El peronismo, entre el mito y la verdad
La historia como relato: tal parece la premisa literaria de las magistrales Santa Evita y La novela de Perón
En La novela de Perón y en Santa Evita Tomás Eloy Martínez recorre dos de sus obsesiones axiales: la necesidad de comprender intelectualmente el peronismo al que suscribe a pesar de venir de una familia activamente antiperonista; y su convicción de que lo imaginario y lo real se (con) funden, categorías aparentemente contradictorias pero de imposible disecación.
La novela de Perón propone, de inicios, un título ambiguo, polisémico. ¿Qué significa"de"? ¿Se trata de una novela escrita por Perón o trata acerca de Perón? ¿Es una biografía o una novela?
En su texto se entrecruzan tres biografías: la que Perón le dicta a TEM, que aparece como tal en la novela; la que en 1970 le muestra López Rega, escrita por él pero, según le insiste, dictada por Perón; o la que constituye el texto del libro escrita por el protagonista, el periodista Zamora.
Lo que TEM muestra es la imposibilidad de dotar de un sentido único a las palabras, por lo que el intento de fijar una biografía para la posteridad que resalte lo positivo y oculte lo negativo está destinado al fracaso, porque lo más sonoro suelen ser los silencios, los escamoteos. En última instancia la comunicación humana, también las biografías que no pueden ser sino novelas, son inevitablemente un malentendido. Ello queda claro en la página 247 cuando Perón regresa de su exilio en un avión. Una mosca se posa en su mano y le llama la atención su lomo azul, las alas transparentes y los ojos ávidos. El General comenta "¿Moscas aquí, tan alto?" y después sentencia: "Vean esos ojos. Ocupan casi toda la cabeza. Son ojos muy extraños, de cuatro mil facetas. Cada uno ve cuatro mil pedazos diferentes de la realidad. A mi abuela Dominga le impresionaban mucho. Juan, me decía: ¿qué ve una mosca? ¿Ve cuatro mil verdades, o una verdad partida en cuatro mil pedazos? Y yo nunca sabía qué contestarle...".
He aquí la clave de la obra literaria de TEM, ¿cuatro mil verdades o una verdad partida en cuatro mil pedazos?
Y aparece allí una posible explicación de la notoriedad de Perón y su perdurabilidad: él fue el ojo de la mosca ofreciendo múltiples facetas para que cada uno recogiera su verdad, su propia comprensión de su figura y de su creación, el peronismo. ¿Acaso la masacre de Ezeiza, que inicia la novela, no consistió en la convergencia sangrienta de dos millones de personas que portaron cada un pedazo de la verdad para estar allí y recibir a ese anciano cuya ambigüedad lo había permitido?
La historia circunscribe y la literatura eterniza, o la historia es incapaz, como diría Borges, de eternizar un instante, una vida. En una conversación entre Tomás Eloy Martínez y el general, reflejada en las páginas del libro, el autor busca la verdadera y única versión de unos acontecimientos de un determinado período de su vida. A lo que Perón le responde que no comprende la obsesión por fijar la verdad de los hechos del pasado; si ha sido protagonista de la historia una y otra vez lo fue porque se contradice continuamente.Cuantas más leyendas circulen alrededor de su vida mejor, tanto más " apropiable" será y más armas tendrá para defenderse. Lo que Perón quiere es dominar a la historia, cabalgar los tiempos y cambiar de montura de acuerdo a las circunstancias; por eso evita las definiciones. Su propósito es construir unas memorias deliberadamente mediatizadas, limpiadas por López Rega de todo aquello que pudiera empañarlas, asentadas sobre invenciones o falsedades que para él constituyen verdades de tanto repetirlas. Porque, ¿cuál es la diferencia entre verdad y mentira? ¿Entre historia y novela? "Todo relato es, por definición, infiel. La realidad no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo." Y si la historia es otro de los géneros literarios, "¿por qué privarla de la imaginación, el desatino, la exageración, la derrota, que son la materia prima de la literatura?" (TEM)
Santa Evita , como La novela de Perón , no pretende ser una biografía de un personaje demasiado conocido por todas y por todos, por quienes lo odian y por quienes lo veneran. Esto mismo indica que las versiones sobre Eva, pretendidamente objetivas, han estado contaminadas de subjetividad. Y es la subjetividad justamente lo que Tomás Eloy Martínez vuelve a agitar y exprimir en Santa Evita , en mi criterio, lo mejor de una rica producción libresca que lo ha proyectado al reconocimiento nacional e internacional.
