El mercado del arte antiguo se retrae: ¿quién quiere amanecer con un San Juan Bautista decapitado?
Según un estudio que recoge datos de 2021, los viejos maestros europeos representaron solo el 4 por ciento de las ventas de las últimas subastas; ¿por qué los coleccionistas jóvenes prefieren a los artistas contemporáneos?
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MADRID.- El pasado de la memoria se confunde con la memoria del pasado. En 1970, el Museo Metropolitan de Nueva York pagó 5,5 millones de dólares por el impresionante retrato de Velázquez de su esclavo moro Juan Diego Pareja. La obra más cara vendida entonces en subasta. En aquellos días, el mercado del arte estaba dominado por los maestros antiguos. Medio siglo después, semejan dinosaurios, reliquias de épocas lejanas. Siguiendo las huellas del estudio Art Basel & UBS Art Market, que recoge datos de 2021, los viejos maestros europeos representaron sólo el 4% sobre unas ventas en subasta de 24.740 millones de euros.
Saltan, a veces, fogonazos. La obra más cara continúa siendo el Salvator Mundi. Nada importó su pésimo estado de conservación y una restauración excesiva. Christie’s vendió la tabla como una pintura maestra perdida durante siglos de Leonardo por 450,3 millones de dólares (382 millones de euros) en 2017.
Este año solo dos obras de esos viejos creadores —según la plataforma Artsy— han encontrado espacio dentro de la lista de las 40 más valiosas. Ambas atribuidas a Sandro Botticelli (1445-1510). La primera es un tondo (cuadro circular) propiedad del legado de Paul Allen, cofundador de Microsoft, La Madonna del Magnificat. Un coleccionista desembolsó en Christie’s unos 48,5 millones de dólares (45,7 millones de euros, al cambio actual).
La otra es un Varón de Dolores de 42,8 millones de euros, que oculta una trama interesante: las dudas sobre su autoría. El profesor Frank Zöllner, responsable del catálogo razonado del artista, descubrió en la tabla vendida por Sotheby’s errores en la composición incompatibles con el virtuosismo del pintor del Quattrocento italiano. “Si tuviera la oportunidad (¡y el dinero!) iría a por el Salvator Mundi”, ironizaba en el medio especializado The Art Newspaper. Por si se lo preguntan, La Madonna (que muchos expertos atribuyen a Botticelli y su taller) ocupa el puesto 26º y el Varón, el 31º. Los 195 millones de dólares pagados en 2022 por el Disparo de Marilyn en azul salvia de Warhol hacen saltar la banca.
A los maestros antiguos les acecha el tiempo. Han perdido interés entre las generaciones jóvenes, alejadas del mundo religioso y los temas mitológicos. Resulta difícil ganar dinero con ellos. Los compradores rechazan muchas adquisiciones por las dudas sobre su autoría. Carecen del sentido de “trofeo” de los artistas contemporáneos, como Pollock o Basquiat, y tienen difícil encaje en las viviendas actuales. Pocos quieren amanecer con un San Juan Bautista decapitado [en alusión al cuadro que en 1608 terminó de pintar Caravaggio]. La misma se encuentra en la Concatedral de San Juan de La Valeta, Malta. “Ni siquiera interesa a nadie el Goya religioso”, lamenta, en referencia a la Piedad del maestro aragonés que quedó sin vender el pasado diciembre, en la casa Abalarte, uno de los principales expertos del genio, que pide no ser citado.
Quizá el nombre de Robert Simon sea, también, poco reconocible, al igual que algunas obras antiguas. Es profesor de arte y su galería neoyorquina lleva décadas abierta. Sin embargo, encontró un negocio que es historia. Fue el que descubrió el Salvator Mundi de Da Vinci. Solo le costó 10.000 dólares (unos 9.400 euros) en 2005. El marchante se opone a la idea de “reinventarlos”. “Eso significa ver a los maestros antiguos en contextos contemporáneos y con preferencias y prejuicios del siglo XXI. ¿No es mejor huir del gusto actual para descubrir lo que nuestros antepasados consideraban culturalmente importante?”, se cuestiona.
