El Recoleta le pone el cuerpo a una nueva era, integradora de todas las edades y disciplinas
Las distintas expresiones de la creación convivirán de forma más equilibrada a partir de mañana en el centro cultural, que promete devolverles protagonismo a las artes visuales
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“No estamos para fiestas: es una inauguración”, aclara a LA NACION con prudencia Maximiliano Tomas, flamante director del Centro Cultural Recoleta, en referencia a la esperada convocatoria programada para mañana a las 18. Es cierto, como él dice, que se presentarán seis nuevas propuestas, en salas reacondicionadas que apuntan a conquistar a un público diverso. Pero también se celebrará la esperada apertura de una nueva era, que promete devolverle protagonismo al arte en uno de los espacios expositivos más legendarios del país.
“Venimos de un Recoleta muy habitado por cuerpos jóvenes, así que nos pareció que estaba bueno ser empáticos con esos cuerpos que circulan, y que haya diversas tradiciones de representarlos para que distintas personas puedan identificarse”, explicó Javier Villa, integrante junto con Carla Barbero del nuevo equipo de programación del área de visuales. Con asistencia de Verónica Otero en la producción, cada uno curó dos de las cuatro muestras que abordan el tema desde otras tantas perspectivas.
Esa voluntad de integración, que procura no dejar a nadie afuera, está muy bien representada en los seres mutantes creados por Jazmín Berakha. “Hablo de las posibilidades de la vida: puedo pasar de una técnica a otra, como saltando”, dice la artista al referirse a sus dibujos, bordados, tapices y pachtworks, que parecen retratar esos jóvenes danzantes que hasta hace unos meses habitaban por completo el edificio ubicado en el corazón de Recoleta. Ahora tendrán un sector más acotado, en uno de los patios y en las salas del primer piso, para convivir de forma más ordenada con las demás disciplinas.
Es el final del recorrido que Tomas define como una “nueva dimensión”, en la cual el dibujo triplicará su espacio en un sector decorado con un colorido mural de la artista Pum Pum. También habrá lugar allí para el cine, las artes escénicas y la música. Si bien los visitantes pueden ingresar también por el Patio de los Tilos, la propuesta es que atraviesen antes las otras salas para llegar “transformados por la oferta visual”.
La primera parada en un trayecto lineal invita a comenzar por el verdadero principio. “El lugar donde usted está parado leyendo esto tiene 300 años de historia -escribe Tomas en el texto de bienvenida-. Fue convento, academia de dibujo cuartel, el primer hospital de clínicas de la ciudad, cárcel y asilo: primero de enfermos mentales, más tarde de ancianos y mendigos. Desde 1980 es un centro cultural mítico”.
Remodelado entonces por los arquitectos y artistas Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit, nació como “un complejo museológico” que alojaría a varias instituciones ya existentes. Pero luego, con el retorno de la democracia, ganó una identidad propia gracias a “sus audaces propuestas”. Como las del fallecido León Ferrari, cuya muestra de 2004 fue considerada una “blasfemia” por el entonces cardenal Jorge Bergoglio –actual Papa Francisco-, a quien se recuerda ahora con dos obras exhibidas en esta sala inicial.
Tan audaces también como las del “Pelele”, cuya “multitud agazapada” no apta para menores se exhibirá detrás de unas gruesas cortinas. Está representada en diez obras, entre pinturas e instalaciones, que incluyen provocadores desnudos vinculados con la noche y la estética trash. La bohemia nocturna también está presente en Función privada, una sala con ambiente de café concert, con un escenario destinado a que el público ofrezca el espectáculo. Los observarán con atención los misteriosos personajes pintados por Bruno Gruppalli, cada uno desde su mesa decorada con flores y objetos que evocan la historia del arte.
No menos enigmáticos son los “centinelas” que habitan los paisajes creados con lápiz sobre papel por la artista cordobesa Victoria Liguori. Esos sujetos que vigilan la entrada a mundos ficcionales, tan atractivos como los reunidos en la sala contigua por Damián Tabarovsky: allí se puede recorrer un cuarto de siglo de edición independiente, a través de más de medio centenar de tapas de libros.
Otra señal de que la nueva gestión no intentará desplazar todo lo anterior, sino integrarlo, estará dada por la continuidad de la exposición Grupo Joven, arte y desacato en los años 50, que recorre el camino histórico de la agrupación artística con sus primeras experimentaciones geométricas en papel. Y en la Sala Cronopios, que aspira a recuperar su rol consagratorio para los artistas argentinos, se inaugurará a fines de abril otra ya programada desde 2023: la colectiva Cuánto pesa el amor, curada por Daniel Fischer.
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