Hay dos clases de 9 de julio. Los que nos sorprenden felices, con la Argentina en un ciclo de prosperidad, y aunque se nos advierta que esta no será sustentable igual disfrutamos del carpe diem consumista porque total "mañana vemos". O los 9 de julio que nos agarran en la mala, como ahora, cuando la escarapela resume muy bien lo que somos: la representación de una patria sostenida por un alfiler.
Por eso hoy, que estamos en la fase "melanco" del ciclo histórico de la Argentina, que pasa de la megalomanía a la depresión con la sorprendente regularidad de una rotación planetaria, quizá sea el momento de las preguntas incómodas, de esas que en la buena no nos hacemos: ¿Qué transforma un territorio y a las personas que lo habitan en una nación? ¿Qué nos define como patria? O la más incómoda de todas: ¿de qué se trata la Argentina?
Según la definición clásica, la patria es "la tierra natal o adoptiva a la que un individuo se siente ligado por vínculos de diversa índole, como afectivos, culturales o históricos". Como esta descripción tiene gusto a poco, propongo escuchar al historiador israelí Yuval Harari, que en su exitoso De animales a dioses nos da un panorama evolucionista que nos puede ayudar a pensar cómo se forma una nación.
Viajemos con Harari al principio de los tiempos: "Los humanos, como los chimpancés, tienen instintos sociales que permitieron a nuestros antepasados formar amistades y jerarquías y cazar o luchar juntos, o sea, cooperar. Sin embargo, como los instintos sociales de los chimpancés, los de los humanos estaban adaptados sólo a grupos pequeños o íntimos. Cuando el grupo se hacía demasiado grande, su orden social se desestabilizaba y la banda se dividía. (...) La investigación sociológica ha demostrado que el máximo tamaño natural de un grupo unido es de unos 150 individuos. En la actualidad, ese es un umbral crítico en las organizaciones humanas. ¿Cómo consiguió homo sapiens cruzar este umbral crítico y acabar fundando ciudades que contenían decenas de miles de habitantes e imperios que gobernaban a cientos de millones de personas? El secreto fue seguramente la aparición de la ficción. Un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en... mitos comunes. A diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todos creen y mientras esta creencia comunal persista, la realidad imaginada ejerce una gran fuerza en el mundo".
Y acá viene, estimado lector, un gran remate de Harari: "Cualquier cooperación humana a gran escala está establecida sobre mitos comunes que sólo existen en la imaginación de la gente. Los estados se fundamentan en mitos nacionales comunes". Pues bien: ahora sabemos que en un país van a existir siempre distintos intereses, tensiones, conflictos, o sea, fragmentos no fácilmente encastrables. Pero sabemos también que el pegamento que los une son los mitos, las narraciones, la épica y los valores compartidos, que están en un nivel supra, es decir, que funcionan como organizadores sociales y puntos de encuentro.
Sin embargo, la inestabilidad económica de nuestro país genera una seria dificultad para la fundación de mitos que nos aglutinen. Jugando con la mirada evolucionista, podemos decir que el argentino es nómade pues no habita una región, un país, sino muchos: el de Macri, que antes fue el de Cristina, que antes fue el de Néstor, que antes fue el de De la Rúa, y podemos seguir para atrás. Todos diferentes. Nunca pisamos el mismo suelo porque las reglas y condiciones cambian. Por eso el argentino, que es solidario, cuando el contexto se complica es menos solidario y recurre al "atracón".
El atracón, que es primo conceptual de la corrupción y la transgresión, podría ser un resabio evolutivo: cuando hace miles de años los humanos eran nómades, como el alimento diario no estaba asegurado, si la tribu encontraba comida, engullía lo más posible, pues no sabía cuándo algo así volvería a suceder. El nomadismo es la anulación del largo plazo. Se vive en un estresante gerundio: vamos viendo qué comer.
Feliz día de la patria. Hoy comamos locro. Mañana vemos.