El puesto del cosmos en el hombre
Esta semana, la anunciada clonación de un embrión humano reavivó los debates en el campo de la antropología filosófica. Los conocimientos y las técnicas actuales no son inocuos y han revertido la relación que el ser humano mantenía con el universo. Por ejemplo, el poder de la bioingeniería, permitiría en un futuro cercano que el destino cósmico y el humano dependan de nuestra especie. Sólo una nueva razón, que extienda sus horizontes hasta abarcar la imaginación, el mito y la mística permitirá evitar los peligros de una desmesura luciferina
1.-¿Cuál es el puesto del hombre en el siglo XXI? La cuestión me parece pertinente y no resulta arbitrario vincularla con el genial ensayo de Max Scheler El puesto del hombre en el cosmos , publicado en 1928 y traducido al español en 1929.En ese texto fundacional de la llamada antropología filosofía, Scheler presentaba un esquema evolutivo con estas etapas dispuestas en orden jerárquico: el mundo inanimado, el del "impulso afectivo" (las plantas), el instinto y la inteligencia práctica (los animales superiores), la inteligencia teórica y el espíritu (el ser humano).El espíritu es el nivel más alto porque implica la captación de valores.
Creo que hoy, al cabo de más de sesenta años, podríamos invertir el tema de Scheler mediante la siguiente reformulación: ¿cuál es el puesto del cosmos en el hombre? Para la comprensión del ser humano, distintas ciencias particulares revisaron sus conceptos y ganaron un espacio mayor de competencia. Me refiero a la antropología física y cultural, a la biología molecular, la cosmología, la astrofísica y la genética. Sus hallazgos nos obligan a seguir la pesquisa del hombre descendiendo desde las alturas del espíritu hasta la geografía subterránea donde mora el genoma humano. Para reconocer el privilegiado protagonismo de los genes basta el hecho de que al incorporar a una célula de funcionamiento deficiente un gene extraño, es posible activar la producción de proteínas necesarias para anular esa disfunción. ¡Un prodigio de la bioingeniería casi equivalente al del espíritu en el acto de captar o crear valores!
2.-El problema mayúsculo, y que concierne centralmente a la antropología filosófica, surge cuando se examina la posibilidad de que esa intervención genética llegue a modificar el patrimonio hereditario y determine no sólo el futuro del individuo sino el de la especie humana. Y esto parecería factible en cuanto la medicina operase sobre las "células germinales" de un espermatozoide, un óvulo o un embrión en su etapa inicial.Tal perspectiva existe aunque no se haya concentrado aún: lo impide una tal vez temporaria limitación instrumental y leyes prohibitivas en algunos países.
Es cierto que ya se clonaron ovejas, ratones, bovinos y cerdos. No obstante, el 30 de marzo de 2001 la revista Science publicó un patético llamado "Dont clone Human`s" de dos mayores genetistas actuales: Jan Wilmut (autor de la experiencia Dolly) y Rudolf Jaenisch, investigador del MIT: Pero también conocimos hace poco las declaraciones del genetista italiano Severino Antinori prometiendo tal acontecimiento para fin de este año. En 1928 Max Scheler definía al ser humano por el espíritu, es decir, por su originalidad, su carácter único e irrepetible.Algunos ya piensan que debemos prepararnos para definirlo por su repetición, por su disponibilidad para la reproducción clonada. ¿Habrá que sustituir el misterio persistente de la creación por la artesanía de una sacrificada combinatoria mecánica?
Lo cierto es que en la cara de la antropología filosófica ya golpean las siguientes cuestiones: ¿debe el hombre modificar a voluntad el patrimonio genético de su descendencia? ¿No acentúa, de este modo, una manipulación que concluiría aboliendo el azar, el movimiento espontáneo de la vida, el horizonte de lo imprevisible tan necesario éste para la idea de un futuro abierto? ¿No se estará insinuando, a través de tales virtuosismos de la ingeniería genética, un prometeísmo fáustico, acaso lo que una conciencia religiosa entiende como satanismo? Por supuesto, los genetistas ubicados en el extremo opuesto, calificarían tales prudencias como la expresión de un veto retardatario.Se trataría del inveterado temor -afirman- ante las audacias indispensables del progreso científico, no importa que por el momento ellas parezcan delirantes: no habría que refrenarlas. ¿Quiénes tienen la razón? Aunque pronto tengamos una respuesta creo que el interrogante seguirá abierto.
