El realismo absurdo y barroco de un cubano genial
La publicación de La carne de René y de La isla en peso (Tusquets) rescata la obra de Virgilio Piñera (1912-1979), uno de los grandes autores de América latina, admirado por Witold Gombrowicz y José Bianco, que lo frecuentaron en Buenos Aires
Durante años, la obra del escritor cubano Virgilio Piñera (1912-1979) fue divulgada y conocida en forma incompleta. Mientras que en su país se lo estimaba principalmente como dramaturgo, autor de piezas de estética absurda como La boda , Dos viejos pánicos o Falsa alarma , escrita dos años antes de que Ionesco estrenara en 1950 La cantante calva , en la Argentina o en España venía prestándosele más atención a su faceta de cuentista, sobre todo a partir de la inclusión de su relato "En el insomnio" en la antología de cuentos breves y extraordinarios hecha por Borges y Bioy Casares a mediados de los cincuenta.
La reciente reedición en España de su novela La carne de René -a la que se suma el rescate de los poemas de La isla en peso - viene a completar la imagen de Piñera y a revelar la cohesión que rige su obra, en la que al margen de los géneros transitados siempre suelen darse la mano lo satírico, lo extraño, lo absurdo o lo cruel, y en la que en general habitan personajes marginales o incomprendidos que enfrentan o toleran de manera singular cualquier clase de sociabilidad.
Originalmente publicada en 1952 por la editorial Losada de Buenos Aires, primera novela de Piñera (siguieron Pequeñas maniobras en 1963 y Presiones y diamantes en 1966), La carne de René narra las desventuras de un hijo que al cumplir los 20 años es obligado por su padre a sacrificarse al servicio del dolor. El padre, Ramón, un ferviente militante de la "Causa" de la carne que en su oficina tiene un óleo del martirio de san Sebastián, envía a René a una escuela que dirige un tal Mármolo, en la que el dolor se erige en ley. Del abuelo, alias la Criba Humana, sabemos que tenía unas doscientas heridas y "una llaga que, empezando en la tetilla derecha, recorría la espalda y venía a finalizar en la misma tetilla". Mal alumno que desacata la tradición, René ("renacido") se niega a la "regeneración" que le pide el padre. Es un "hijo muy sensible". Es un rebelde que prefiere el placer carnal al sufrimiento.
La novela admite ser leída como un Bildungsroman surrealista, disparatado, cuyas escenas ambientadas en lo de Mármolo remiten tanto a la escuela de Ferdydurke (Witold Gombrowicz) como al insólito Instituto Benjamenta del Jakob von Gunten de Robert Walser, pero también a ciertos cuentos del propio Piñera, como "La condecoración", en el que un padre somete a su hijo a una suerte de rito iniciático otorgándole la Orden del Gran Fracaso.
La carne de René tiene más de un punto de contacto con la obra restante de Piñera, en especial con los relatos de El que vino a salvarme , su libro de 1970 que prologó José Bianco. Si una palabra recorre como idea fija la ficción de Piñera, en especial sus cuentos siempre raros y por lo general breves, esa palabra es carne. En "Unión indestructible", por citar un caso de El que vino... , dos amantes se devuelven las caras ("ella se ha quitado mi cara y la tira en la cama"); en "Unos cuantos niños", el narrador confiesa que le gusta comer carne de niño; en "Cómo viví y cómo morí", un hombre es devorado por las cucarachas, en lo que puede también interpretarse como una alusión cruenta a Gregorio Samsa.
Los ejemplos son innumerables, a tal punto que algunos estudiosos como Daniel Balderston o Fernando Valerio-Holguín han querido ver en la obra de Piñera una narrativa masoquista. Están los cuerpos mutilados, transformados y maltrechos ("Cosas de cojos", "Oficio de tinieblas"), los casos de antropofagia ("La carne") o de despedazamiento corporal ("Las partes", "La caída") e incluso, en una de sus más tempranas piezas de teatro, Jesús (1948), un personaje comenta en el diálogo inicial: "¿Ha visto que la carne brilla por su ausencia?" La obsesión de Piñera por esta cuestión llega a un verdadero paroxismo en La carne de René . Allí la carne es exhibida en su más ancha polisemia: como sinónimo de alimento (carne de res) o de sexualidad (carne humana), como metáfora de sufrimiento o de violencia. La palabra aparece a las claras en el título del libro pero asimismo en casi todos los subtítulos de los trece capítulos, ya sea implícita ("Tierna y jugosa", "El cuerpo humano") como explícitamente: "Hágase la carne", "La carne perfumada", "La carne de gallina", "La batalla por la carne", etc. La estrategia recuerda la definición de barroco acuñada por Borges: "Estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura".
