El mundo y la literatura según Gustave Flaubert
Se cumplen doscientos años del nacimiento del escritor francés que encontró en la escritura “una manera especial de vivir”; su obra inspiró a grandes autores del siglo XX
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Hace doscientos años, al noroeste de Francia, en Ruan, nacía el escritor que revolucionó la literatura occidental con su búsqueda de la palabra justa: Gustave Flaubert (1821-1880). Maestro del estilo, soltero empedernido, teórico de la literatura avant la lettre y por correspondencia, madrugador, melancólico y antiburgués (”Burgués, para Flaubert, es un estado del espíritu, no un estado del bolsillo”, advierte Vladimir Nabokov en Lecciones de literatura), se convirtió en un clásico pocos años después de su muerte e inspiró a autores como Marcel Proust y Alain Robbe-Grillet, Henry James y James Joyce (al respecto, cabe recordar que Ezra Pound comparó el Ulises joyceano con Bouvard y Pécuchet), Mario Vargas Llosa y Julian Barnes.
Creó además a un personaje femenino universal: Madame Bovary, por el que fue llevado a juicio por las autoridades de su país (acusado de inmoral junto con Charles Baudelaire por Las flores del mal) y con el que se bautizó el síndrome de insatisfacción crónica, más conocido como bovarismo. Después de que fue absuelto (a diferencia de su colega bohemio), decidió publicar la novela protagonizada por Emma junto con las actas del juicio, acaso para demostrar la estupidez de los funcionarios de la Segunda República. Flaubert estaba obsesionado por ese atributo humano y, mientras escribía sus novelas recopilaba citas para el Diccionario de lugares comunes, con ideas falsas y convencionalismos de la época, y el Tontario o Estupidiario, que registra frases disparatadas de historiadores, filósofos y científicos, como esta del filósofo anarquista Pierre-Joseph Proudhon: “Las mujeres, en Egipto, se prostituían públicamente a los cocodrilos”. También legó el irónico Catálogo de ideas chic, en el que se enlistan la defensa de la esclavitud y el desprecio de los sabios. Si el genio francés reviviera, notaría que no hubo tantos cambios del siglo XIX a la actualidad.
Homero de la novela contemporánea, Flaubert trascendió como autor de una escritura límpida con narradores impersonales, aunque su producción abarcó una ácida novela de aprendizaje en tiempos revolucionarios (La educación sentimental), otra histórica ambientada en Cartago en el siglo III a. de C. (Salambó) y una nouvelle místico-fantástica, La tentación de san Antonio, que consideró la obra de su vida.
En 1846, después de la muerte de su padre y su hermana, Flaubert se hizo cargo de su sobrina. Ese año inició una relación apasionada con la poeta Louise Colet que duró diez años y dio lugar a una correspondencia que aún hoy permite comprender mejor el pensamiento y la obra del autor. “El estilo, que es algo que me tomo muy en serio, me sacude los nervios de una manera horrible, es algo que me consume y me atormenta -le escribió a Colet-. Hay días en los que llega a enfermarme y hace que me suba la fiebre por las noches. Cuanto más trabajo, más incapaz me siento de expresar la Idea. ¡Qué manía más bárbara, pasarse la vida peleándose con las palabras y sudando el día entero para redondear la musicalidad de las frases!”
Un año después de su muerte -tenía 58 años- se publicó la angustiante sátira protagonizada por dos exhaustivos copistas: Bouvard y Pécuchet. “Quería no estar en sus libros, o apenas quería estar de un modo invisible, como Dios en sus obras; el hecho es que si no supiéramos previamente que una misma pluma escribió Salambó y Madame Bovary no lo adivinaríamos -escribió Jorge Luis Borges, ‘acusado’ de no admirar al escritor francés-. No menos innegable es que pensar en la obra de Flaubert es pensar en Flaubert, en el ansioso y laborioso trabajador de las muchas consultas y de los borradores inextricables. Quijote y Sancho son más reales que el soldado español que los inventó, pero ninguna criatura de Flaubert es real como Flaubert”.
Diez claves de su vida y obra
Escribir
“Se escribe con la cabeza -se lee en una de las cartas de Flaubert a Colet-. Si el corazón la calienta, mejor; pero no hay que decirlo. Debe ser un horno invisible, y así evitamos divertir al público con nosotros mismos, cosa que encuentro repugnante o demasiado ingenua, y la personalidad de escritor, que empequeñece siempre una obra”.
Y en otra: “Escribo para mí, para mí solo, del mismo modo que fumo y que duermo. Se trata de una función casi animal por lo que tiene de muy personal e íntima. Al escribir algo no pienso en otra cosa que en la realización de la Idea, e incluso me parece que mis obras perderían todo su sentido si llegaran a publicarse. Hay animales que viven bajo tierra y plantas que no se pueden recoger y que ni siquiera conocemos. ¿Quién sabe si no hay también espíritus que han nacido para habitar en rincones inalcanzables. ¿Para qué sirven? Para nada. ¿Perteneceré a esa familia?”
