El marchand de Botero: entre la pasión artística y el negocio millonario
Se llama Felipe Grimberg, y compra y vende las obras del maestro colombiano hace 30 años; estuvo en la Argentina y explicó su fascinación: "he aprendido de su forma de ser"
El mayor vendedor de obras de Fernando Botero en el mundo es Felipe Grimberg: así lo ha dicho el artista latinoamericano vivo más cotizado y los números lo respaldan. Grimberg lleva casi 30 años dedicado a estudiar, rastrear, comprar y vender obras del maestro colombiano, y lo ha hecho en más de 430 ocasiones, entre cuadros y esculturas. Invitado especial de la 25a edición del Sotheby's International Six O'Clock Tea, vino al país esta semana a contar su trayectoria y la experiencia de tener una relación tan cercana con Botero en una charla con empresarios.
Con base en Miami, Grimberg viaja constantemente para nutrir su amplio catálogo de artistas contemporáneos europeos y americanos, como Picasso, Francis Bacon, Marc Chagall, Anish Kapoor, Jean-Michel Basquiat, Andy Warhol, entre otros, y entre los argentinos, Antonio Seguí. Pero es Botero su mayor devoción. Tanto, que ha dedicado cinco años a recopilar fotos e historias de esta relación comercial y personal para volcarlas en el libro Selling Botero (Vendiendo a Botero). Se acercó a Botero y le contó que iba a hacer un libro con todas las obras suyas que había vendido para pedirle autorización. "Hágalo con mucho gusto, ¡pero no me pida nada!", le respondió. El grueso volumen se presentó hace dos años en Bogotá, con la presencia del artista.
De muy joven, el marchand se inclinó por el arte, y su persistencia lo acercó a Botero, desde sus 19 años: "Llegué a él por pasión. Lo seguí por todo el mundo, en cada muestra que inauguraba estaba yo. Aparecía, lo saludaba y listo. Hasta que un día de noviembre en San Petersburgo (40 grados bajo cero), como siempre compré el catálogo y le pedí que me lo dedicara. Entonces, me preguntó qué hacía, por qué lo perseguía: «Compro y vendo su obra»". Y así empezó la relación. Lo ha seguido por más de 30 países.
Al principio compraba las piezas en galerías, subastas o a coleccionistas. Al artista no le gustaba que sus obras quedaran en manos de un dealer privado; prefería que el público las pudiera ver en galerías. Hace quince años, el artista comenzó a venderle directamente a él, al ver que movía muy bien el mercado secundario. Incluso hay obras que ha vendido dos o tres veces. En otras ocasiones, tuvo que esperar años para comprarlas: "A fines de los 80, Botero tenía una galería en Nueva York, y ahí había un cuadro que me enloquecía totalmente, Tauromaquia. El galerista no me lo quiso vender porque yo era un mercante. Me dio mucha tristeza. Pero veinte años después la obra salió a subasta y yo fui quien la compró. La tuve, la gocé y... la vendí". También le vendió obras al propio Botero: "Las compró para donarlas a los museos de Medellín y Bogotá".
Estar al lado de Botero lo ha formado. "He aprendido mucho de su forma de ser, tan generoso siempre con Colombia. En 2000 donó obras para tres museos de mi país en un valor de 250 millones de dólares, lo que lo convierte en uno de los filántropos más grandes del mundo. Siempre es muy cálido con el público, también". Siempre fue así. "En uno de los primeros encuentros que tuvimos, fuimos a comer a un restaurante, y al terminar yo saqué mi tarjeta para pagar y él se puso totalmente molesto y me dijo: «Usted tiene que entender que cuando está conmigo, yo soy el que paga»".
En los talleres de esculturas de Pietrasanta, Italia, le mostró todo su proceso de trabajo, y visitaron las canteras de Carrara y las fundiciones. "Estábamos en Avignon, en una muestra en el Palacio de los Papas que estaba inaugurando y me invitó a ir con él a conocerlos. Volamos en un avión privado a Pisa, y me dejó en un taxi en el hotel y me dijo que me recogía en una hora para recorrer la ciudad. ¡Y me recogió en un topolino! Un auto pequeño del que no daba crédito", recuerda. "Es un hombre simple y tranquilo", asegura.
En la última edición arteBA, el galerista Daniel Maman expuso una escultura monumental, Hombre que camina, una prueba de artista cotizada en 3 millones de dólares. "Ese es su valor de mercado, pero está comenzando a aumentar porque Botero está dejando de producir esculturas. El artista siempre hace para sus piezas monumentales ediciones de cinco, que van numeradas del 1 a 3, más dos pruebas de artistas. Las cinco son igualitas y valen lo mismo". Rodin y Giacometti también tienen sus hombres caminantes, una tipología habitual entre los figurativos (una versión atlética la del primero y flaquísima y alargada la del segundo). Pero Botero no pinta gordos: "Pinta volumetría, a partir de un hecho fortuito en los años 50. Él estaba pintando una mandolina, pero cuando hizo el hueco del medio le salió muy pequeño. En ese momento se dio cuenta de que la figura se agrandaba totalmente".
En la colección privada de Grimberg hay unos veinte Boteros, pero ninguno es permanente, todos están a la venta, y los presta para exposiciones. Nunca pensó en poner una galería: "Yo soy un medio para mover el arte. Lo gozo y dejo que siga su curso. La galería asume otro trabajo de promover y colocar en colecciones importantes obras de su grupo de artistas. Como marchand tengo más libertad de movimiento, no estoy casado con un solo artista. Me gusta vender obras de distintos años y escuelas. Claro que los marchands no podemos participar en ferias de arte. Todas las ventas me dan placer. Sólo vendo lo que me gusta, en una conversación entre el cliente y yo". La profesión también le dio sinsabores: "En 2000 hice negocios con un personaje de California, Michel Cohen, y un día se fugó de Estados Unidos. Le había vendido Tablao flamenco, de Botero, y nunca me la pagó. Robó más de 100 millones de dólares en obras de arte".
¿Qué es un buen coleccionista? "Aquel que admire y aprecie el arte que ha adquirido, que lo conserve y lo sepa compartir, que lo preste a exposiciones. Que además de dejar un legado a su familia, done obras para la sociedad, que es como se han formado los grandes museos", detalla Grimberg.
La última vez que lo vio a Botero fue en febrero pasado, en una fiesta. "Hoy ya tiene 85 años y ya no es el mismo que hace treinta años; ya no tiene la misma paciencia y fortaleza", dice. Sigue trabajando: "Botero dice que se quiere morir con un pincel en las manos, sentado en su estudio, algo que ha hecho todos los días de su vida. Para él no hay diferencia entre un domingo y un jueves. Se levanta donde se encuentre y va a su estudio. En todas sus residencias tiene uno. Ama lo que hace. Para él el trabajo es vida. Nunca se va de vacaciones. Ahora está trabajando en una serie sobre el Carnaval".
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