El problema detrás del alfajor
No me gustan mucho los alfajores. Si por las noches quiero comer algo dulce antes de irme a dormir, y por las noches siempre quiero comer algo dulce, nunca es un alfajor. Es un pedacito de chocolate o un bombón de esos que parecen trufas o dos Marroc a buena temperatura. Ni siquiera meriendo alfajores, no suele haber en casa, no me parecen un plan. Y sin embargo estos últimos días me comporté como una desquiciada, esas fanáticas que montan carpas en fila en la puerta de un estadio para ver a Taylor Swift cuando Taylor Swift recién va a llegar en ocho meses. Una empresa de alfajores sacó un nuevo alfajor que solo se consigue en la playa, y en todos lados (este todos lados son las redes sociales y sitios de internet) empezaron a decir que era tan delicioso, cremoso, fabuloso –foto del relleno, foto del chocolate que lo cubre, foto de la masa, foto de gente comiéndolo, foto de una joven apretándolo para que el centro desborde, gesto de un chico tragándolo, manchándose las comisuras– que se abrió un espacio en algún lugar de mi cabeza y caí por completo en ese agujero y ahí me quedé por días.
En el trabajo no paramos de hablar del tema. Le pedimos a un compañero que estaba de vacaciones que lo probara y nos trajera. Otra compañera llamó a un amigo para que le comprara uno aunque aún no regresaba. Una tercera lo consiguió no recuerdo por qué, pero sí recuerdo que dijo que era espectacular así que peor, más ganas. Mi novio me comentó que su madre estaba en Santa Clara, pero tanto no quise molestar. Le escribí a mi hermano, que estaba en la costa. Él no tenía idea de lo que le estaba hablando porque no usa redes ni busca cosas en Google (de hecho tiene WhatsApp porque los amigos le regalaron un teléfono y porque ya estaba tan afuera que se estaba quedando afuera) y me dijo que lo iba a intentar, pero como no le creí le escribí también a mi sobrino de 13 años, que no sé si sabía de lo que le hablaba, pero sí sabía que iba a caer como yo. Dicen que nos parecemos.
Todos los días por días en algún momento del día toqué el tema alfajor. Es más grande, el relleno parece de chocotorta, la sal deber ser sutil, cómo le quedará, debe ser pesado, dos seguidos son muchos. Una hipócrita. No me gustan tanto pero ahí estaba, en medio de mi primer ataque de FOMO, eso que mi amiga Paula dice que tiene tan seguido, FOMO, Fear of Missing Out, miedo de quedarse afuera porque hay algo nuevo que el resto conoce y una no. ¿A mí desde cuándo me importa? Y de nuevo y sin embargo le mandaba la foto a mi sobrino para que no se olvidara. “Es este Augus, eh, el celeste”.
En mi caída por los aires en busca de algo que no suelo comer tuve un momento. Mientras seguía viendo videos de personas masticando y hasta a una cocinera convencida de que había logrado la receta paso a paso y entonces la manteca pomada, el dulce de leche con chocolate blanco, me puse a pensar en qué iba a suceder una vez que lo probase. En si era libre para decir que era rico o no porque con esta previa cómo sentirse capaz. Acá hay algo, no es la primera vez que ocurre, en este antes hay algo. Un mundo al revés. Queremos lo que sea, un pantalón, unas zapatillas, un corte de pelo, un labial, porque ya decretamos que nos va a calzar bien, quedar cómodo, hacer más lindas, resaltar los labios. Así nos lo dijeron y lo aceptamos. Hacemos caso. Ya ni gusto parece quedarnos.
El alfajor lo probé hace poco. Un compañero trajo varios y lo aplaudimos. Primero le saqué una foto y después le conté a mi novio. Era un día de calor, pensé que en el viaje en colectivo a casa se iba a derretir el chocolate y me frustré. Por la tarde lo partí en dos y lo comí. Me gustó. ¿Me gustó? Tendría que pedirle a mi hermano que lo coma y me diga. Él por ahora y para mí tiene un poco más de razón.
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