TEM nos presenta su Evita y para ello disloca, entrechoca y funde lo histórico y lo ficcional, de manera que lo real y lo inventado tengan la misma pregnancia, como aquello de "Volveré y seré millones" que fue ya consagrado como si hubiera salido de la boca de la Evita real y no de la refundada por TEM. Viene a cuento citar a Michel Foucault:
Podemos constatar que las corrientes historiográficas actuales ponen en duda la posibilidad de conocer la verdad, puesto que la historia no estudia el pasado -como se ha afirmado tradicionalmente- sino a la sociedad y sus cambios. La historia no describe el pasado: lo traduce.
TEM ha sostenido su reinvención de lo real en una exhaustiva investigación que lo llevó a escudriñar cartas, documentos y artículos, también a entrevistar a quienes conocieron a Evita viva o muerta, que la amaron o la odiaron con intensidad, con la pasión que ella despertó y sigue despertando. Apoyándose en ello TEM se lanzó a la riesgosa aventura de corregir lo que hicieron García Márquez o Lezama Lima, Asturias antes que ellos, porque si estos no dejaron dudas de que en la América tropical la realidad derrota en fantasmas y extravíos a toda humana imaginación, en el caso de la nostálgica y chirriante Argentina, y más específicamente en el peronismo, la realidad no está separada de la ficción: es su socia, es ficcional en sí misma.
Sólo así se puede explicar un fenómeno como el de Evita, en una sociedad que hasta entonces se imaginaba europea y que súbitamente se vio invadida por la barbarie de "cabecitas negras" que reclamaban lo que les correspondía en la sociedad, en la economía, en la cultura. Y les correspondía con justicia, porque eran ellos quienes habían dado la vida en los ejércitos patriotas, los que bajaban a las minas sin oxígeno, los que cosechaban sometidos al calor o al frío intolerables, los que se apiñaban en las cadenas de producción sin horarios y sin recompensas. Era la América latina la que se hacía visible. Así invadió Eva Duarte el corazón, la cabeza, las tripas, los sueños, las pesadillas de la Argentina.
Y a esa desmesura es leal TEM, con fracturas temporales, voluptuosidades de lenguaje e irrespetuosidades formales, porque pensó, supo, que para escribir sobre Evita no alcanzaban los cánones de lo literario. "El único deber que tenemos con la historia es reescribirla", afirmó Oscar Wilde.
Por eso es que la novela, si así puede llamarse, no termina con la muerte de la protagonista, sino que es allí donde comienza su parte más vital, con aquel cadáver nómade que a su paso iba despertando tragedias, pasiones y místicas varias, una carne que no se volvió polvo en la memoria sino que fue copiado, mutilado, reverenciado, violado, divinizado, orinado, acariciado, profanado. Que fue oculto detrás de la pantalla de cines barriales, en ambulancias, en cines, en bodegas de barcos, en buhardillas, pero donde quiera que estuviese escondido cosechaba anónimas flores y papelitos con mensajes. Hasta que más de dos décadas después fue sepultado en el cementerio de la Recoleta, de Buenos Aires, absurdamente lejos de su jefe amado, el general Perón.
Un embalsamador español, el doctor Ara, le abrió el camino de la eternidad incorruptible, y como sucederá con otros partícipes de la vida de la venerada muerta, su existencia quedará atravesada por esa mujer que hace de él, siempre según TEM, un títere que se encarga de contestar las cartas de las miles que le escriben a Evita convencidos de que ella les responderá desde el más allá. Y efectivamente reciben a vuelta de correo mensajes firmados por ella que les promete que intercederá por cada una ante el Altísimo.
