“El olvido que seremos”: una adaptación fiel al libro, con algunas licencias poéticas
Entre la novela y la película, que obtuvo primero un Goya y arrasó anteayer con los premios Platino, hay algunas diferencias; el resultado, sin embargo, es otra obra de arte
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MADRID.– “En la casa vivían diez mujeres, un niño y un señor”, comienza El olvido que seremos, el primer clásico de la literatura hispanoamericana del siglo XXI. Este relato de no ficción, una Carta al padre en el sentido inverso al de Kafka, es una oda al bien y a su poder transformador, una épica sobre un héroe con ideales y luchas cotidianas que fue asesinado por grupos paramilitares en 1987. Es su hijo, Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958), quien escribió en 2006 la historia de Héctor Abad Gómez, un médico sanitarista de Medellín, profesor universitario y defensor de los derechos humanos. David Trueba adaptó al cine esta novela, dirigida por Fernando Trueba, que ha merecido la máxima distinción de los Goya y, el pasado domingo, arrasó con los Platino: mejor director, mejor guion, mejor actor y mejor película iberoamericana. Esta adaptación fiel, disponible en Netflix, tiene algunas pequeñas licencias. El resultado: otra obra de arte.
Fernando Trueba, uno de los directores más aclamados del cine español (ganador del Oscar por Belle Époque, en 1993), dirige El olvido que seremos, una película que cuenta con el guion de otro realizador virtuoso. David Trueba, su hermano, no solo es novelista y director de cine, sino que ha adaptado grandes obras de la literatura reciente (Soldados de Salamina, de Javier Cercas, en 2002) y además conoce la expresión de Javier Cámara como la palma de su mano. David Trueba dirigió al actor en Vivir es fácil con los ojos cerrados, merecedora del Goya a la mejor película, en 2016. El guion de El olvido que seremos, que Abad Faciolince elogia y donde solo intervino en algunas ínfimas correcciones, es fiel a la novela, aunque hay algunas licencias que realiza el equipo audiovisual.
Precisaba Abad Faciolince a LA NACION en una conversación antes de la entrega de los premios Platino que cuando la novela, publicada originalmente por Seix Barral, fue trasladada a Alfaguara, introdujo en ella algunas modificaciones, como frases, diálogos o algunas escenas que reconstruyó tras la publicación, con la memoria de sus hermanas y la de su madre, Cecilia Faciolince de Abad, quien falleció hace algunas semanas. La película también tiene algunas escenas añadidas, escenas que los Abad no vivieron o frases que el médico no pronunció, como aquel momento donde le dice a su hijo: “Los problemas de los demás no son nunca solo problemas de los demás”.
En la novela, el narrador menciona lo importante que era la poesía en su casa y cómo su padre recitaba a Pablo Neruda y a Antonio Machado. Una de las escenas que incorporaron los Trueba y que cobra relieve en la película es aquella en la que el médico, de viaje, le envía a su familia una grabación, más precisamente un poema. Los realizadores eligieron “Resurrecciones”, del autor chileno. No se ve nunca a Javier Cámara, quien interpreta a Abad Gómez, sino que es su voz la que reverbera en los ojos de sus hijos y de su mujer y también se muestra cómo el pequeño Héctor repite luego, en la oscuridad, aquellos versos mientras la voz de su padre lo arrulla desde la distancia.
José Luis Sánchez Noriega, en De la literatura al cine. Teoría y análisis de la adaptación, se refiere a los trasvases posibles que surgen cuando dialogan los dos lenguajes. Las transformaciones son necesarias, pero eso no aleja a la fidelidad del texto original. La novela tiene 42 capítulos breves donde emerge la voz de un hombre adulto, una prosa poética tierna, inteligente y valiente. “Esta es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa más que la carta a una sombra”, escribe el autor. El guion no incorpora a un narrador en off, al propio narrador de la novela, pero sí los diálogos del texto están prácticamente calcados de estas memorias. Resulta, por ejemplo, maravilloso el modo en el que Abad Faciolince cuenta cuando su madre quiso anotarlo en colegio de jesuitas, y, ante la amenaza del sacerdote y su comparación entre las plazas vacantes, el Cielo, el Infierno y el Purgatorio, decide enviar a su hijo a otro colegio. Además, y con respecto a la estructura, puede ocurrir que un espectador desprevenido no conozca la tragedia que vendrá, mientras que el lector lo sabe desde los primeros capítulos.
