El artista realizó las 118 obras de “Un año en Normandía” cuando el mundo se inmovilizaba: “Jamás me sentí más libre”, declaró; ahora se exhiben en el museo de L’Orangerie de París
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PARIS.– Una de las ventajas de ser uno de los artistas más célebres del mundo es que es posible hallar, comprar y amueblar en poquísimo tiempo una propiedad de varias hectáreas en cualquier parte del mundo. Eso hizo el británico David Hockney hace menos de dos años en la región francesa de Normandía, donde aislado en su maravillosa granja del siglo XVI, la soledad impuesta por el Covid le permitió realizar uno de sus viejos proyectos: A year in Normandia (Un año en Normandía), un friso inmenso que expone a partir de esta semana en el museo de L’Orangerie de París.
De 90 metros de largo, como un eco a las aún más célebres Nymphéas de Monet, la obra representa la naturaleza normanda y el paso de las estaciones. Del invierno a la primavera, con las primeras flores de los manzanos, los cerezos, las primeras nieves y los efectos cambiantes de la luz en la corteza de los árboles, el follaje y el estanque. Todo representado con su paleta vivaz y centelleante… gracias a un IPad. Una técnica que Hockney utiliza desde hace diez años sin alejarse no obstante de la pintura y que le permite dar vida a esas imágenes “220 por 220″ —precisa él mismo—, organizadas en una suerte de viaje para los ojos, lleno de colores y sensaciones donde se mezclan gestos pictóricos casi impresionistas y grafismo pop. Esa técnica numérica “permite una visión de 360° alrededor de su casa”, explica Cecile Debray, directora del museo de L’Orangerie.
“Es un momento privilegiado de concentración sobre la creación, con un toque numérico muy abstracto, pixelizado, que amplifica el carácter realista de la imagen. A los 84 años es sin duda uno de los pintores más innovadores. Consiguió resolver lo que Monet buscaba con desesperación: la representación instantánea de un motivo”, explica.
Un año en Normandía es un trabajo iniciado el primer día de confinamiento, cuando el mundo se inmovilizaba, aunque el tiempo, por su parte, proseguía su camino. La obra consta de 118 imágenes. Hockney hizo una por día, en cuatro meses. “Fue fantástico pues solo podía pensar en ellas las 24 horas del día. La soledad es necesaria para el artista. Muchos de ellos se sintieron bien durante el confinamiento. Yo jamás me sentí más libre”, confió a la prensa.
Hay algo de infantil y de profundo en ese friso que transmite una sensación de felicidad y hace pensar al híper célebre tapiz de Bayeux. Ese gran lienzo bordado del siglo XI, con inscripciones en latín, que cuenta los hechos previos a la conquista normanda de Inglaterra, está expuesto en la región, no lejos de la granja de Hockney. Y la similitud no es casual. Según confió antes de la exposición, fascinado por esa obra única, Hockney tiene intensión de exponer su friso junto a ella, en Bayeux, una vez terminada la actual muestra en L’Orangerie.
Pero, contrariamente al histórico lienzo, cuyos 70 metros de longitud exigieron dos años y medio de realización, el año en Normandía de Hockney no requirió solo doce meses de trabajo, sino 38. Todo parece haber comenzado en 1983 en Nueva York, cuando descubrió un antiguo rollo chino. “Se veía el emperador de China inspeccionando un canal. El rollo tenía unos 30 metros de largo y había sido expuesto especialmente para mi. De rodillas, pasamos tres horas estudiándolo. Creo que fue uno de los momentos más excitantes de mi vida. No es sorprendente que Van Gogh o Manet hayan sido influenciados por esa pintura oriental”, relató recientemente.
A los 84 años, David Hockney, uno de los artistas más famosos y respetado de la actualidad por su creatividad y sus cuadros inolvidables, por su influencia sobre las nuevas generaciones de pintores y por los precios astronómicos de su obra —en 2018, Portrait of an Artist fue adjudicado por 90,3 millones de dólares— sigue conservando buen humor y jovialidad.
“Durante mucho tiempo pensé que era un pintor periférico. Porque la abstracción reinaba en mi juventud. Pero, ¿saben ustedes qué dijo Giacometti de la abstracción?: que era el arte de un pañuelo de bolsillo. Nada más”, asegura.
De los paisajes de su Yorkshire natal a las piscinas californianas, de los retratos de sus padres a los de sus amantes, la obra de David Hockney es, en muchos aspectos, un relato autobiográfico.
Figura mayor del movimiento pop art de los años 1960 y del hiperrealismo, que se define como “un pintor del placer, el británico Hockney se instaló en California en los años 1960 atraído por la luz y —asegura— por la transparencia, como problema gráfico. “En California, ante todas esas piscinas donde las líneas bailaban en la superficie con el sol, pude descubrir otro punto de vista”, explicó alguna vez.
La celebridad llegó en parte gracias a esas míticas piscinas que salieron de su pincel, como A Bigger Splash y otros íconos de la pintura contemporánea. ¿Acaso no extraña esos años de cielo azul, palmeras, tapas de revistas en actitudes osadas, fiestas…? Hockney reconoce que entonces, “todos éramos mucho más libres”.
“La gente mezquina y autoritaria todavía no había transformado el mundo en un club de gimnasia obsesionado por la salud. Absurdo: al final todos morimos”, afirma.
En todo caso, David Hockney no piensa ni un segundo en ese fin. Confiesa que sigue siempre excitado por lo que hace. Como Pablo Picasso, cada vez que pone un pie en su atelier tiene la sensación de tener 30 años. A condición, no obstante, de tener algo fundamental para hacer.
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