Detalle
“La obsesión descriptiva de Flaubert encuentra en Madame Bovary su expresión más acabada: la pérdida del sentido moral, la pobreza de una ética que se sustente en un ideal de vida, la imposibilidad de encontrar un sentido en un medio social corrompido, todo ello es puesto ante el lector en escenas cuyo valor se estructura a partir del detalle -dice la escritora Josefina Delgado, que tradujo La educación sentimental para el Centro Editor de América Latina-. La sensualidad de Emma se le manifiesta a Charles cuando la ve morderse los labios, chuparse el dedo pinchado por la aguja, al oír el golpeteo de los zuecos con que calza sus pies blancos, al descubrir la forma almendrada de sus uñas. El desenfreno de Emma, ya en el final de su relación con León, es percibido por el lector a partir del chasquido de las cintas de su corsé, del contraste que ofrecen el color rosado de sus chinelas y el blanco de su piel”. Mientras tanto, el narrador permanece al margen, “aunque buscando la palabra justa, la que el lector acepte como el efecto de realidad que va a perturbarlo”, concluye Delgado.
Gloria
“No, no desprecio la gloria; no se desprecia lo que no se puede alcanzar -se lee en una carta de 1846 a su amante-. Ante esa palabra mi corazón ha vibrado más que otros. Antes pasé largas horas soñando con triunfos asombrosos para mí, cuyos clamores me hacían estremecerme como si ya los hubiese oído. Pero no sé por qué, una mañana me desperté desembarazado de aquel deseo, incluso más enteramente que si hubiera sido satisfecho. Entonces me vi más pequeño, y dediqué toda mi razón a observar mi naturaleza, su fondo, y sobre todo sus límites. Los poetas que admiraba no me parecieron entonces sino más grandes, al estar más alejados de mí, y gocé, con la buena fe de mi corazón, de la humildad que a otro le habría hecho reventar de rabia. Cuando uno vale algo, buscar el éxito es estropearse sin motivo, y buscar la gloria es quizá perderse completamente”.
Estupidez
“¿Qué es de usted, querida maestra, y de los suyos? -le pregunta por carta a su admirada amiga, la escritora George Sand-. Yo me siento descorazonado, afligido por la idiotez de mis contemporáneos. La irremediable barbarie de la humanidad me llena de una tristeza negra. Ese entusiasmo que no tiene como móvil ninguna idea hace que desee reventar para no verlo más” Y a Raoul Duval: “Me habla usted de la estupidez general, querido amigo, ¡y cuánto la conozco y la estudio! Ahí está el enemigo, e incluso no existe otro enemigo más que ese. [...] La obra que preparo podría llevar como subtítulo Enciclopedia de la estupidez humana. La empresa me agobia y el tema me invade”. Esa obra es el Tontario o Estupidiario, que reúne frases triviales dichas por hombres célebres.
En el ciclo “Quién es Flaubert hoy (a 200 años de su nacimiento)”, la investigadora francesa Anne Herschberg Pierrot dijo que la intención de Flaubert con el Diccionario de lugares comunes era hacer que el lector dudara si se burlaban de él, como pasa en esta definición: “Imbécil: Todo aquel que no piense como usted”. “Es un monumento a la estupidez y a la vez un monumento a la memoria de sí mismo, de su juventud, de las relaciones que tuvo”, agregó.
Soledad
Flaubert nunca se casó y, después de la muerte de su madre, en 1872, su sobrina (y única heredera) cuidó de él. “La diferencia que ha existido siempre entre mi modo de ver la vida y el de los demás ha hecho que me encerrase (¡no lo bastante, por desgracia!) en una áspera soledad de la que nada lograba hacerme salir. Me han humillado tantas veces, he escandalizado y hecho gritar tanto que he terminado, desde hace mucho tiempo, por reconocer que, para vivir tranquilo, hay que vivir solo y poner burletes en todas las ventanas por miedo a que el aire del mundo llegue hasta uno”.
Política
“He intentado vivir siempre en una torre de marfil -le escribe a su amigo Ivan Turgueniev, en noviembre de 1872-. Pero una marea de mierda rompe contra sus muros y la está derribando. No se trata ya de la política; se trata del estado mental de Francia”. Más adelante, presagia: “Lo que sucederá en el futuro es todavía peor!” Era anticolonialista. El investigador y escritor francés Pierre Marc de Biasi recordó una respuesta de Flaubert a una amiga que se alegraba por la derrota de las tropas de Abd el-Kader contra la ocupación francesa. “No solo no me alegro por el éxito del ejército francés en el Magreb, sino que me alegro por su infortunio. Amo a los pueblos nómades, árabes”. En El Nilo. Cartas de Egipto, anticipó el fanatismo islámico por venir.
