El retorno de una polémica
UNA MODERNIDAD SINGULAR Por Fredric Jameson-(Gedisa)-Trad.: Horacio Pons-204 páginas-($ 29)
Las últimas décadas del siglo XX seguramente serán recordadas -en lo que a producción filosófica se refiere- como las de "la polémica modernidad-posmodernidad". No hubo, prácticamente, ningún intelectual de peso que se abstuviera de tomar posición en relación con ella. Por esos días, libros como El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, de Fredric Jameson eran lectura obligatoria para orientarse en la discusión.
En Una modernidad singular, texto escrito en 2002 y recientemente traducido al español, Jameson reingresa a la polémica. En rigor, desde su perspectiva quien ha regresado es "el concepto mismo de modernidad propiamente dicha, que con ingenuidad -sostiene Jameson- supusimos superado mucho tiempo atrás". El objetivo central de su libro es rastrear los móviles de ese retorno y desenmascarar a los sujetos que lo impulsan. No se ocupará, entonces, del desarrollo de la modernidad como tal -al que simplemente sugiere entender como el del capitalismo- sino de "los abusos del término `modernidad´" en los que incurren actualmente ciertos intelectuales influyentes.
En la primera de las dos partes que componen el libro, el autor consigna esos abusos y propone cuatro máximas para conseguir un empleo más saludable del término. La constatación de que toda referencia a la modernidad implica la postulación de un período -independientemente de cuál sea la fecha en que se señale su inicio o los elementos en particular con los que se sostenga que rompe- despierta la sospecha de Jameson. ¿Cómo es posible adoptar un punto de vista sobre los acontecimientos individuales en el cual se abarque, al mismo tiempo, una diversidad de elementos cuya interrelación no resulta para nada evidente? Para sorpresa del lector, la conclusión a la que arribará Jameson, y esa será su primera máxima, es que "No podemos no periodizar". Lejos de ser una derrota ante el impulso periodizador de los ideólogos de la modernidad, Jameson sostiene que esta máxima nos posibilita "abrir la puerta a una exhaustiva relativización de los relatos históricos". Es decir, no periodizamos porque la historia "nos muestre" períodos; lo hacemos porque no podemos evitarlo.
La segunda máxima afirma: "La modernidad no es un concepto, sino una categoría narrativa". Para apoyarla, el autor realiza un rápido sondeo de los usos del término y expone catorce empleos diferentes de él detrás de los que se vislumbran "opciones narrativas y posibilidades de relatos alternativos". Esto le permite postular que "la `modernidad´ debe considerarse como un tipo único de efecto retórico [...] como un tropo". Cuando se buscan características para definir lo moderno lo que se ansía es, en realidad, encontrar un pretexto "para la operación de reescritura y la generación del efecto de asombro y convicción apropiado para el registro de un cambio de paradigma".
La pretensión de hallar un punto firme a partir del cual organizar el relato sobre la modernidad ha llevado a diversos autores a dirigir su atención a la conciencia y a conceptos ligados a ella como la libertad, la individualidad y la autoconciencia. Para Jameson, se trata de esfuerzos condenados al fracaso ya que intentan representar lo irrepresentable. Así, la tercera máxima reza: "El relato de la modernidad no puede organizarse en torno de las categorías de la subjetividad (la conciencia y la subjetividad son irrepresentables)". ¿Significa esto que nada podemos decir acerca de la modernidad? Apelando a Sartre, Jameson completa su máxima: "sólo pueden narrarse las situaciones de la modernidad".
Finalmente, la última máxima postula que "Ninguna `teoría´ de la modernidad tiene hoy sentido a menos que pueda aceptar la hipótesis de una ruptura posmoderna con lo moderno". Precisamente, el carácter ideológico de los discursos sobre la "modernidad" queda evidenciado cuando recurren a ella sin tener en cuenta las transformaciones que, según Jameson, han conducido a la posmodernidad.
En la segunda parte del texto, el autor realiza una crítica del modernismo estético y de su ideología dominante, sustentada en la afirmación de la "autonomía estética". Escrito con una prosa que por momentos recuerda a la de Adorno -en la rigurosa, aunque compleja, concatenación de argumentos- y por otros a la de Benjamin -por sus derivas imprevisibles-, Una modernidad singular es una invitación a sospechar de la proyección de sentidos que, desde el pasado, pretenden iluminar el presente: "Las ontologías del presente -afirma la última frase del texto- exigen arqueologías del futuro, no pronósticos del pasado".
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