El martirio de un rebelde
Con la aparición de su biografía muchos descubrieron la obra de un escritor notable
Cuando apareció la biografía de Arenas, Antes que anochezca , sobre la que se basa el film homónimo del cineasta Julian Schnabel que acaba de estrenarse en la Argentina, muchos descubrieron la obra de un escritor notable y la vida de un hombre apasionado que defendió su libertad y su dignidad hasta la muerte.
Reinaldo Arenas nació el 16 de julio de 1943. Respecto de su lugar de nacimiento hay por lo menos dos versiones. En varias notas biográficas se dice que vio la luz por primera vez en Holguín; el escritor Guillermo Cabrera Infante sostiene, en cambio, que fue en el pueblo de Aguas Claras. La madre de Reinaldo, abandonada por el padre, se volvió a vivir a la granja de su familia, donde el chico creció rodeado por una naturaleza exuberante, pero en un clima de miseria y hostigado, ya desde la niñez, por una sociedad machista. Era un niño extraño. Comía tierra, por ejemplo, y, en cuanto aprendió a escribir, grababa poemas con un cuchillo en los troncos de los árboles. El abuelo, enfurecido, se empeñaba en talar esos árboles para que no quedaran huellas de las rarezas de su nieto.
Cuando triunfó la revolución de Fidel Castro, Arenas se convirtió en uno de los jóvenes que participó del programa educativo del nuevo régimen. Por fin, pudo empezar a satisfacer el hambre de lectura que lo acuciaba y tuvo acceso a bienes culturales de los que casi ni había tenido noticia en su provincia. Se lanzó entonces a la escritura, a la vida sexual y a la política, con una voracidad insaciable. Pronto descubriría que el régimen castrista al que le debía su educación buscaba cobrarse la deuda, es decir, amordazarlo y domar su rebeldía.
Un vértigo de creación y de lujuria se apoderó del escritor: La Habana era una ciudad donde la inspiración y el deseo brotaban a cada paso. Conoció a escritores que llegarían a ser leyendas literarias como José Lezama Lima y Virgilio Piñera, el gran poeta y cuentista, que vivió en la Argentina y fue colaborador de la revista Sur .
La primera novela de Arenas, Celestino antes del alba , fue saludada como la revelación de un escritor de raza. Ese libro, que le valió la Primera Mención en un concurso nacional, fue el único que se publicó en su patria.
La alegría y el entusiasmo de Reinaldo empezaron a encontrar obstáculos. La realidad del régimen castrista se desnudaba lentamente y el joven autor aprendió en carne propia lo que significaba la censura en la vida y en sus escritos. Hacia fines de los años 60 el gobierno cubano comenzó a perseguir a los artistas y escritores que no renunciaban a ejercer el derecho a la crítica y el castrismo se ensañó además con los homosexuales. Reinaldo Arenas integraba las dos categorías: era un disidente y se había convertido en uno de los homosexuales más notorios de la isla.
Tras la apariencia de una novela histórica, su segundo libro, El mundo alucinante , encubría una crítica feroz de las dictaduras y del fanatismo. Era evidente que esa obra no podía publicarse en la Cuba castrista. Arenas logró sacarla de contrabando de su país y publicarla en Francia, donde obtuvo el premio a la mejor novela extranjera. De inmediato, Reinaldo se ganó el disgusto de la Cuba oficial. Sufrió desde entonces una serie de ataques y persecuciones. En 1973, falsamente acusado de abuso sexual, fue arrestado y enviado a prisión. Pudo escaparse y, después de muchas peripecias, vivió durante largo tiempo casi como un salvaje en los bosques cercanos al Parque Lenín. Se ocultaba en la copa de los árboles como el protagonista de El barón rampante , de Italo Calvino. Fue apresado nuevamente y enviado a la prisión de El Morro, donde convivían prisioneros políticos y delincuentes comunes.Para sobrevivir dentro de la cárcel, les redactaba cartas a los presos y así conseguía papel y tinta, que utilizaba para escribir sus obras. Cuando fue liberado, trató por todos los medios de escapar de la isla. Finalmente lo consiguió después de alternativas dramáticas y ridículas a la vez.
Nueva York fue el destino final de Arenas. Exiliado, libre al fin, descubrió lo que ya sabía: no podía vivir lejos de su país. Estaba condenado una vez más a vivir en la marginalidad. Cuando se declaró la epidemia de Sida, contrajo la enfermedad. Luchó contra ella cuanto pudo. No dejó de escribir en ningún momento. Afortunadamente pudo terminar Antes que anochezca , las memorias por las que hoy ha alcanzado el rango de celebridad. En 1990, el virus amenazaba con quitarle la dignidad y la lucidez que había defendido con tanta pasión durante toda su vida. El suicidio fue su último refugio.