El Palacio San Martín
Originalmente construido para los Anchorena, el edificio que ocupa hoy la cancillería argentina cierra la serie de notas sobre Patrimonio y Diplomacia
El Palacio San Martín, ubicado sobre la plaza San Martín, se destaca entre los mejores edificios de la ciudad por su originalidad y valores arquitectónicos. Este gran exponente de una tendencia estética que podría denominarse "clasicismo belle époque" fue originalmente la residencia de una de las más acaudaladas ramas de la familia Anchorena.
Construido entre 1905 y 1909, el edificio fue encomendado por Mercedes Castellanos de Anchorena, hija de Aarón Castellanos, uno de los pioneros de la colonización agraria y del fomento de la inmigración europea en la Argentina, y esposa de Nicolás Hugo Anchorena, nieto de Juan Esteban Anchorena, el fundador de la dinastía argentina que llegara de España a Buenos Aires en 1751. Mercedes -dueña de una de las fortunas argentinas más importantes de su época- fue una personalidad fuerte y decidida promotora de obras de caridad y religiosas a las cuales se dedicaba con gran tenacidad y aportando fabulosas sumas de dinero. La instalación de los padres sacramentinos en la Argentina se debió a sus gestiones, como también la construcción del seminario de Villa Devoto o la basílica del Santísimo Sacramento -considerada una de las iglesias más lujosas de Buenos Aires- proyectada en París por los arquitectos Coulomb y Chauvet. Este empeño y generosidad fueron recompensados con títulos honoríficos como el de Condesa Pontificia o el Dama de la Rosa de Oro. Mercedes Castellanos de Anchorena tuvo once hijos, de los cuales solo cinco la sobrevivieron. De éstos, sólo tres, Aarón, Enrique y Emilio, ocuparon con ella el palacio, originalmente previsto para que lo habitara también su hija Amalia, casada con Juan José Blaquier y fallecida en 1907, antes de finalizarse la construcción.
Arquitectura en familia
Aarón Anchorena -aficionado a la vida de salón pero también una persona de acción, amante de los deportes-, se instaló con su madre en el ala izquierda del palacio y continuó viviendo allí durante su matrimonio con Zelmira Paz. Enrique Anchorena -interesado en la arboricultura, como lo demostró en el espléndido parque de su estancia "El Boquerón" cerca de Mar del Plata- ocupó el cuerpo central del conjunto con su esposa Hercilia Cabral Hunter. Emilio Anchorena, casado con Leonor Uriburu, ocupó el ala derecha del edificio sobre la calle Basavilbaso. Luego fue residencia de la mayor de sus hijas, Leonor Anchorena de Luro, activa promotora de la Sociedad de Beneficencia y propietaria de la estancia La Azucena, que, como varias otras propiedades de la familia, ostentaba un gran parque y un casco de notable interés arquitectónico diseñado en este caso por Alejandro Bustillo.
La predilección de la familia Anchorena por los grandes edificios y por variadas tendencias arquítectónicas también se extendió a otros miembros que no habitaron este palacio. Tal fue el caso de Matilde, casada con Carlos Ortiz Basualdo y en segundas nupcias con Pedro Verstraeten, que habitó otra imponente residencia diseñada hacia 1900 por el arquitecto belga Julio Dormal y situada al lado de la residencia de su madre y hermanos, en el terreno limitado por las calles Basavilbaso, Arenales y Maipú. Pero también el de Josefina Anchorena, quien mandó a construir, con la dirección artística de su esposo, el escritor Enrique Larreta, dos de las obras cumbres de la arquitectura neocolonial argentina: la estupenda casa del barrio de Belgrano -hoy Museo Larreta- y el casco de la estancia Acelain.
El clasicismo 1900
El arquitecto responsable del diseño del Palacio Anchorena fue Alejandro Christophersen (1866-1946), una de las principales figuras de la arquitectura argentina del período. Formado en la Academia de Bellas Artes de Amberes, completó su formación en el prestigioso Atelier Pascal de La École des Beaux Arts de Paris. Entre sus obras se cuentan innumerables casas y residencias particulares, como la que alberga el Círculo Italiano, en la calle Libertad; iglesias como Santa Rosa de Lima, sobre la avenida Belgrano, y edificios públicos como la sede de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Christophersen, ecléctico cabal, adscribió a diversas corrientes arquitectónicas a lo largo de su carrera. Hacia la primera década del siglo siguió el gusto dominante entre clientes y profesionales, que preferían un estilo inspirado en la arquitectura francesa del siglo XVIII. Esta tendencia fue verdaderamente internacional y se consagró definitivamente a través de dos obras culminantes como el Grand Palais y el Petit Palais construidos para la Exposición Universal de 1900 en París.
