El purgatorio místico de Elias Canetti
Este mes se cumplen cien años del nacimiento del escritor austríaco. Su obra más celebrada, la novela Auto de fe, es una parábola visionaria del delirio autodestructivo de la razón occidental
Como la de Kafka, la escritura de Elias Canetti es una vasta metáfora acerca de la condición humana, sin el formidable aparato de enigmas propio del autor de La colonia penitenciaria.
Canetti nació el 25 de julio de 1905 en Rustschuk (hoy Ruse), una pequeña ciudad de Bulgaria en la frontera con Rumania. Sus padres pertenecían a familias de comerciantes adinerados de origen sefardí, con ramificaciones en los Balcanes y en Turquía. Los remotos antepasados de Canetti, expulsados de España en 1492 por los Reyes Católicos, llevaron su lengua española a Turquía y allí la conservaron, de manera que en su temprana infancia Canetti hablaba búlgaro y ladino. El padre se trasladó en 1911 con los suyos a Manchester, donde murió inesperadamente un año después. El niño quedó devastado por esta pérdida temprana, a la que nunca se sobrepuso totalmente. La madre, culta, sobreprotectora y exigente al extremo, le trasmitió su avidez por las altas expresiones de la cultura. Preocupada ante el porvenir de sus hijos (Elias tenía dos hermanos menores), la joven viuda se asentó por breve tiempo en Viena y llevó a la familia primero a Zurich y luego a Francfort sobre el Meno, ciudades donde el niño cursó sus estudios primarios y secundarios. La inflación los condujo nuevamente a Viena.
En 1929, Canetti obtuvo el título de doctor en Química. Entre tanto, había estado una temporada en Berlín y allí conoció a George Grosz, a Isaac Babel y al precoz Bertolt Brecht, quien lo impresionó por su cinismo. Pero el pensamiento de Karl Kraus fue la influencia más duradera e intensa que recibió en Viena Canetti, asiduo asistente a las disertaciones que el editor y redactor de la ahora mítica revista Die Fackel ofrecía a una entusiasta concurrencia. Gracias a Kraus, erigió Canetti, como una de sus plazas fuertes, un respeto y adhesión inconmovibles a un tipo de lenguaje incontaminado y austero. Desde antes, y por insistencia materna, Canetti había reemplazado búlgaro, ladino e inglés por el idioma alemán, del que terminó por enamorarse, y que, según cuenta en su autobiografía, era la lengua en que los padres se comunicaban en sus momentos de intimidad, circunstancia que el niño sentía como una exclusión.
Cuando contaba veinticinco años y ya había decidido volcarse totalmente a la escritura, las esclusas de la creación se le abrieron. De este modo surgió una novela única, de desusada intensidad, como parte de un plan gigantesco, que consistía en la composición de ocho novelas con el título general de Comedia humana, a la manera de Balzac, y dirigida según su intención, "a los locos". El plan se redujo drásticamente y quedó solo Die Blendung, novela aparecida en 1936 pero terminada en 1931, la cual, tras su tercera edición en 1963, cuando el autor contaba casi sesenta años de edad, lo catapultó a la fama, que empezó desde entonces a cortejarlo. Ya antes había sido traducida al inglés con el título de The Tower of Babel y al francés como La Tour de Babel. El eco había sido mínimo hasta 1963. En pleno milagro alemán, Die Blendung fue redescubierta con asombro y sorpresa por parte de crítica y público. El entusiasmo que sobrevino por su original fiereza en el planteamiento y el desarrollo de sus temas no había sido unánime. Thomas Mann la calificó de "perversa", Hans Magnus Enzensberger la definió como "insoportable" y para el sumo pontífice de la crítica alemana, Marcel Reich-Ranicki, era "repugnante", en cuanto provocaba e irritaba simultáneamente a los lectores. Pese a ello, la obra sacó a Canetti de la oscuridad en que hasta entonces había vivido y las traducciones se fueron multiplicando.
