El misterioso diseño de la Creación
Fue quizás el artefacto de cocina más popular del siglo XX en la Argentina. Funcionaba sin cable, sin pila y sin piedra; y, según la publicidad, la empresa que lo fabricaba garantizaba 104 años de duración.
Era el Magiclick piezoeléctrico de la firma Aurora, que permitía encender el horno, el calefón, y todo lo que a uno se le ocurriera con una chispa, sin quemarse los dedos.
El diseñador industrial Hugo Kogan lo creó en 1963. Hace unas semanas, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo reconoció como personalidad destacada de la cultura porteña.
A Kogan, creador de más de 200 productos, le pasó con Magiclick lo que a las grandes estrellas de Hollywood que, a pesar de haber interpretado con virtuosismo numerosos papeles, sólo se las recuerda por uno de ellos; el caso de Audrey Hepburn, La princesa que quería vivir.
Él se enorgullece también de los hornos y las cocinas que hizo para Volcán. Otro de sus éxitos fue la radio Lark. En 2020, Hugo, como lo llaman sus amigos, recibió el Premio a la Trayectoria de la Academia Nacional de Bellas Artes, además obtuvo tres diplomas del Premio Konex (1992, 2002 y 2012).
Desde muy chico, le interesó la escultura; terminada la escuela primaria, decidió inscribirse en una escuela de arte, pero la empresa de juguetes de su padre quebró y Hugo se vio obligado a seguir estudios que le permitieran, a la vez, ganarse la vida. Aprovechó sus dotes de dibujante nato. Se inscribió en una escuela industrial. Después pasó a la Facultad de Arquitectura, cursó dos años y dejó la carrera para trabajar como diseñador, una carrera que no existía en 1960.
Más tarde, Kogan desempeñó un papel importante en la formación de sus jóvenes colegas. Fue docente en la Facultad de Arquitectura e integró la Comisión Académica que habría de ocuparse de la creación de las carreras de Diseño Industrial y Diseño Gráfico. Sus alumnos agradecían el modo claro y riguroso con que transmitía sus conocimientos, así como su concepción universalista del diseño. Kogan siempre pensó que, para ser muy bueno en su profesión, hay que interesarse por la música, la literatura, el cine, las artes plásticas y la ciencia, incluida la tecnología. De su amor por la escultura le viene el manejo elegante y económico de las formas; de la música, el ritmo; de la ciencia, la familiaridad con la tecnología; de la literatura, el “verso”.
En 1983, Kogan, Ricardo Blanco y Reinaldo Leiro crearon el grupo Visiva, consagrado a la producción y comercialización de objetos y mobiliarios. Seguían la línea vanguardista del grupo Memphis de Milán cuyo fundador fue el arquitecto Ettore Sottsass, el diseñador preferido de Kogan. Este habría querido encontrarse en un gran cruce de caminos y visiones como su admirado Sottsass en el centro de Europa. Debió crearse algo semejante en América latina. Para eso, se valió de su talento, su conocimiento y su espíritu astuto y seductor que, sin perder la identidad, sabía ser flexible para salirse con la suya. Tenía un arma irresistible: el humor. En una ocasión, los médicos le prescribieron largas caminatas acompañado por un instructor. Caminaban quince minutos, al cabo de los cuales, lograba convencer a su personal trainer de que el mejor modo de seguir adelante era sentarse a tomar un café y charlar; se forjó una coartada, proponía ideas sobre el “diseño de la vida futura”. Pocos paseos después, el dúo prescindió de caminatas para consagrarse de modo sedentario y hedónico al diseño perfecto y enigmático de la Creación, según Hugo, su pequeña nieta: “Tiene cuatro años. Sabe todo lo que debe saber una mujer: vienen diseñadas así”. Tomaba un poco de café; comía pensativo una medialuna. El personal trainer asentía.
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