Es probable que Occidente nunca se recuperara del todo de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría: tan vasta era que su aniquilación adoptó proporciones mitológicas. El teólogo Juan Filópono intentó salvarla y le mandó una carta al califa Omar, una carta en la que pedía instrucciones sobre lo que había que hacer con los libros de la biblioteca. Omar no dudó y formó la sentencia de muerte: "Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos".
Pero aquello que en Alejandría comportó una especie de crimen cultural, fue en el caso de la incineración del Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro, una tragedia en el sentido más literal de la palabra: un destino, que se manifiestó el 2 de septiembre como falla eléctrica o como imprudencia de quien lanza un globo aerostático incendiario. Los rescatistas y bomberos actuaron acaso como habría querido actuar Filópono. No consiguieron mucho más que el teólogo, pero arriesgaron sus vidas para salvar algo que, quizás oscuramente, sabían que estaba llamado a sobrevivirlos, a sobrevivirnos a todos nosotros. No tuvieron mejor suerte. Las 20 millones de piezas del museo incluían fósiles, huesos de dinosaurios y un esqueleto de 12.000 años de una mujer conocida como "Luzia", los restos más antiguos de un ser humano descubiertos en Sudamérica. terminaron perdiéndose.
Hace poco se conoció una noticia que cambió todo. "El Museo Nacional se convirtió en un socio de Google Arts & Culture en 2016 y en 2017 empezamos a grabar en las salas con cámaras que hacen capturas de 360º y posibilitan tours virtuales del lugar. Por su parte, los curadores del museo seleccionaron las piezas que querían destacar y las organizaron en siete exposiciones con imágenes que ellos mismos tomaron", contó a LA NACION el arqueólogo Chance Coughenour, gerente global de Preservación Histórica de Google Arts & Culture. Pasado en limpio, esto quiere decir que podrá recorrerse virtualmente un museo que ya no existe. Hay aquí una compensación que mitiga la nostalgia. Ni la Biblioteca de Alejandría ni, mucho más acá, las ruinas de Palmira tuvieron esa suerte.
Aunque mejor que ver lo que ya no existe es, si se tuvo la suerte de verlo, reinventarlo en la memoria. Como escribió Marcel Proust: "El edificio inmenso del recuerdo".
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