En el ámbito hispanohablante, el título se convirtió en Auto de fe, en alusión al fuego que incendia y consume al protagonista. Es fundamental recordar que el incendio del Palacio de Justicia en 1927 en Viena, consecuencia del sangriento choque entre manifestantes y policías, causó una profunda impresión en el ánimo del autor y fue uno de los puntos de partida para su creación. El término Blendung, que no fue el primero que se le ocurrió a Canetti, es ambiguo, porque en él se confunden muchos sentidos. Quiere decir "enceguecimiento", pero también "deslumbramiento" y "ofuscación". Está vinculado con la luz o la falta de ella y apunta a varios niveles. El protagonista de la novela, el sinólogo de fama mundial Peter Kien (que debió ser en un principio "Kant"), acciona, o mejor, reacciona frente a los fenómenos y exigencias de la vida según una perspectiva muy peculiar. En la Viena de la década del veinte, en medio de los coletazos de la primera posguerra, que había desquiciado los valores tradicionales, Kien vive aislado y dedicado pura y exclusivamente a los libros y al cultivo de la literatura y cultura chinas, en las antípodas de los intereses occidentales. Esta actividad lo aparta del comercio con los otros seres humanos, a quienes por lo demás desprecia, protegido, en espléndido aislamiento, por una inmensa biblioteca y su fortuna personal. Entre el mundo y él, Kien ha levantado una barrera infranqueable. Pero el mundo ingresará en su habitáculo, encarnado en una mujer, y el edificio cuidadosamente construido por el sinólogo terminará por derrumbarse. La causa primera de esta caída reside naturalmente en su propia idiosincrasia, pero la segunda lleva el nombre de su ama de llaves, Therese Krumbholz, una de las figuras más malignas creadas por la literatura de todos los tiempos, con la cual, para acrecentar su propia comodidad, Kien se casa sin el menor afecto ni contacto. Despechada, Therese maniobra y concluye por echarlo a la calle, donde comienza su desenfrenada carrera hacia la propia destrucción.
Se trata, con palabras de Edgar Piel, de un "purgatorio místico". La novela de Canetti es una parábola visionaria y extremadamente elocuente del delirio autodestructivo que orienta en nuestro siglo la razón occidental, de acuerdo con la expresión de Claudio Magris. Canetti se designa a sí mismo como "guardián de la transformación" a la que se siente obligado, frente a las fijaciones (Fixierungen) unilaterales y a las rígidas formas de un pensamiento ideológico, para mantenerse despierto en una representación literaria y vital de la variabilidad de las costumbres y posibilidades humanas. De este modo, el creador debe buscar una nueva dimensión de la existencia humana tanto en la tradición literaria como en el mito.
Canetti se toma el mundo y a sí mismo muy en serio. Vivir en el mundo es, para él, una actividad que exige respeto y una responsabilidad suma. "La literatura puede ser lo que uno quiere que sea, pero hay una cosa que, al igual que la humanidad cuando cree en ella, no es: una cosa muerta", afirmó, porque la considera al mismo tiempo misión y responsabilidad. Fueron las palabras, hay que recordar, las que llevaron en gran medida a la Segunda Guerra Mundial, en virtud de las situaciones y pasiones que supieron provocar. Canetti siempre fue consciente del papel de las palabras como suscitadoras de la realidad. Esa responsabilidad, que exige del portador y creador de las palabras y que constituye como tal al escritor, al poeta, es lo que establece las distancias respecto al mero esteticismo o a la postura de quien registra lo que ocurre en torno como si fuera un protocolo notarial. Y esto, de acuerdo con Canetti, solo puede lograrse en una proximidad absoluta respecto a la realidad, con todos sus acuerdos y contradicciones. Solo en la total vivificación del hombre, enseña el autor de La boda (Die Hochzeit, 1932), puede superarse la muerte o, por lo menos, las configuraciones de un pensamiento disfrazado de adicción a la muerte.
