El revés de la trama
No era la obra maestra de Graham Greene lo que me vino a la mente cuando una, dos, tres veces pensé en los últimos días en la idea de “el revés de la trama”. Era aquello que se desvela y descubre, lo que está detrás de lo visible de un hecho conocido (una historia) o de una cosa (una obra de arte), y abre caminos fascinantes justamente por lo desconocido.
“Trama”, que es un término textil, remite a lienzo. ¿Quién se animaría a ir por propia iniciativa y voltear a Las meninas para ver qué hay del otro lado de ese enorme bastidor? No hace falta ser tamaño corajudo. La muestra Reversos, en el Museo del Prado, lo hizo sin que nadie deba incurrir en la herejía. La sorpresa es que responde a mucho más que a esa pregunta retórica, con múltiples “entradas” que el curador Miguel Ángel Blanco encontró para hablar de la cara oculta de las piezas. Y tal vez sea esa variedad de “focos” sobre el tema de “el lado B” el mayor mérito de la exposición.
Para empezar –como en el caso del famoso Velázquez, que se pintó a él mismo trabajando sobre el lado izquierdo de su obra más célebre–, se exhiben varios ejemplos que incluyen en la cara frontal una vista trasera del cuadro. Está El pintor en su estudio, de Rembrandt, y el Autorretrato de Van Gogh, procedente del museo de Ámsterdam. Como entrada al tema, hay que decirlo, esta selección ya deja de manifiesto que la propuesta va mucho más allá de la mera acción de girar los marcos. De algún modo, el acto de abrir “una puerta a una dimensión clandestina”, como escriben en el catálogo, es también “dar vuelta la historia del arte”.
Los reversos de esta colección hablan de la procedencia y el recorrido de una pintura que se manifiestan en etiquetados y sellos; fechas, dedicatorias, algunas inscripciones –con brocha gorda o en fina pluma– transmiten ciertas catarsis del creador. En un puñado de casos se advierten –anverso y reverso, a la vez– cómo muchas veces a espaldas de “la obra” se conservan bocetos, borradores que pueden incluso no tener relación alguna con la imagen que se oficializa como trabajo final. Entre otras estructuras, tirantes y maderas, se pueden apreciar los listones originales que sostuvieron al Guernica de Picasso, estrella de otro museo madrileño, el Reina Sofía.
Pensaba todavía en la idea de “el revés de la trama” cuando llegaron hasta mis oídos los expedientes secretos de una historia conocida, de la que acaba de cumplirse un nuevo aniversario. Para conmemorar la popular despedida de Julio Bocca, realizada al aire libre en diciembre de 2007, ante 300.000 personas, pusieron en línea la semana pasada el podcast “La danza después de la danza”, en el que el propio bailarín cuenta un sinnúmero de detalles que no se vieron en el escenario de aquella noche memorable en la 9 de Julio –además de cómo llegó hasta ese momento decisivo de su carrera y lo que vino después: la mudanza a Uruguay, su transformación para una especie de segunda vida–. En el episodio 3, por ejemplo, le preguntan cómo logró salir del Obelisco. “Con la policía”, responde naturalmente. “Me llevaron hasta casa en un patrullero”, arremete con la narración de un backstage bien detallista sobre esa velada de la que participaron estrellas internacionales, la gran Mercedes Sosa, la Mona Giménez, y muchos más. “En casa sentí la realidad de lo que iba a pasar después: abrí la puerta y pasé del shock de la multitud a encontrarme solo. No me quería poner mal; me tomé un champagne, me bañé, y volví a la 9 de julio, adonde los técnicos me esperaban porque yo me quería rapar”. Así, sin la melena del príncipe que por años tuvo que cuidar poco menos que a sus pies, llegó en limusina hasta su gran fiesta, donde hubo pizza con champagne. Al principio no lo reconocían, revela. ¿Y cómo terminó la historia, que oficialmente vimos con aplausos interminables transmitidos por TV? Comiendo un choripán en un carrito de la Costanera Sur. Para entonces, ya había amanecido en Puerto Madero.
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