El pozo de la memoria según Jorge Edwards
El novelista chileno habla en esta entrevista de su nuevo libro, La otra casa, donde combina el ensayo, la biografía y el testimonio: es un ajuste de cuentas, pero también una reconciliacióncon las letras de su país
Jorge Edwards no escribe ensayos. Los camina. Los vive. Por eso sus textos sobre literatura chilena parecen disolver la frontera que existe entre la lectura reposada y la vida misma, esa combinación de bohemia y viajes y encuentros que bajo su mirada terminan convirtiéndose en literatura.
En La otra casa , volumen que publica en los próximos días Ediciones Universidad Diego Portales, el narrador combina el análisis propio del ensayista con las técnicas de la crónica, la biografía, el testimonio, la entrevista. Todo un revoltijo saludable y motivador, que es también el ajuste de cuentas de Edwards con la literatura chilena. A los 21 años, cuando le preguntaron en un programa de radio qué escritores chilenos le interesaban, Edwards contestó "Huidobro, Neruda y María Luisa Bombal". ¿Y quién más?, preguntó el entrevistador. "Joyce, Faulkner y Mann", agregó el joven autor, dando a entender que el resto de la literatura chilena lo dejaba frío.
Con el tiempo, sin embargo, ha comprobado la intensidad de González Vera, apenas disimulada por la prosa contenida; la inquietante actualidad de Blest Gana; el vínculo entre vanguardia y tradición en la obra de Gonzalo Rojas; y la sorprendente relación de la antipoesía con Felisberto Hernández y Macedonio Fernández, dos excéntricos de marca mayor. La enumeración de parentescos, como también la de contradicciones, es larga, propia de una relectura paciente no sólo de los textos, sino también de eso que Edwards llama "el pozo de la memoria". Allí se encuentra también la materia prima de estos ensayos que caminan, que van y vienen, de un lugar a otro, de una vivencia a otra, para entregar una imagen de la literatura chilena de primera mano. No en vano, el autor de El inútil de la familia ha sido testigo privilegiado de nuestro devenir cultural. En La otra casa aparece en Calafell, junto a José Donoso, enterándose por televisión del golpe de Estado. Antes, mucho antes, con Lihn, paseando por el Parque Forestal, o con Jodorowsky, que fabricaba títeres con las hijas de Juan Emar. Y volviendo al presente, hace pocos años, en el entierro de Wacquez, quien era "una curiosa mezcla de huaso colchagüino y de intelectual refinado". De la suma de andanzas y lecturas conversa aquí, mostrando su escepticismo hacia la poesía de Teillier, los artefactos de Parra, la moda de Bolaño y las novelas de más de algún compañero de generación.
-¿Podría decirse que su "otra casa" es la biblioteca?
-Sí, pero quizá es un mundo un poco más amplio que la biblioteca. El mundo donde transcurre lo literario, la imaginación, la ficción. En el ensayo sobre Donoso observé que en sus novelas las casas eran muy reales, como las del viejo Santiago, pero a partir de su novela Casa de campo , la casa se vuelve alegórica, un espacio mucho más imaginario y menos realista. En ese sentido, pensé que la literatura es la otra casa de los escritores. Un mundo que es conocido y habitado por uno, pero al mismo tiempo es otro espacio, diferente al de la familia, a la casa real.
-¿Cómo entró en lo que usted define como ensayos familiares?
-Se supone que el ensayo tiende a adquirir cierta solemnidad, porque es pensamiento, mientras que la novela, casi por definición, es medio pícara, medio juguetona, medio irreverente. Pero hay un ensayo narrativo, que se hizo mucho en el siglo XIX inglés. Pienso en Carlyle, Stevenson, Wilde, Chesterton, De Quincey. Es un ensayo menos solemne y en muchas ocasiones el autor es un personaje. Por ejemplo, cuando cuenta la manera como él leyó un libro, o sea que habla del libro y de cómo se acercó a él. Eso podrían ser los "ensayos familiares". Borges habla mucho de Stevenson, de Wilde, y yo llegué a la conclusión de que la originalidad de Borges tiene que ver con ese tema. Borges se quedó en ese terreno y no quiso elaborar grandes estructuras novelescas y cosas de ese tipo. A lo mejor no se equivocó.
-¿Es el libro un ajuste de cuentas con la literatura chilena?
-Más o menos. Me reconcilié relativamente con la literatura chilena en su conjunto, después de haber declarado en un programa de radio que me interesaban dos poetas y una especie de novelista imaginativa como la Bombal. Entonces, ahora me reconcilié con González Vera, con Edwards Bello, con Eduardo Barrios. Y no sé con quién ajusté cuentas... pensaba al principio que con Emar, porque los críticos me estaban dando la lata, siempre descubriendo a Emar.
-El ensayo dedicado a él refleja una lectura incómoda .
-Me irrita su buen poco, la verdad. Primero, porque yo soy muy poco esotérico. Fui alumno de los jesuitas y me convertí en un agnóstico, y la cosa espiritualista, aunque sea oriental, nunca me termina de convencer. A mí me gusta el buen manejo de la lengua. Entonces, la escritura de Emar me molesta porque es de un galicismo que llega a dar risa. Cuando Huidobro dice que Emar "escribe con las patas", lo comprendo. Ahora, eso refleja que se puede escribir de manera interesante con las patas, porque es evidente que cuando leo a Emar tengo una cierta irritación, pero al mismo tiempo el tipo me está agarrando por varios lados. Siento que me transmite escenografías pictóricas. Cuando leo de sus pelícanos me digo que hay mucho de Max Ernst. Veo imágenes, veo a ese pelícano que llora lágrimas amargas.