3.-Otro tema hoy acuciante de la antropología filosófica es el puesto de la naturaleza en el hombre.Desde hace más de tres décadas científicos y humanistas advierten contra el proceso de destrucción de la naturaleza y del tejido ecológico necesario para la continuidad de la vida en el planeta. Es un llamado del sentido común: no seguir envenenando el aire, el agua, los peces, los árboles; no hacer desaparecer especies enteras ni seguir derramando petróleo en los mares; no convertir el cielo ni la tierra en basurales de residuos nucleares, ni que abonos inicialmente benéficos terminen siendo un veneno para las napas freáticas. Nos hemos habituado a una erosión indetenible del suelo, a inundaciones sin freno, a medicamentos perjudiciales pese a los controles de expertos, masacres de animales, ciudades convertidas en selvas, dudosos alimentos transgénicos, etcétera. La naturaleza, las criaturas de la creación, están sometidas a una colonización humana depredatoria. La tecnociencia industrial terminó trazando las líneas de un progreso que lleva la abolición de la naturaleza a su reemplazo por sustitutos.
¿Es posible rescatar un diálogo con ella por vías alternativas a las del dominio tecno-industrial? ¿O deberemos suprimir la noción de naturaleza reemplazándola por un panhumanismo o un panmecanismo que la convertiría en una realidad virtual, un "otro" ilusorio, una nostalgia, una paraíso perdido, un paisaje que preferimos ver mejorado en un film, una buena fotografía o algún folleto turístico?
Para mi discurso no es desesperanzado. Homero dijo que la lanza de Aquiles cierra las mismas heridas que provoca. Es posible que la lanza de la tecno-ciencia le espere un progreso mayor: el de su autorreducción por perfeccionamiento.De modo que al cabo de ese proceso rescatemos a natura naturata (en su versión panteísta espinoziana), para reanudar con ella un diálogo más respetuoso y mesurado. Ese rescate podría darle a las conquistas del avance técnico, el entusiasmo que éste tuvo en los comienzos de la era industrial pero que hoy ha perdido en virtud de los presagios apocalípticos que ese mismo avance ha engendrado.
4.-Como conjeturé al comienzo, acaso unScheler de nuestros días hablaría del puesto del cosmos en el hombre. Lo haría en razón de la magnitud alcanzada por las investigaciones cosmológicas que imponen a la antropología filosófica nuevos rumbos. La pregunta por la meta de la evolución (el espíritu, la persona), sería retraída retrospectivamente a la pregunta por el origen de lo pre-humano (en los genes, en el big-bang).
El hallazgo del ADN, por ejemplo, puso de relieve una nueva versión científica de la unidad de la vida.Confirmó la existencia de un código genético común al conjunto de lo viviente, incluido el ser humano.La variedad de las especies remontarían a un mismo origen. Tal constatación desató una tormenta de perplejidades que sacudió el edificio de las ciencias humanas y, desde luego, de la antropología filosófica.
La cosmología y la astrofísica también se remontan a un origen del universo, al punto inicial de su expansión. Pero lo notable de la teoría del big-bang es que la indagación de ese origen nos familiarizó con una historia del universo, cuya imagen pasó del quietismo a la movilidad absoluta. Tiene un nacimiento casi datable, un devenir, un crecimiento, una velocidad de expansión, sufre cambios y explosiones, envejece y corre hacia una "muerte entrópica" por enfriamiento o hacia un fin distinto. El universo tiene una historia en la cual hay que contar al ser humano porque también ocurre dentro de él.
