El mal y la alegría de matar
El exitoso autor de Soldados de Salamina habla de su nueva novela La velocidad de la luz (Tusquets), en la que narra la trágica historia de la amistad entre un escritor español y un veterano de Vietnam
Es un caso único en el mundo editorial de las últimas décadas. Javier Cercas publicó en 2001 la novela Soldados de Salamina. Al principio, obtuvo un éxito de prestigio, pero después de algunos artículos sumamente elogiosos, una nota de Mario Vargas Llosa llamó la atención del público de lengua española sobre ese libro, que retoma el tema de la Guerra Civil desde un ángulo totalmente distinto, y lo convirtió en un best seller. Ya se han vendido más de un millón de ejemplares en el mundo de habla hispana y se lo ha traducido a una veintena de lenguas. Estos hechos explican la ansiedad con que se esperaba la nueva obra de ficción de Cercas. La proxima semana la editorial Tusquets distribuirá esa novedad en la Argentina. Se trata de La velocidad de la luz.
En Soldados... Cercas armó su relato sobre la biografía de un personaje real, el escritor y político Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores del Partido Falangista, padre del poeta Rafael Sánchez Ferlosio (último Premio Cervantes). El motor del relato es la huida del jerarca falangista, prisionero de los republicanos, después de haber sobrevivido milagrosamente a su fusilamiento. En La velocidad de la luz, en cambio, la acción se desarrolla en los Estados Unidos y en Vietnam, en los años de la guerra que dividió al pueblo norteamericano. El protagonista, Rodney Falk, es una criatura de ficción, cuya vida es, en cierto modo, una especie de compendio de las vicisitudes que los soldados estadounidenses debieron vivir durante y después del conflicto que los llevó a Extremo Oriente. La novela es sobre todo el relato de la amistad del protagonista y del narrador, ambos profesores de literatura en la ciudad de Urbana, ya terminada la guerra de Vietnam. La narración establece un paralelo entre ambos. Mientras que Rodney se traiciona a sí mismo y descubre aspectos atroces de su personalidad que habrían quedado ignorados hasta para él mismo de no haber luchado en Vientam, el narrador, álter ego de Cercas, se enfrenta a un enemigo seductor, en apariencia irresistible, y diabólico: el éxito literario y de público.
En La velocidad de la luz, hay muchos elementos autobiográficos. Javier Cercas trabajó durante dos años en la Universidad de Illinois y allí estuvo en contacto con veteranos de guerra. De modo que la primera parte del relato le debe mucho a la experiencia del escritor durante ese período.
Antes de iniciar una gira de promoción de sus libros, el narrador español, desde su casa de Gerona, donde enseña, comenta por teléfono:Soldados.. y La velocidad de la luz tienen muchos parecidos. Las dos desarrollan una investigación sobre episodios poco conocidos o confusos de los personajes principales. Ambas tienen como fondo la guerra y cuentan la historia de cómo se forjó la novela que el lector tiene entre sus manos. En realidad, todos mis libros tienen una estructura semejante, ya se trate de El inquilino, El vientre de la ballena, El móvil, y estas dos últimas. La velocidad de la luz es una recapitulación de mis obras anteriores. Con Soldados, forma un díptico, como señaló uno de los críticos del TLS cuando lo reseñó.
-¿Cuándo escribió La velocidad de la luz?
-Lo empecé mucho antes de Soldados..., en el 89, cuando regresé de los Estados Unidos. Allí había tenido como compañero de despacho en la Universidad a un veterano de la guerra de Vietnam, un hombre huraño, cuya personalidad tiene algún parecido con la de Rodeny Falk, mi personaje. Hacia fines de los años 80, yo no disponía de la capacidad técnica para llevar a término este libro. Pero cuando completé Soldados..., pensé que contaba con el oficio y hasta la visión moral suficientes para encarar esta novela. De todos modos, las semejanzas entre estos dos últimos libros de ficción son superficiales. En el fondo, son lo opuesto. En el primero, me ocupo de mostrar y de comprender, no de justificar, la manera de pensar y de actuar de un fascista, de alguien que hizo todo lo que hizo conscientemente. En La velocidad, me enfrento a un hombre que cometió hechos espantosos, a un ser que jamás habría hecho nada de lo que hizo si las circunstancias no lo hubieran llevado a eso y le hubieran puesto ante los ojos los horrores que era capaz de cometer.