-Otros textos pueden interpretarse como elogios a la relectura.
-Bueno, creo que uno de los tests que se le pueden hacer a una literatura es su posibilidad de relectura. Uno llega a ciertos textos por caminos impensados, y eso también tiene su gracia. Yo cuento en el ensayo sobre Eduardo Barrios que de repente vi en una librería de París la versión francesa de El niño que enloqueció de amor . Lo compré al tiro y lo leí en una noche. Después, ya en Chile, me enteré de que Barrios se había inspirado en Magallanes Moure.
-El origen del ensayo sobre la Mistral es igual de curioso, ¿no?
-Me invitaron a Japón y dentro del programa estaba una entrevista con una hispanista japonesa, experta en Gabriela Mistral, que sostenía que el sobrino era en realidad hijo de ella y de José Vasconcelos. Pasó el tiempo y escribí una crónica al respecto. Lo que yo no esperaba era que el embajador de México me llamara una mañana para decirme que Carlos Vasconcelos, el hijo de don José, quería reunirse conmigo. Pucha, en qué lío me habré metido, pensé, pero quedamos en almorzar. Allí Carlos Vasconcelos me dice que lo que había escrito era muy plausible, porque si bien su padre estaba casado, se veía casi todos los días con Gabriela cuando vivían en París. En una de esas Gabriela desaparece como cinco meses, se va a Marruecos y vuelve con el niño. "Entonces, yo sería medio hermano del hijo de Gabriela", concluye Carlos. Bueno, esa historia ya parece más un cuento que un ensayo.
-¿A qué se refiere cuando dice que Bolaño es antinovelista?
-Tiene una cosa muy moderna que está de moda: ser escritor de escritores, novelista cuyo tema es la novela, la escritura como tema.
-¿Quiere decir que le falta acción?
-No es eso precisamente, hay bastante acción en Bolaño, pero de repente como que se para y empieza a reflexionar qué es la novela, por qué escribe, qué pasa si se va por tal o cual camino. Una cierta cercanía con Vila-Matas. La idea de los escritores secretos, que no escriben, perdidos. Y eso se ha convertido en una moda, que pasará, como todas las modas. Ahora siento que está entrando una literatura que es como un segundo aire del surrealismo, o un surrealismo más light , como lo que hace Murakami. Un sueño más fácil.
-En el ensayo sobre Teillier sostiene que, contra lo que se dice, "pulsa varias cuerdas".
-Bueno, en términos generales, Teillier es monotemático. Pero aparecen artes populares, la canción chilena y argentina, por ejemplo. También el mundo del boxeo y el de los ferrocarriles. O sea que no es tan limitado. Es un poeta en cierto modo menor, pero es un poeta menor bueno.
-Califica los trabajos recientes de Parra como "guatapiques". ¿Se refiere a su obra plástica?
-Parra en los últimos años también se ha vuelto monotemático. El ego lo mata. Encuentro que tanto hablar de él, tanto esperar el Premio Nobel, es bastante ingenuo. Creo, en términos generales, que hay algo esencial en el artista chileno, y diría que en el artista latinoamericano, que es la aspiración a la consagración europea. Nicanor tiene esa manía y yo creo que no hay que comparar tanto. La literatura es o no es. No puedo comparar a Thomas de Quincey con Shelley, cada uno iba por su lado y ambos son buenos escritores a su manera. Esa es mi sensación respecto de Parra. Yo le tengo simpatía incluso personal, pero a veces lo encuentro majadero. Da la lata con su ego.
-El libro habla tanto por las presencias como por las ausencias. ¿Por qué no están Manuel Rojas, José Miguel Varas o Germán Marín, por ejemplo?
-Rojas no está porque hace mucho tiempo que no lo leo. Los autores de mi tiempo que leí fueron Lihn, Donoso, Teillier, Margarita Aguirre. Marín es como muy tardío, lo he leído algo, pero no lo suficiente. Y a Varas lo he leído muy poco. No fue mi intención en este libro ser globalizador, exhaustivo ni académico.
-Aquí están presentes los años de la Escuela de Leyes, los paseos por el Forestal, la bohemia, los amigos. ¿Cómo ve la educación del artista adolescente de hoy?
-En esos años tenía bien claro que la literatura no da plata. La consagración consistía en que los libros que uno escribía fueran apreciados. Por ejemplo, nos leíamos entre Lihn, Jodorowsky, Jorge Sanhueza y varios otros. Uno los reunía cuando escribía un cuento; lo leía en voz alta y si después había un silencio mortal, uno se daba cuenta de que el relato había caído en el vacío. Si existía aprobación, uno se sentía feliz.
-Para eso ahora están los talleres literarios.
-En ese tiempo no existían. Tampoco la idea de los grandes premios, los grandes tirajes. Mi generación no tuvo isabeles allendes. Lo digo en el sentido de que eso crea imágenes. Ahora está lleno de jóvenes que quieren triunfar en la literatura. El otro día un joven me consultó cuánto dinero daba el Premio Nobel. ¿Por qué?, le pregunté. Me dijo que estaba decidiendo si se dedicaba a escribir o no. Antes había ciertos valores conservadores, como la hidalguía y la educación, pero ahora el dinero es el valor total. La poesía, la prosa y el ensayo están al otro lado. Hay una enorme gratuidad en la literatura.
El Mercurio / GDA