Esto significa que el pasado histórico del hombre debe alargarse hasta incluir el pasado biológico y el cósmico. Estos pesan sobre sus espaldas y determinan, en buena medida, lo que él es. Pero el futuro de la vida biológica y del cosmos, paradójicamente, pareciera depender en algunos aspectos del ser humano.En el primer caso, la bioingeniería genética entraña la posibilidad de una manipulación de genes que llevaría a mutaciones hereditarias. En el segundo caso, la teoría del "principio antrópico" sostiene que sólo se puede entender la historia del universo, y dentro de ella el período que corresponde a la elaboración del carbono, si ese proceso culmina en la aparición de la vida y luego del hombre. ¿Los dos aspectos señalados, no estarían llamando la atención sobre un doble sentido de la responsabilidad humana: uno ante el futuro biológico y otro ante el cósmico?
La necesidad de una comprensión del hombre en función de sus nuevos horizontes, reaparece constantemente en la cultura de nuestros días, en la sensibilidad de los jóvenes, en el arte y la literatura.La ciencia hizo notables progresos en el conocimiento del pasado cósmico y biológico. Sus consecuencias éticas y filosóficas son enormes y constituyen un desafío. La historia humana se prolongó hacia atrás hasta las estrellas nuestros antepasados porque ellas forjaron el carbono- también esa historia se retrae hacia adentro: los genes, misteriosos portadores del sentido de unidad de la vida. Hoy la aventura del conocimiento acaso llegue a extrapolar esas dos direcciones, pero en sentido contrario: volverlas hacia el futuro. ¿Qué dimensiones inéditas de ese futuro condicionarán el paso del hombre sobre la tierra? ¿Qué continuidad ética y responsable dar a ese pasado que se hunde en la noche de los tiempos pero que sin embargo nos pertenece?
5.-Para llevar adelante esta tarea tal vez convenga redefinir el concepto de cultura. Hasta hace poco se pensaba que ella comprendía dos grandes grupos: las ciencias exactas y de la naturaleza, por un lado, las ciencias humanas por el otro.A este último grupo se agregaban la filosofía, las artes y las letras: lo que genéricamente se llamaba las "humanidades". Hoy ya no tienen mucho sentido esta división porque ambos grupos -manteniendo la diferencia de métodos- se alimentan mutuamente e incluso, en casos extremos, manejan las mismas intuiciones.Esto puede advertirse, adelantando algunos ejemplos, en campos tan opuestos como la física cuántica y la mística. La teoría de Ilya Prigogyne sobre las estructuras disipativas en física molecular encuentra uno de sus apoyos en la filosofía de Bergson; las investigaciones de Michel Serres en geometría y matemática alimentaron sus audaces reflexiones sobre el mestizaje y el "contrato natural".
Creo que el actual es un buen momento para promover un refuerzo del diálogo entre la la ciencia y las humanidades bajo la forma de un ejercicio interdisciplinario.Sobre todo tratándose de una comprensión totalizadora del ser humano. Considero, por ejemplo, que un hallazgo último sobre la composición de la materia importa, también, para una comprensión de la psiquis. Una teoría sobre el caos o el desequilibrio en física molecular, adelanta un lenguaje válido para esclarecer el comportamiento histórico o la naturaleza del mal. Una búsqueda en el orden de lo infinitamente pequeño puede revelar la estructura de lo infinitamente grande.
Me atrevo a sostener que la razón científica que tienda a explorar en el terreno de una nueva antropología filosófica, debiera ser una razón de mirada múltiple, capaz de alianzas insólitas con la imaginación, el mito y la mística. No temerá salir al encuentro de otras culturas, paisajes, tradiciones, lenguas, y llevar a buen término la mayor expresión del diálogo: el mestizaje. Me refiero a esa magna aventura en un tiempo como el nuestro que, lamentablemente, tiende a cerrar cada fragmento de humanidad en su anodina pequeñez. No obstante estos signos adversos, el mestizaje cultural, étnico y religiosos de nuestros días se abre camino y prefigura un espacio de totalización y convergencia de lo diverso. Es decir, un horizonte propicio no sólo a los desafíos del conocimiento sino también a la construcción de la fraternidad humana.