El misterio de Pessoa
UN BAUL LLENO DE GENTE Por Antonio Tabucchi (Temas)-214 páginas-($ 14)
AL iniciar, en 1955, la difusión en español de la obra de Fernando Pessoa (1888-1925), lo hice por intermedio de Alvaro de Campos, uno de sus heterónimos. Me es imperativo recordar que seguía así el consejo de un inolvidable poeta y amigo, Raúl Gustavo Aguirre, nuestro descubridor de Pessoa.
Para Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943), la clave del genial portugués reside precisamente en la heteronimia, esa "línea mágica que al ser cruzada convertirá a Pessoa en ´otro´, sin dejar de ser él mismo", según anota en el primero de los diez ensayos acerca de Pessoa, publicados entre 1979 y 1989, que ha reunido en Un baúl lleno de gente (1990).
Teresa Rita Lopes, una de las máximas especialistas en Pessoa, ha identificado 72 nombres salidos de la copiosa imaginación del poeta. Sin embargo, hasta ahora, los heterónimos por excelencia son cinco, y de ellos se ocupa Tabucchi en las jugosas biografías de "Una vida, tantas vidas" (en que trata, además, de otros veinte): los poetas Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Alvaro de Campos y Coelho Pacheco, y el prosista Bernardo Soares, que firma el excepcional Libro del desasosiego (comenzado por el también heterónimo Vicente Guedes).
¿Por qué digo "hasta ahora"? El archivo de Pessoa contiene 27.543 documentos (18.816 de los cuales son manuscritos), cuya catalogación, no demasiado eficiente, sólo empezó en 1968, treinta y dos años después de la muerte del autor(a los cuarenta y siete, el 30 de noviembre de 1935, en su Lisboa natal). Vasto es aún el material inédito: más de 400 textos esenciales fueron revelados por la investigadora Lopes en Pessoa por conhecer (1990), y otros esperan ver la luz.
No hay, por lo tanto, una verdadera y definitiva Obra Completa de Pessoa, no obstante el bienvenido esfuerzo inaugural de Atica (1942-82: veinte volúmes), el más reciente y sazonado aporte de la Secretaría de Cultura de Portugal (Equipa Pessoa), y el de otras casas editoras, incluidas las de Brasil, que en estos días vuelven a la carga con nuevas reimpresiones, especialmente la Companhia das Letras.
Ya en 1979, Tabucchi señalaba "los numerosos inéditos todavía existentes" entre las causas que impedían "una valoración satisfactoria" de Pessoa. Lo de él, por cierto, son observaciones sueltas, "hipótesis críticas", como las denomina, centradas en el fenómeno de los heterónimos que, en el caso de Pessoa, supera en cantidad y calidad a los poquísimos modelos similares, entre ellos, el de Antonio Machado.
Tabucchi intenta descifrar el misterio de Pessoa: un sencillo oficinista que tuvo un solo amor, insondable y fugaz, y vivió en modestas habitaciones alquiladas, en la taciturna y chata Lisboa del fin de la Monarquía, la vacilante República de 1910 y los comienzos del tiránico Estado Novo de 1933.
Salvo los poemas y artículos difundidos en revistas y diarios (1912-35) y los escasísimos libros (el recóndito Mensagem, de 1934; los cuatro folletos de sus versos ingleses, de 1918 y 1921), la magna obra de Pessoa quedó en un baúl -ese "baúl lleno de gente" con que Tabucchi alude a los heterónimos-, y fue laboriosamente dada a conocer, en buena parte, aunque no siempre de manera sensata -debido a la "caza del inédito" que denuncia Lopes-, después de la muerte del poeta.
Tabucchi evoca al Borges de "Pierre Menard, autor del Quijote" (1941) para deslizar "la sospecha de que Pessoa no existió nunca, que es la invención de un cierto Fernando Pessoa, un homónimo suyo". Sin embargo, esta sospecha está más cerca de la sentencia borgiana según la cual "(Evaristo) Carriego es un personaje de Carriego" (1950). Pero, tomándose del poema "Autopsicografía" (1932) de Pessoa ("El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor / dolor que en verdad siente"), se pregunta Tabucchi si acaso Fernando Pessoa no fingió ser, ciertamente, Fernando Pessoa.
Pregunta quizás vana: sólo fingiendo ser Pessoa (voz portuguesa que significa "persona", denominación latina de la máscara del actor), sólo inventando a Pessoa (eso es fingir, en lengua del poeta), logró el sencillo oficinista abarcarse a sí mismo por entero para abarcar a los demás hombres.
De ahí sus otras personas, sus otras máscaras, sus heterónimos, entre los cuales tal vez debamos terminar por incluir al propio Pessoa -según sugiere una de sus notas-, que habló por ellos, con ellos y por medio de ellos, como se transparenta en Alvaro de Campos, su a latere , al que dedica Tabucchi dos de sus mejores ensayos (págs. 77/84 y 109/129).
Estos escritos del gran novelista italiano -que volvería al poeta en una de las mágicas narraciones de Sueños de sueños (1992) y en el bellísimo relato Los tres últimos días de Fernando Pessoa (1994)- son así un aporte sagaz y cautivante a la inexorable tarea de desentrañar la obra-universo de uno de los mayores poetas de la humanidad, para quien "la literatura, como todo arte, es la demostración de que la vida no basta".