-En las dos novelas usted cuenta la historia del relato, cómo nació el interés de narrar lo que narra. Los dos libros terminan cuando el autor resuelve escribirlos.
-Mis novelas, lo he dicho en otras ocasiones, se pueden leer como la aventura de escribir novelas. No oculto la construcción del relato. Opero al revés de un escritor realista. Le digo al lector: esto es una ficción, entramos en otro mundo. Creo que a todos nosotros nos gustaría, por momentos, ser otra persona. Escribir es una manera de ser otro.
-En Soldados..., usted sigue muy de cerca la biografía de Rafael Sánchez Mazas. ¿El personaje de Rodney Falk, en La velocidad de la luz, está inspirado en un hombre real, en ese compañero de despacho de la Universidad de Illinois, al que se refirió antes?
-No. La parte de Vietnam está fabulada a partir de cosas oídas, de testimonios de veteranos, algunos de ellos citados en la nota de agradecimiento que figura al final del libro. Las anécdotas son reales, pero están manipuladas literariamente.
-Cuando se lee La velocidad.., uno no puede dejar de pensar en las películas que el cine norteamericano hizo sobre la guerra de Vietnam.
-Creo que eso es inevitable. Como espectador cinematográfico, hay escenas de Apocalypsis Now o de El francotirador que han quedado registradas para siempre en la memoria de cada uno de nosotros. El cine norteamericano fue capaz en seguida de terminada la contienda de hacer películas espléndidas sobre Vietnam. Los films de Coppola o de Cimino se basaban en hechos reales. En cambio, no ha habido novelas de calidad equivalente sobre el mismo tema, salvo las de Tim O´Brien. Probablemente esos recuerdos cinematográficos resuenen en mi libro. Pero cuando lo escribí no fui consciente de ello. Por otra parte no volví a ver esas películas, ni tampoco a leer novelas sobre esa guerra mientras trabajaba en mi relato. Curiosamente así como el cine fue capaz de reflexionar de inmediato acerca de Vientam, a los veteranos les ha costado mucho empezar a hablar sobre el asunto. Tan sólo en los últimos años se encuentran bastantes documentos sobre esta cuestión.
-La guerra parece ser uno de los temas que más le atraen literariamente.
-Es cierto. La guerra y el fascismo ya están en El móvil. En ese relato, hay un fascista que, al final, acaba muerto. Además, como lector, la guerra me ha fascinado siempre. La considero como una gran aventura, como un laboratorio de todas las posibilidades humanas. En Soldados..., la guerra vino a mí, cuando me enteré del fallido fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas, un personaje tan atrayente desde el punto de vista literario. La velocidad de la luz surgió de mi encuentro con un personaje que me hipnotizó. El origen de mis libros es siempre la perplejidad que me inspiran las conductas de los seres humanos.
-¿Qué oyó hablar de la Guerra Civil en su casa? ¿Cómo fue la vida de su familia durante esos años?
