El original discurso en verso con el que Martín Caparrós recibió el premio Ortega y Gasset a la trayectoria
“Hoy nos junta esa emoción:/celebrar el periodismo/aunque temamos que un sismo/ lo sacuda y lo derribe”, dijo el escritor ayer, que recibió el prestigioso galardón en España
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La ceremonia de entrega de los 40° premios Ortega y Gasset concluyó ayer en CaixaForum Valencia, España, con la entrega del galardón mayor, a la trayectoria, para el argentino Martín Caparrós. Un prestigioso jurado (Lucía Lijtmaer, Elvira Lindo, Isabel Calderón, Luis Gómez, Pedro Zuazua, Miguel Delibes de Castro, Soledad Alcaide y la directora de El País Pepa Bueno, que entregó la distinción) consideró que el escritor representa “la figura del periodista total y uno de los mayores exponentes de la mejor crónica latinoamericana”, tras casi medio siglo dedicado a una carrera en radio, televisión y prensa escrita, en su país y en el exterior (del New York Times a El País, donde todavía escribe), y a libros como El Hambre o Ñamérica.
En silla de ruedas a los 65 años por problemas musculares en sus piernas (“disculpen que haya venido así, pero no encontré dónde aparcar”, bromeó), Caparrós subió al escenario a leer un original discurso en verso, sobre el oficio, la actualidad de la profesión y su personal forma de encararla a lo largo de 49 años de trabajo, que reproducimos a continuación. “Después de estas historias de guerra que acabamos de escuchar -dijo, en alusión a los colegas periodistas distinguidos en categorías anteriores por su trabajo en la cobertura periodística de la invasión en Ucrania- “lamento decepcionarlos/mis queridos anfitriones/ si esperaban las lecciones/y consejos de este viejo/y hoy topan con su festejo/en versos casi guasones”.
Ustedes disculparán
o quizá no, quién lo sabe,
que por ser, si lo soy, ave
de tan distinto corral
hoy les ofrezca este mal
remedo de un gaucho suave.
Distinto corral he dicho:
un pichón de la gauchesca
mudado a la picaresca
tierra donde nació tanto.
Nació, sin duda, este canto
y sus tonadas burlescas.
Aunque tiene una artimaña
el cuento que aura les doy.
Soy gauchesco y no lo soy:
mi padre nació en España
y después pudo la saña
de un caudillo y sus peleles
echarlo pa’donde duele:
al destierro. Entonces yo
nací donde él encontró
un país que lo consuele.
Yo soy uno de dos tierras:
de España soy, y argentino,
en una viví y no vivo,
en la otra vivo ahora.
Las dos son pa’mi la aurora,
y el ocaso y mi destino.
Pero eso son fruslerías.
Lo que hoy aquí nos ayunta
es el error que una junta
de notables cometió:
decir que puedo ser yo
un periodista de punta.
De punta y filo, quizá,
y más de pluma, si acaso;
el error, con ser tan craso,
me ha llenado de alegría,
me ha dado tanta energía,
me ha vuelto un poco payaso.
Tomás Eloy, Soledad,
Mónica, Carlos Fernando,
gente que llevo admirando
y queriendo muchos años:
no imaginan cuán extraño
es ser banda de ese bando.
Y más me alegra este premio
porque es del diario que leo,
donde desde chico veo
lo que querría escribir;
el que me hizo persistir
en este oficio tan reo.
Trabajo raro, el que hacemos:
nos pagan poco, nos tratan
como a las ratas baratas
o al más memo de los memos.
Y sin embargo sabemos
y no tememos decir
que si hubiera que elegir
muy pocos entre nosotros
elegirían cualquier otro:
que así queremos vivir.
Hoy nos junta esa emoción:
celebrar el periodismo,
aunque temamos que un sismo
lo sacuda y lo derribe.
Yo creo que vive, y si vive
también nosotros vivimos.
Como viven yo viví,
en medio de tanto canto;
ustedes saben que santo
nunca quise ser ni fui,
todos sabemos que aquí
en este oficio no somos
virtuosísimos palomos
pero tampoco canallas:
intentamos dar la talla
en medio de tantos ñomos.