La desmesura que el destino reservó a la vida y a la muerte de esa humilde pibita nacida en la orfandad y en la miseria es también la señal de identidad del peronismo, ese fenómeno político difícil de comprender desde la racionalidad y, en cambio, posible de atisbar desde aquella premisa de que "es un sentimiento". Por ello Santa Evita , con su entrecruzamiento de sangre, purezas, rencores, exaltaciones, es también la historia de la Argentina, y posiblemente sea TEM quien mejor la descifró y la exhibió aunque haya supuesto -y la confusión parecida al engaño también es autóctona- que había escrito una novela.
Ésta se enriquece con historias paralelas, como la de los militares del Servicio de Inteligencia del Ejército, a quienes los jefes del golpe militar de 1955 encargaron poner el cadáver embalsamado de Evita a salvo de las masas justicialistas que podrían intentar rescatarlo. Entre ellos cobra niveles antológicos el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, supuesto verdugo pero en lo real víctima del cuerpo insepulto de Evita, que hace de él un alcohólico, un fetichista, un necrófilo, un demente, magistralmente desarrollado por TEM. Cuando Moori Koenig ve por televisión que los astronautas norteamericanos empiezan a cavar para recoger piedras lunares, grita: "¡La están enterrando en la Luna!"
Otro de esos personajes es el "loco" Arancibia, oficial del Ejército, quien tiene al cuerpo de Evita escondido en el ático de su casa, y desequilibrado por tamaña responsabilidad, convencido de que los que la veneran intentarán quitársela, dispara contra la silueta de quien ha invadido el ático. Arancibia pierde la razón al constatar que se trataba de su esposa que no había resistido a la curiosidad. ¿Es un personaje real o ficcional? ¿Puede medirse acaso el porcentaje de realidad y de ficcionalidad, no sólo en la literatura sino también, y sobre todo, en la vida?
En Santa Evita , TEM apela a la metaficción, conscientemente recuerda al lector que está presenciando una construcción de ficción y un juego poroso con la relación entre ésta y lo real. Un emblema de la metaficción es la ambigüedad, es decir el quebrantamiento de la diferencia realidad-ficción. El Quijote es un ejemplo de ella, también algunos relatos de Borges y, como muestra ejemplar, en mi criterio, Niebla de Miguel de Unamuno.
Así voy avanzando, día tras día, por el frágil filo entre lo mítico y lo verdadero, deslizándome entre las luces de lo que no fue y las oscuridades de lo que pudo haber sido. Me pierdo en esos pliegues, y ella siempre me encuentra. Ella no cesa de existir, de existirme: hace de su existencia una exageración. (TEM)
Es que la historia, aun la más empacada, la que se supone más científica, no es más que un relato. Y eso TEM lo sabe y desde esa perspectiva el texto se enriquece hasta hacerse cautivante:
A lo mejor no estaba sucediendo nada de lo que parecía suceder. A lo mejor la historia no se construía con realidades sino con sueños. Los hombres soñaban hechos, y luego la escritura inventaba el pasado. No había vida, sólo relatos.
También hay en Santa Evita otro recurso del que otros han abusado, pero que TEM rescata como válido y funcional: la intertextualidad, la puntuación del texto central por otros de variada procedencia, recortes de diarios, poemas, fragmentos de entrevistas o artículos, citas propias, que refuerzan la ilusoria veracidad de lo biográfico y su ubicación espacio-temporal. Al servicio de lo que Borges pontificaba: "La literatura no busca lo exactamente histórico, sino lo simbólicamente verdadero".
Vargas Llosa escribió con acierto sobre los personajes de TEM:
No son una transcripción, un reflejo, una verdad. No: son un embauco, una mentira, una ficción. Han sido sutilmente despojados de su realidad, manipulados con destreza, y transformados en personajes literarios; es decir, en fantasmas, mitos, embelecos o hechizos que trascienden a sus modelos reales y habitan ese universo soberano opuesto al de la historia, que es el de la ficción.
© LA NACION