-En España, la Guerra Civil forma parte de la memoria de toda familia. Los míos se la pasaban hablando del tema. Mis padres eran falangistas. Yo no lo soy. Y dejé de serlo muy pronto. En mi casa paterna, los vencedores de la guerra eran los buenos. Mi madre, que no había estudiado, tenía un tío suyo, que se había ido a la guerra, muy joven. Era un muchacho relativamente culto, que, por ejemplo, había leído a Ortega y Gasset. Se fue a luchar por la familia, la religión, la patria y lo mataron en la batalla del Ebro, hacia el final de la guerra. Esa historia era casi una leyenda en mi hogar. Cuando mi tío regresó, regresó muerto, a los diecinueve años, en un ataúd. La madre de ese chico lo recibió con el brazo en alto y dijo delante del féretro: "¡Arriba España!" Es una escena impresionante alrededor de la cual siempre quise construir un relato. Antes de Soldados..., escribí casi una novela entera, unas doscientas páginas sobre la Guerra Civil, que no me gustó y la tiré. Con los años, mi familia, como casi todos en España, cambió de posición. Mi madre ya no es falangista. Mi padre votó por los socialistas.
-Usted mencionó los agradecimientos al final de La velocidad de la luz, entre ellos figura el nombre de Susan Sontag. ¿Qué le debe su libro a Sontag?
-Ella escribió un espléndido ensayo en el que me transmitió la mirada de una norteamericana que llega a Vietnam de Norte y se siente una extranjera. Se encuentra con una sociedad muy distinta de la suya y muy distinta de la que se imaginaba, por la que tiene una simpatía evidente, pero que le resulta completamente ajena. Busca establecer una empatía con los seres y las cosas que la rodean y no lo logra. Susan Sontag escribió muy elogiosamente sobre Soldados... y me mandó un e-mail para que comiéramos juntos cuando vino a España. Me preguntó qué estaba escribiendo en ese momento. Le dije que estaba en pleno proceso de composición de La velocidad de la luz y que tenía dudas. ¿Qué demonios pinta un español que escribe sobre Vietnam? Ella me dijo: "Precisamente porque eres español y no tienes nada que ver con Vietnam debes escribir sobre ese tema".
-En La velocidad de la luz, hay unas páginas notables, de una fuerza paradójica y cruel, sobre la belleza de la muerte y la alegría de matar. Quizá es en ese pasaje, la carta que Rodney escribe a su padre, donde usted cala más hondo en la novela, algo así como el nudo del relato.
-Adorno habla de la belleza del mal. Nunca maté a nadie, pero puedo imaginarme esa alegría de matar de la que hablan los veteranos de guerra. A mí ese pasaje del libro me pone los pelos de punta, es como un cráter que lanza fuego sobre toda la novela. De todos modos, quien dice esas palabras, quien hace esas reflexiones, es un personaje víctima de un delirio. Es Rodney Falk, que descubre en sí mismo un aspecto terrible y, al mismo tiempo, fascinante de su personalidad. Rodney ve una verdad secreta, escondida en el gusto por matar. El acto de quitar la vida a alguien tiene una hermosura obscena, diabólica para él. Llega a decir "quien mata es Dios". No hay ninguna experiencia humana en la que se alcance esa sensación de embriaguez diabólica, de soberbia absoluta, de hybris, como decían los griegos, es decir, de desmesura, como en el acto de matar a otro ser humano. Nuestro tiempo que tiende a la moralina no quiere ver eso. En mi novela digo que el escritor no está para hacer visible lo invisible, sino para hacer visible lo visible que nadie quiere ver.
-En El móvil, usted dice que sólo quien relee lee de verdad. ¿Qué libros relee?
-Releo a Borges. No habría sido escritor sin Borges. También releo a Kafka. Releí mucho a Flaubert, pero ahora lo hago menos. En la lista, no puede faltar Conrad. La velocidad de la luz es una novela conradiana. Algo así como mi Lord Jim. El narrador de Lord Jim está fascinado por el joven noble, heroico, que comete el peor de los pecados de un marino, abandonar a la tripulación de su barco para salvar la vida. Pero más allá de que Lord Jim trate de pagar esa falta durante toda su existencia, lo interesante es que ese hombre, ese héroe, o antihéroe, es uno de los nuestros, quiero decir alguien que uno consideraría "bueno". Lord Jim es como yo, como cualquiera de nosotros, de allí que su aventura sea tan importante para el lector. Cada uno de nosotros puede ser Lord Jim. El narrador de La velocidad de la luz también siente algo de esa fascinación por Rodney Falk, un hombre noble, que comete actos espantosos y despiadados, un hombre que pudo haber sido cada uno de nosotros en esas mismas circunstancias.