La obra cumbre de Christophersen, el Palacio Anchorena, se ubica dentro de esta tendencia y es fruto del complejo entramado de relaciones entre París y Buenos Aires en el campo de la arquitectura. Un análisis detallado de este gran edificio y las circunstancias en que fue construido, así como ciertos desajustes en la resolución definitiva respecto del planteo original, parecería señalar que el Palacio Anchorena fue en realidad el excepcional resultado de una reelaboración de un proyecto de mayores dimensiones originalmente diseñado en Francia. Este tipo de adaptaciones fue algo común por la época.
Academicismo y art nouveau
En el Palacio Anchorena se reconocen varias fuentes de inspiración, las más remotas son modelos de residencias parisienses del período señalado, como el Hôtel de Condé (J. M. Peyre, 1765). Otra referencia insoslayable es el proyecto Hôtel à Paris pour un riche Banquier , con el cual Jean Louis Pascal, maestro de Christophersen, gana el Grand Prix de Rome -máximo galardón de la arquitectura de la época- en 1866. A semejanza de este último antecedente, el edificio es en realidad un conjunto de tres residencias alrededor de un patio de honor, disposición que se completa con dos jardines laterales y posteriores. El resultado es una obra de inusual riqueza volumétrica y espacial, que ocupa y libera alternativamente los seis sectores equivalentes en que se divide el terreno donde se erige. Los dos vértices que unen, a manera de bisagras, los tres cuerpos construidos -especie de torreones rematados por sendas cúpulas- sirven también de engarce espacial de los tres patios, a través de recintos circulares con amplios ventanales. El vigoroso modelado del edificio no se limita solamente al planteo general de masas y vacíos.
Las fachadas presentan un tratamiento casi escultórico en las mansardas convexas, en las columnas y pilastras de orden compuesto que abarcan los dos pisos principales. El patio de honor, de planta ovalada, encierra un espacio de acertadas proporciones y lograda composición definido por una galería ritmada por columnas dóricas, escalinatas de generoso desarrollo, frentes interiores y mansardas de líneas curvas y dos cúpulas.
La organización de los interiores del palacio responde a la habitual disposición en este tipo de residencias. En cada pabellón de cuatro niveles, los espacios protagónicos albergan el hall principal o la escalera de honor. La decoración de todos los ambientes principales reflejan el alto nivel y la calidad artesanal de la construcción de la época.
Esta notable habilidad se manifiesta en los estucos e imitación de materiales nobles, en los revestimientos de madera de paredes y pisos o en la excelente factura de la herrería artística, rubros todos ejecutados por artesanos o firmas radicadas en la Argentina. Esta atmósfera se veía originalmente enriquecida por el mobiliario original que los dueños habían comprado en Francia e Inglaterra.
El inconfundible espíritu belle époque del Palacio Anchorena se ve reforzado por el influjo art nouveau que se manifiesta más allá de aspectos decorativos o formales. Este aporte se incorpora en variables más trascendentes de la composición, como la fluidez de espacios y masas, las grandes puertas ventanas exteriores e interiores, las transparencias y continuidades entre recintos, el gran uso de convexidades y concavidades, o el aligeramiento de ciertos sectores del basamento y la mansarda a través del uso del hierro.
El Palacio Anchorena, denominado Palacio San Martín a partir de su adquisición en 1938 para sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, puede ser considerado uno de los edificios más valiosos del patrimonio arquitectónico de Buenos Aires.
No sólo es represantivo de la mejor arquitectura privada de la Belle Epoque en el nivel internacional sino también uno de los más originales ejemplos del revival clasicista de principios de siglo que supo integrar tradición e innovación en propuestas incorrectamente interpretadas por la historia y por la crítica.
El Palacio San Martín es además un excelente ejemplo de la denominada arquitectura Beaux Arts, derivada de las enseñanzas y teorías de la famosa escuela parisiense. Es quizá la residencia más original del Clasicismo Internacional 1900.