Según el académico francés Jacques Neefs, que participó del ciclo “Quién es Flaubert hoy (a 200 años de su nacimiento)”, la obra flaubertiana está atravesada por la política. “Mientras tomaba notas para Bouvard y Pécuchet, en 1872-1873, escribía por las noches El candidato, obra de teatro, obra política, en un momento político fundamental, cuando se estaba saliendo del colapso del Segundo Imperio”. Neefs dijo que, pese a sus diatribas antipolíticas, Flaubert confiaba en la República. “La República se instaurará; lentamente, pero lo hará”, le escribió a Sand en 1873. Sin embargo, consideraba que el sufragio universal daría voz y voto a los imbéciles.
Emma Bovary
La escritora Virginia Cosin recuerda que, en una carta a Colet, el autor revela: “Quiero escribir una novela sobre nada, que se sostenga por la fuerza de su estilo”. “Sobre qué trata Madame Bovary no es asunto del autor, sino del lector -dice Cosin-. Por eso es ‘la primera novela moderna’. Su autor no opina, no juzga a su heroína, la deja actuar. Según quién y cómo lea, Madame Bovary puede ser una novela sobre la lectura y sobre lo aburrida que es la vida, con sus tiempos muertos rodando en la planicie de lo cotidiano, sobre lo insoportable que resulta vivir una vida común, normal, si se la compara con las fascinantes tramas llenas de peripecias de las novelas de amor. Puede ser una novela sobre los peligros de imaginar, sobre lo femenino, la locura, el deseo, el matrimonio, la maternidad no deseada, el dinero, el consumo. Puede ser también una novela sobre el ridículo, sobre la fantasía, sobre la infancia. Para mí, finalmente, es una novela sobre lo salvaje que no se deja domesticar”. La novela surgió a partir de la noticia del suicidio de una mujer “adúltera” casada con un médico.
Personajes
“Flaubert es un avatar frío de Cervantes, así como Cervantes es un avatar de Las mil y una noches -dice el escritor Daniel Guebel, cuya novela Carrera y Fracassi podría ser leída como un avatar de Bouvard y Pécuchet-. Hay un rasgo particular en Flaubert que es esa afectación de distancia que, como proponía la novela inglesa de Sterne, Thackeray y Fielding, trabaja con personajes de los que se toma distancia y se ríe. Tiene una relación muy complicada con sus personajes porque el problema de Flaubert es el amor. Uno puede ser en su juventud más o menos vanguardista, pero llega el momento en que se pregunta si ama o no ama a los personajes sobre los que escribe. Es una pregunta que Flaubert no pudo responder en Madame Bovary ni en Bouvard y Pécuchet, que son dos novelas extraordinarias. En la primera afectó distancia, aunque después dijo ‘Madame Bovary soy yo’ para justificar su descubrimiento del estilo indirecto libre, pero es un yo distanciado que deja al desnudo la estupidez del objeto de indagación. Durante muchos años pensé que él había tenido una pavorosa limitación al no poder aceptar el amor por sus propias criaturas por colocarse en una posición crítica del orden burgués. Pero hay al menos dos textos donde esa limitación se resquebraja: La tentación de san Antonio y el cuento ‘Un corazón simple’ [incluido en Tres cuentos]. Ahí se ve el amor y la piedad de Flaubert por sus personajes, se conmueve por sus destinos y recupera la mejor lección de Cervantes, que es amar a aquellos personajes que uno crea, porque el destino duro de un personaje aporta al destino absoluto a los textos”.
Lecturas
“Los autores que leo habitualmente, mis libros de cabecera, son Montaigne, Rabelais, Regnier, La Bruyère y Lesage -le confesó a Colet-. Confieso que adoro la prosa de Voltaire y que sus cuentos poseen un regusto exquisito. Homero y Shakespeare: todo está en ellos. Los demás poetas, incluso los más grandes, quedan pequeños a su lado”. También indicó que la biblioteca de un escritor debían hallarse solo cinco o seis libros que había que releer a diario. “En cuanto a los demás libros, es bueno conocerlos, y eso es todo. Pero hay muchas maneras de leer, y leer adecuadamente exige mucho juicio y agudeza”.
Flaubert
Para el traductor y profesor Matías Battistón -que tradujo la novela Noviembre y Recuerdos, apuntes y pensamientos íntimos (dos obras de juventud)- hay dos Flaubert. “Está el escritor maduro, que sopesa cada palabra con un rigor que raya el masoquismo, que hace de la precisión verbal una ascesis continua y que, en un sentido no demasiado figurativo, se mata escribiendo. Él mismo lo recalca una y otra vez. ‘Mientras más avanzo, más dificultades descubro para escribir las cosas más simples’, nota ya en 1847. Ese es el Flaubert que inventa la noción del estilo como protagonista de la prosa. Y sin embargo, en la adolescencia, la juventud y el primer cimbronazo de la adultez, Flaubert fue el escritor opuesto: el de la inspiración frenética, el de la creación desbordante, atolondrada, que en el colegio había producido, a veces de un tirón, cuentos, dramas históricos, aforismos y pensamientos íntimos, sus primeras novelas. El que fantaseaba con una vida exótica y bien amoblada de perversiones, pero en realidad vivía con el miedo de recibirse de abogado. El 200º aniversario de su nacimiento es una buena excusa para celebrarlos a ambos”.
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