La advertencia y destrucción de lo malo, de lo inhumano, del egocentrismo extremo, puede surgir, contrario sensu, de su despiadada exhibición. Lo chocante y lo terrible servirán así de prevención terapéutica. En la novela citada, tanto Therese, Benedikt Pfaff, un sádico absoluto, y Siegfried Fischerle, un rufián jorobado que alberga la pretensión de convertirse en campeón mundial de ajedrez, conforman un trío grotesco, lleno de intenciones y conductas perversas. Pero lo trágico se ofrece en la novela de la mano de lo cruelmente cómico o francamente grotesco. Para Kien existen sólo los libros. Los seres humanos son terra incognita o unos entes desdeñables y, debido a su índole, las acciones de los personajes estarán signadas por la desmesura. Por otra parte, el habla jamás se les convierte en comunicación, que es lo que Canetti denomina con fórmula maestra "la máscara acústica" de cada individuo.
Los límites dentro de los cuales uno se encuentra encerrado llevan el signo de una fatalidad siniestra. Las desdichas de Kien, expulsado de su hogar, están narradas en un tono seco y despojado, lacónico y desprovisto de afecto, debajo del cual fluye una terrible ironía. El incendio de su biblioteca, al final, que también concluye con esta caricatura de erudito, se le aparece en su locura envuelto en un mítico incendio del universo. Claudio Magris llama a esto "tragedia de la individualidad".
Canetti es también autor de un ensayo fundamental que le llevó larguísimos años de investigación: Masa y poder (Masse und Macht, 1960), que acumula incontables datos provenientes de la antropología, la etnografía, la sociología y la historia de la cultura. En este gigantesco intento el autor se vuelca a explicar el diálogo entablado entre la masa informe y maleable y quienes detentan el poder. Tres dramas de su autoría exponen la decadencia de la sociedad austríaca en el período de entre guerras. El problema de la muerte, a la que se opondrá con vehemencia durante toda su vida, se plantea en el drama Los emplazados (Die Befristeten, 1956).
Mientras permaneció en Viena, hasta la Anschluss (la anexión de Austria al Tercer Reich) en 1938, cuando se vio obligado, para salvar su vida, a huir y trasladarse a Londres, Canetti llevó una vida intelectual muy activa. Sus interlocutores se llamaban Karl Kraus, Robert Musil, Hermann Broch y, entre los ya muertos, Franz Kafka, a quien dedicó un ensayo decisivo (El otro proceso de Kafka, 1969). Sería asimismo injusto dejar de mencionar a Stendhal, quien, de acuerdo con la confesión del propio Canetti, contribuyó a moldear su propio estilo ascético, del que dan testimonio las escrupulosas páginas de su autobiografía (La lengua absuelta, 1977; La antorcha al oído, 1980; El juego de ojos, 1985) y sus apuntes y aforismos, ejemplos de una inteligencia penetrante y altamente original (La provincia del hombre, 1973; El suplicio de las moscas, 1992). Todo esto lo ha convertido, sin lugar a discusión, en uno de los paradigmas de la prosa literaria del siglo XX, una de cuyas cumbres es Auto de fe.
Afirmado su prestigio, Canetti obtuvo las más altas distinciones, tanto en el ámbito de lengua alemana como fuera de él. Todo ello culminó en el premio Nobel que le fue otorgado merecidamente en 1981. La muerte, su obsesión, a la que tanto combatió en sus escritos y a la que llegó a calificar como una "mistificación", lo sorprendió en Inglaterra, su patria de elección, el 14 de agosto de 1994.
Inédito
En el centenario de Canetti, acaba de publicarse en español su libro Fiesta bajo las bombas, crónica de los años ingleses del escritor a partir de 1939. Es uno de los últimos escritos inéditos de Canetti que podrán leerse hasta la apertura de su archivo, que se realizará sólo en 2024 por voluntad expresa del autor.
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