Así que así persistí,
pues nada me gusta más
que esa emoción pertinaz
de poder contar historias,
de rescatar las memorias
que ya iban quedando atrás.
Y hacerlo con buena prosa,
sin más versos ni rimitas
que estas letras mal escritas.
Porque hacer versos es cosa
sosa, casposa y muermosa,
y ninguna rima juega
con palabras como ortega,
para no hablar de gasset:
ahí solo queda el casset
y es del tiempo de la friega.
Personas, historias, letras.
Así que nada, que todo:
de esos polvos estos lodos,
de esas letras las palabras
que al fin son las que nos labran
y nos llevan codo a codo.
Pues era que eras enteras
ya llevo con las gacetas.
Pero nunca fui profeta
ni quise serlo; así fuera
muy extraño que dijera
qué hay que hacer o no hay que hacer.
Hoy me premian por no haber
seguido nunca esas normas
y buscar siempre las formas
de escaparme del ayer.
El ayer es una guía
pero no pa’encadenarnos;
si acaso podrá enseñarnos
las maneras de enseñarle
que, sin querer desairarle,
el fin es adelantarnos.
Cuántas veces me dijeron
Martín, haga así o asá.
Y yo, muy ni fu ni fa,
porque siempre me perdieron
las ganas de ser fullero
con las formas consagradas.
Hacerles trampas, pavadas
que las puedan ir cambiando,
pa’ poder salir cantando
canciones no tan cantadas.
Y encontrar maneras nuevas
de hacer lo que siempre hicimos:
contar sin trampas ni timos,
cuidar mucho la verdad,
reforzar la realidad
mostrando cómo la vimos.
Pero nos dicen, macabros,
que estamos en una crisis
mucho peor que la tisis.
Crisis es otro palabro
que nos lleva al descalabro
de no rimar ni siquiera.
Si esta crisis, crisis fuera
sería lo desconocido
y yo nunca he conocido
un día en que no la hubiera.
Porque nos gusta sentirnos
al borde del precipicio.
Todo tiempo tiene el vicio
de inventarse apocalitsis
que son la mejor elitsis
pa’ hacernos perder el juicio.
Ahora, sin ir más lejos,
lloramos que la noticia
te la entregan en primicia
los de esas “redes sociales”.
Pero ahi nadie sabe cuáles
son ciertas, cuáles ficticias.
Igual nos priocupa que otros
cuenten antes las historias
que antes, con pena y sin gloria,
ya contábamos nosotros.
No hay que correr como potros;
más conviene concentrarse
en eso que, sin jactarse,
sabemos hacer: narrar
con destreza y sin gritar,
y analizar sin marearse.
Hoy nos acoge un teatro
y siempre las redacciones.
Pa’ cumplir nuestras misiones
ni redacción ni escenario;
nuestro lugar, nuestro fario,
es la calle y sus foliones.
Y no perderse en ronrones
como la objetividá
o aquello de preguntar
a varias fuentes si llueve:
para saber qué se mueve
lo suyo es ir a mirar.
Mirar, pensar, descubrir
lo que quieren ocultar
y al fin ponerse a contar:
pucha que se ve sencillo,
por eso abundan los pillos
que nos quieren engañar.
¿Cómo hacer pa’ descubrirlos,
cómo para desnudarlos?
Lo mejor es enfrentarlos
con la verdad verdadera,
esa que los deja ajuera
al viento, sin cobijarlos.
Y al hacerlo puede ser
que nos salgan enemigos.
Pero aquí mismo les digo
que todo no puede ser:
lo nuestro no es complacer,
ser con placer escribientes
de lo que dicen las mentes
mediocres que nos manejan.
Debemos, pese a sus quejas,
mostrar qué son esas gentes.
Recién dijo Pepa Bueno
que había que tener cuidado
entre tantos entramados
con esas cacofonías
que lanzan estas jaurías
que nos quieren engañados.
Y no seguir repitiendo
lo que dicen sus vicarios:
palabras de su sumario
que no suman ni una pista.
No hay pior para un periodista
que trabajar de notario.
Y, por fijar posición,
con todo pudor les digo
a ustedes, que son amigos,
que también pondría atención
en sortear la tentación
de aceptar argumentarios,
de recitar los rosarios
que reza la sociedad.