No se trata de una diferencia, pues, nuevamente, son lenguajes diferentes, pero sí hay que destacar que Trueba elige contar algunos episodios en color y otros en blanco y negro. Aquellos que pertenecen a la infancia del joven Héctor, a comienzos de los setenta y a las épocas felices de la familia Abad están retratados en color; las pérdidas y la escalada de violencia, en blanco y negro. Además, Marta, la hermana, quien tenía un don para la música también recibe su homenaje en aquellas escenas donde su personaje regala su interpretación. En la novela, en el capítulo 27, escribe el autor: “Marta Cecilia para mi mamá, Taché para mi papá, Marta para nosotros los hermanos, era la estrella de la familia. Desde chiquita se había visto ue no había entre nosotros ninguna más alegre ni más vital (y les juro que había competencia, y muy dura, con las otras hermanas)”. La foto en la portada de la edición de Seix Barral de una niña con un violín es también un homenaje a ella, pues se trata de un retrato de Marta.
Otra de las posibilidades que ofrece el cine, y que la dupla creativa Trueba incorpora a su versión de El olvido que seremos, es el amor por el cine de los personajes de estos relatos. Con una icónica y sádica escena de Scarface, de Brian de Palma, se inaugura la película y además habrá dos inteligentes referencias a Muerte en Venecia, de Luchino Visconti (una en 1971, cuando Héctor es un niño, y otra en 1981, cuando Héctor puede comprender por qué emociona tanto el final de Von Aschenbach a su padre). El diseño de arte también debe destacarse de la película, pues la recreación de la época es digna de elogios.
En este juego cervantino donde Abad Faciolince asiste a la representación de su vida, fue él mismo quien propuso a Javier Cámara para que interpretase a su padre. El actor español se luce dentro de un elenco colombiano con su acento denominado paisa, propio de algunas regiones de Colombia (donde, por ejemplo, aparece el voseo).
El factor Borges
“El olvido que seremos” es el primer verso de un poema que Abad Faciolince atribuye a Jorge Luis Borges, un poema sobre cuya autenticidad María Kodama duda. Recitado por Cámara, el texto clausura la película, mientras que Abad Faciolince alude solo a unos versos y llama a último capítulo “El olvido”. El día que asesinaron a su padre, el 25 de agosto de 1987, encontró, manuscrito, este poema en el bolsillo interior de su saco manchado con sangre. Rastreó en la prehistoria de Internet la autoría de este poema y todos los indicios lo llevaron a sospechar que se trataba del propio Borges, de un soneto inédito, unos poemas que entregó a Franca Beer, esposa de Guillermo Roux, antes de morir. Estos poemas luego fueron publicados en Mendoza por un sello pequeño luego de que Kodama rechazara que aquellos versos hubiesen sido escritos por Borges. “De alguna manera, su negativa a reconocer que ese soneto y otros cuatro son de Borges me conviene, porque yo puedo publicarlos sin violar los derechos de autor que le corresponderían a ella. Y además ella tiene el sostén de muchos destacados académicos que no reconocen tampoco la autoría de Borges de estos poemas, por el motivo psicológico, también muy comprensible, de que el descubrimiento filológico no lo hicieron ellos en sus cátedras ni en sus pesquisas”, decía en 2016 el autor a LA NACION.
La reina Letizia consideró hace algunas semanas en la Feria del Libro de Madrid que El olvido que seremos (Seix Barral) es una libro “maravilloso”. Abad Faciolince fue el encargado de cerrar este evento donde, una vez más, volvió a ser el elegido del público, pero esta vez, no solo lector. Cuenta divertido el escritor que una señora se acercó al lugar donde firmaba ejemplares de sus libros y le dijo: “Espero que el libro esté a la altura de la película”.