistológrafa francesa Madame de Sevigné; las ediciones de la correspondencia entre Paul Valéry y André Gide, Richard Wagner y Franz Liszt, y Romain Rolland y Stefan Zweig, entre otras, obtuvieron el mismo galardón en distintos años. Las cartas entre VO y Drieu testimonian -para usar un término del léxico ocampiano- sobre los años turbulentos de la primera posguerra y la Segunda Guerra Mundial y, a la vez, sobre el encuentro entre dos personalidades que marcaron a fuego el ámbito intelectual en sus respectivos países. Hevrier se basó en la doble colección de cartas cruzadas entre ambos, que se conservan en los archivos de la Biblioteca Houghton de Harvard y el Tesoro de la Fundación Sur. Los lectores advertirán que hay 86 cartas de Drieu contra 16 de VO; esta asimetría se explica porque muchas cartas de la ”hermana mayor” de los Ocampo se perdieron en un incendio.
“Es la traducción de Lettres d’un amor défunt, que recoge la correspondencia entre VO y Pierre Drieu la Rochelle, prologada y anotada por Hervier -dice a LA NACION el escritor y editor Juan Javier Negri, que preside la Fundación Sur-. A la edición francesa le agregué nuevas notas para el público argentino, ajeno quizás a personajes de las letras y la política francesa de la época; un segundo prólogo y materiales no incluidos en la edición francesa, como la correspondencia entre VO y Caillois sobre Drieu; el obituario de este escrito por VO y publicado en la revista Sur en 1945; una carta de Louis Jouvet a VO; ‘Relato secreto’, de Drieu, traducido por Julio Cortázar; un testimonio de VO sobre su amigo y ‘Carta a unos desconocidos’, texto del francés publicado en el primer número de Sur”. El libro toma su título de la edición italiana y la frase proviene de una de las cartas de VO a su amigo y amante. “Sé que amarte no ha sido un error -le escribe en 1939-. Si creyera haberme equivocado sería demasiado indulgente contigo. No puedo serlo”. VO y Drieu se encontraron apenas una docena de veces: una vez por año en París entre 1929 y 1939 y otra vez en Buenos Aires en 1931. La escritora argentina recién pudo regresar a Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, en 1946.
Amarte no fue un error narra en detalle el inicio, el desarrollo y el final de la espinosa relación entre una “aliadófila” y un colaboracionista. “Su colaboracionismo no fue nunca, como el de otros, oportunismo o cobardía”, sentencia VO en “El caso de Drieu la Rochelle” que se publicó en Sur en octubre de 1949 (su amigo Roger Caillois no pensaba lo mismo que ella). Las cartas también describen el ambiente cultural de la Francia de entreguerras, en el que aparecen nombres como el de André Malraux, Jean Paulhan, Jacques Lacan y Colette (que refugió a Drieu en su casa, cuando se desató la “caza de colaboracionistas” luego de la liberación de París). Y se explica el curioso elogio de Drieu a VO, a quien en varias misivas denomina “la vaca más bella de la pampa”: “¿Recuerdas ciertas noches y ciertos días? Nos hemos peleado tan bravamente, Victoria. Eres la vaca más bella de la pampa, diría Homero”. Negri señala además que el epistolario evidencia el modo en que, en su Autobiografía, VO intenta ocultar las miserias de Drieu (incluso de manera literal, con envío de fondos). El francés, por su parte, explica “el proceso de escritura de algunas de sus novelas y describe su viaje por el interior polvoriento de la Argentina en los años 1930 y la crueldad posterior a la liberación de París; los últimos días de Drieu son emocionantes”, agrega.
“La relación con Drieu significa, para VO, una desintoxicación del vínculo tóxico con Herman von Keyserling, signado por una serie de equívocos grotescos -dice a LA NACION la escritora e investigadora María Rosa Lojo-. Drieu, en cambio, es un personaje que le causa una inmediata atracción física, algo muy importante para ella, que no era una mojigata y no tuvo problemas en elegir hombres y tener vínculos eróticos con ellos, y en contarlo. Para cuando conoce a Drieu, el gran amor con Julián Martínez ya se ha enfriado aunque seguirá siendo el más significativo de su vida”. Lojo observa que VO y Drieu se desafiaban y provocaban mutuamente. “No obstante, hay un respeto y una buena voluntad, sobre todo por parte de ella, de comprensión en las diferencias -agrega-. Cuando él se convirtió en una figura repudiada, acusado no sin razón de colaboracionista, ella intenta entender por qué lo ha hecho y sacar a luz sus mejores aspectos, además del poderoso vínculo carnal”. En la novela El hombre a caballo, de 1943, Drieu retrata a VO y su hermana Angélica. “Ella lo veía como una obra de arte, como un fracaso y un desperdicio, y como alguien a quien había que rescatar de sus cenizas -concluye Lojo-. VO siempre tuvo ese gesto: apiadarse de los hombres que ha amado y que la han amado y de ver, pese a todo, lo mejor de ellos”.
Como es de esperar, en el epistolario hay escenas de celos por escrito, reproches y reconciliaciones, acompañadas de reflexiones sobre la cultura y el arte de amar. “Tú quieres que el amor te circunscriba a un ser… Pero, justamente, lo que el amor hace mejor es circunscribirte, a través de un ser, al universo. A expandirte (en el doble sentido de la palabra) -afirma VO-. […] Cuando una persona te resulta físicamente intolerable, no es por pura casualidad. Quiero decir que el alma de esa persona, si pudiera materializarse, te sería tan intolerable como su cuerpo”. Y Drieu: “Es divertida esa oposición que encuentro entre el trabajo y el amor. Me parece que jamás podría amar si no hubiera escrito antes una docena de libros. De ahí esta inercia formidable en la que estoy desde hace dos o tres años. Sin embargo, por momentos me parece que me haría bien amar todavía. Tú llegaste demasiado temprano o demasiado tarde. Y además no nos parecemos demasiado: te lo he dicho, tu espíritu filosófico es demasiado peligroso para mí”. Por medio de cartas, se revive la intrincada historia de amor de una pareja de intelectuales del siglo pasado.
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