Debe ser la realidad
la que escriba nuestros diarios.
Y no solo hablar de esos
que suelen creerse noticia;
no quedarse en la avaricia
de contar goles y besos
y conjuras y congresos
de los que tienen poder.
Más nos vale sostener
esa ambición sin barrera
de narrar la vida entera,
la aventura de aprender.
Si alguno me preguntara
por qué me pasé la vida
viajando viajes de ida
a tanta comarca rara
donde son otras las caras,
la respuesta es muy sencilla:
vivimos en una astilla
y el árbol nunca lo vemos.
Para mirarlo tenemos
que escaparnos de la silla.
Y no les hablo de mares
exóticos y lejanos;
hablo de seres humanos,
sus costumbres, sus azares,
sus cementerios, sus bares
y todo lo que los hace.
Crece mejor lo que nace
conocido y aceptado;
mostrar el mundo borrado
es una primera base.
Pero también les confieso
algo que no debería:
en esta insistencia mía,
en mi amor por hacer eso
se refugia un vicio avieso.
Ser periodista es lograr
la coartada pa’espiar,
para pispear esos mundos
que nuestro encierro infecundo
no nos deja frecuentar.
Y así apuntar sin temor,
con ardor nuestra linterna.
Que no es igual quien gobierna
y quien sufre ese gobierno,
quienes viven un infierno,
quienes la jauja moderna.
Aura pa hacer periodismo
no se precisa una imprenta
ni aquellas cuentas sin cuenta
que antes sí se precisaban.
Aura cualquiera, a las bravas,
si quiere intentar lo intenta.
Y eso es peor y es mejor:
hay muchos desaforados,
pero ahí mismo, entreverados,
están los que inventan cosas,
los que levantan las losas
que nos tenían enterrados.
Aunque nos duela saber
que a menudo alguna prensa
se arrodilla ante la ofensa
del dinero y sus patrones,
vendiendo turbios marrones
en lugar de lo que piensa.
Dicen que hacer periodismo
es contar eso que alguno
no querría que ninguno
pueda contar. Yo, lo mismo,
creo que eso es optimismo
y que aura, pa’ que lagente
se entere, entienda y comente
hay que contarle, más bien,
nuestras historias a quien
no quiere que se las cuenten.
Y no vender lo que venda.
No dejarse cautivar
por la ilusión de ganar
más clientes para la tienda.
Muchas veces esos mendas
que “público” algunos llaman,
aman, claman y aún reclaman
tonterías irrelevantes.
A veces es importante
no darles gusto ni cama.
Por eso alguno gruñó
que resultaría más bello
trabajar en contra de ellos
y quizás exageró.
Lo que aura les digo yo
es que habría que trabajar
como si fuera ejemplar
el público que nos sigue:
uno que no se fatigue
de leer, aprender, pensar.
Y renovar, dulce esfuerzo,
las formas en que lo hacemos.
No les digo que probemos
a contarlo todo en verso
porque me creerían inmerso
en un barril de aguardiente.
Pero sí que este presente
nos ofrece tantas formas
que dormirnos en la norma
parece cosa indecente.
Ahí hay un reto concreto:
encontrar sendas distintas
de cargar las mismas tintas,
de contar las mismas cosas
con estas formas briosas
que trae la modernidá.
Y no encerrarse en la edá
ni empecinarse en lo viejo:
el mundo es nuevo, canejo,
y más nuevo que será.
En fin, que ya hablé de más,
y que he dicho muy poquito.
Estos versos son el rito
pa’ decirles que quizás
hoy es el día en que más
quisiera decirles algo,
pero valgo lo que valgo
y no se me ocurre mucho:
solo que he luchado y lucho
y que de esa no me salgo.
Ahora debo despedirme:
lo bueno, si breve, bueno
y así lo malo, si breve,
puede parecer mejor.
No suele ser el temor
lo que define mis frases
pero hoy la emoción me hace
temer y temblar entero.
Muchas gracias, compañeros,
muchas gracias, mis queridos,
me han dado felicidá
de esa que, cuando se da,
nunca cae en el olvido.
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