Nacido en el pequeño pueblo de Cárdenas, criado en Guanabacoa y Camagüey, Piñera se instaló en La Habana -ciudad que comparó más de una vez con "un sepulcro"- al cumplir los 28 años. Poco antes, en 1936, Juan Ramón Jiménez había incluido un poema suyo en la Antología de la poesía cubana .
Fundador de la revista Ciclón junto con Julio Rodríguez Feo, Piñera también fue colaborador inconstante de la revista Orígenes que dirigía su amigo/enemigo José Lezama Lima, de quien estuvo distanciado más de una década, hasta que la lectura de Paradiso lo llevó a decir: "No puedo seguir peleando con un hombre que ha escrito una novela tan maravillosa".
Entender por qué Piñera llamó Cuentos fríos a su primer conjunto de relatos resulta clave para aproximarse a su literatura. "Son fríos [...] porque se limitan a exponer los puros hechos", explicó en su momento. Su prosa lacónica y distante nada tenía que ver con el barroquismo por entonces de moda. De hecho, cuando el protagonista de La carne de René es descripto como "un anormal o, si cabe peor calificativo, un excéntrico", resulta difícil no pensar en el propio Piñera, condenado a la marginalidad por su condición social y su homosexualidad (llegó a ser encarcelado por la cruzada que el castrismo llevó contra las Tres Pe: prostitutas, proxenetas y pederastas), pero aun más por su estética, tan lejana del realismo socialista como del modelo "barroco cubano" de Lezama Lima o Carpentier. Aunque también es cierto lo afirmado por José Bianco: que Piñera en el fondo "no es menos barroco" que Carpentier o Lezama, sólo que su barroquismo no proviene del estilo sino de "la acción misma" de sus ficciones.
Si se da por válida la línea divisoria que trazó Italo Calvino entre los escritores de llama y los de cristal (estos últimos, "exactos, lógico-geométrico-metafísicos"), Lezama pertenecería al primer lote y Piñera al segundo. Y en más de un sentido: Lezama era obeso, glotón y vivía rodeado de libros, como lo retrata Cabrera Infante en Vidas para leerlas ; Piñera era vegetariano, a pesar de lo carnívoro de su literatura, y proclamaba que los libros "están todos en mi cabeza".
Entre 1946 y 1958, aunque con interrupciones, Piñera vivió en Buenos Aires. Su paso registra en realidad tres etapas: de 1946 a 1947, de 1950 a 1954 y de 1955 hasta la llegada al poder de Fidel Castro en 1958. Fiel a su espíritu libre, frecuentó a escritores de capillas diferentes, incluso antagónicas: Borges, Bianco, Girondo, Macedonio Fernández, Sabato, Mallea y Gombrowicz, entre ellos. Borges fue el primero en publicar en la Argentina un cuento suyo, en la revista Anales de Buenos Aires de mayo de 1947, pero la amistad con Gombrowicz parece haber sido la más sólida y que más lo marcó. Fue Piñera quien presidió el comité que efectuó la traducción colectiva de la novela Ferdydurke . "Tú me has descubierto en la Argentina", dijo el polaco, que nombró al cubano "jefe del ferdydurkismo sudamericano". Más tarde, en 1952, cuando Piñera publicó los Cuentos fríos , Gombrowicz suscribió un prefacio entusiasta: "Piñera quiere hacer palpable la locura cósmica del hombre que se devora a sí mismo mientras rinde tributo a una lógica insensata". Y agregó: "Debemos cuidarnos de no desfigurar esta obra pegándole el rótulo Ôde procedencia kafkiana´."
Se ha hablado con abundancia de cuánto marcaron a Piñera escritores tan dispares como Sade, Kafka o Jean Genet, pero menos de la influencia que su obra parece haber ejercido sobre el Salvador Elizondo de Farabeuf , sobre la restante narrativa cubana (desde Heberto Padilla hasta Reinaldo Arenas) o incluso sobre el Severo Sarduy de El Cristo de la rue Jacob .
Mucho se debe su regreso actual a la tarea de escritores más jóvenes como Abilio Estévez o Antón Arrufat, compilador de los poemas que conforman La isla en peso y autor de un prólogo en el que sostiene que Piñera fue "un altísimo poeta" y una de las mentalidades más originales de su tiempo, pero que "se refugió en la sombra, dejándole el campo libre a Lezama, su gran antagonista, y quizá murió dudando de su valor".
Piñera dijo, a propósito de su literatura: "soy tan realista que no puedo expresar la realidad sino distorsionándola, es decir haciéndola más real y vívida". También se manifestó "absurdo y existencialista, pero a la cubana", cuando la edición de su Teatro completo en 1960.
Pero acaso la mejor definición haya corrido por cuenta de su amigo Rodríguez Feo: "Lo impresionante de su obra es que el lector está constantemente experimentando el mismo sentimiento de terror y de incertidumbre que aflige al héroe. Lograr este objetivo es una de las tareas más arduas que puede proponerse el escritor de ficción.