Pero son días de redes sociales, experiencias inmersivas, realidad virtual y los museos clásicos buscan atraer público a través del “diálogo” con artistas contemporáneos.
Poca conexión con los millonarios
Otro problema en la voz de los maestros es que tienen escasa conexión con los millonarios de las finanzas y la tecnología, como lo fue Paul Allen, de nuestro tiempo. Faltan obras maestras que enganchen. ¿Cuándo fue la última vez que salió un lienzo extraordinario, sin dudas de atribución, de Caravaggio, Vermeer, Rembrandt o Rafael al mercado? Ante la escasez de grandes piezas, los catálogos de subastas se llenan de términos como: “taller de”, “círculo de”, “atribuido a”, “seguidor de”, “a la manera de”… y detrás un nombre, cuanto más extraordinario mejor.
A veces, incluso, ni ese gancho parece suficiente ante el rodillo de la producción contemporánea. “Cuando compramos en 2003 para el Prado El Barbero del Papa de Velázquez se produjo una paradoja muy representativa de esta situación”, recuerda Miguel Zugaza, antiguo director de la pinacoteca madrileña y actual responsable del Museo de Bellas Artes de Bilbao. “El precio que pagamos por uno de los pocos originales del maestro sevillano de su segundo viaje (1649-1651) a Italia nos sorprendió que fuera inferior al de una variante del estudio de Francis Bacon del Inocencio X, del mismo periodo, subastado pocos meses después”.
Pero, de forma contradictoria, esta sociedad sigue viajando hacia el futuro en botes arrastrados hacia el pasado. Consigue más visitas —desgrana Zugaza— el Louvre que el Pompidou, el Metropolitan que el MoMA o el Prado que el Reina Sofía. Y seguramente la exposición más concurrida esta temporada será la retrospectiva de Vermeer en Ámsterdam y Londres.
Es evidente que surge una fractura. La oferta resulta muy limitada, muchas obras han entrado en colecciones públicas y de ahí no saldrán. Y los marchantes deben buscar piezas y artistas que suplan ese primer nivel. “Descubrir obras, los famosos “durmientes”, hoy en día, con la competencia y la tecnología, resulta casi imposible”, reflexiona Jorge Coll, propietario de la galería Colnaghi y representante de la familia dueña del Ecce Homo madrileño atribuido a Caravaggio.
Su respuesta ha sido la venta privada, que ya supone el 80% de la facturación, y abrir caminos hacia la escultura, los dibujos o la arqueología. De esta forma han conseguido obras de Donatello, Tiziano o, incluso, Velázquez. “Es una forma distinta frente a Sotheby’s o Christie’s y su modelo basado en mucho volumen para conseguir rentabilidad”, valora.
Hay algunas instituciones que tienen la suerte de vivir ajenas a las leyes de la atracción del mercado. El museo Meadows de Dallas atesora solo arte español. Sus fondos albergan obras excelentes de Ribera, Murillo, Velázquez, Goya. “Nuestra colección se caracteriza por la calidad frente a la cantidad. Por eso solo adquirimos piezas firmemente atribuidas que estén en buen estado”, observa Amanda Dotseth, conservadora jefe y directora en funciones de la institución. A partir de un relato histórico sólido, su estrategia es comprar obras de maestros antiguos menos conocidos, con precios asequibles, y que ellos mismos atribuyen.
Las casas de subasta defienden el negocio de los maestros y ciertos nichos como los dibujos antiguos. Este segmento del mercado —describe Stijn Alsteens, responsable internacional en Christie’s— ha tenido los dos mejores años de su historia. “Hemos conseguido récord mundial tras récord mundial de artistas incuestionables: Giovanni Domenico Tiepolo, Jean-Honoré Fragonard, Leonardo da Vinci, Cavaliere d’Arpino, Taddeo Zuccari y Jean-Antoine Watteau”. En obra gráfica antigua usan de ejemplo a Rembrandt. Cristo crucificado entre dos ladrones: las tres cruces se vendió en julio por 1.482.000 libras (1,7 millones de euros). El segundo precio más alto pagado en la historia por un grabado de esa categoría. Los maestros se resisten al paso del tiempo.
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