-Soldados.. y La velocidad de la luz terminan con la búsqueda de sendos personajes: Miralles en la primera; Tommy Birban, en la segunda. Los dos han desempeñado un papel importante en la trama, los dos encierran un secreto. ¿Qué puede decir sobre esa repetición?
-Nunca he escrito historias cerradas. La ambigüedad es para mí fundamental en la literatura. Y esos personajes me ofrecían la riqueza de un enigma. ¿Por qué Miralles ( si es que fue Miralles) no mató a Rafael Sánchez Mazas? ¿Qué sabe Tommy Birban de Rodney Flak, que no dice? Escribir una novela es resolver una ecuación. Sin Miralles la ecuación de Soldados... no cierra. Sin Tommy Birban no sabemos cómo es Rodney Falk, o más bien, en qué consiste su misterio, cuál es su verdad. Birban, al mismo tiempo, ofrece elementos para entender a su amigo, pero esos elementos se encargan de mantener un velo de sombra sobre sus actos. Por otra parte, la búsqueda de esos personajes perdidos (nadie sabe dónde han ido a parar Miralles y Birban) tiene algo de una novela de detectives. Y, como dice Ricardo Piglia, el detective es el último filósofo. Me interesa el esquema policial para mis relatos.
-Al final de sus dos últimas novelas, el hecho de escribir se presenta como una especie de salvación espiritual.
-Es cierto. Los dos libros terminan con el comienzo de la novela, como habíamos dicho. Siempre pensé que la literatura produce la ilusión de dar un sentido a la realidad. Por otra parte no podría concebir la vida sin literatura. Quizá podría no escribir. Pero no puedo concebir la vida sin leer. En cuanto a la escritura, es como la justificacion de una vida. Estoy en este mundo para escribir, me digo.
-Esa concepción de la literatura como justificación de la existencia se ha convertido en un tema recurrente a partir de Proust.
-Es cierto. Leí mucho a Proust. En busca del tiempo perdido pertenece a un tipo de escritura decimonónica, que Proust remata. Hay en el narrador proustiano algo del joven de provincia que llega a la capital para triunfar, como hace Julien Sorel en Rojo y negro, de Stendhal, Fréderic Moreau en La educación sentimental, de Flaubert, o Lucien de Rubempré en Las ilusiones perdidas de Balzac. Proust toma ese esquema, pero su héroe no termina en el fracaso, sino que encuentra el sentido de lo vivido en la escritura. Ese es también mi caso. Es casi como una sustitución. Mi encarnizamiento literario surgió cuando me di cuenta de que Dios era un cuento chino. La literatura para mí es un sustituto de Dios. El sentido de la aventura está en poder contar la propia aventura. Proust ha sido decisivo, en ese sentido, para la historia literaria.
-En La velocidad de la luz, usted critica duramente el éxito y traza un panorama siniestro de los efectos que tiene sobre un escritor. Se ha comentado mucho que, después de predicar las virtudes del fracaso, usted se ha entregado con placer y dulzura al éxito.
-Es cierto. En mi novela, soy muy duro con la gente de éxito. Pero yo vivo estupendamente el hecho de que mis libros se vendan y se lean. Que la gente te lea es maravilloso y que te paguen por ello es aún más maravilloso. Pero siempre se debe pensar que el éxito es producto del azar. Cuando uno empieza a creer que el éxito es producto del mérito, ha empezado a recorrer el camino del cretinismo absoluto.
-Usted establece en La velocidad de la luz un paralelo entre Rodney, el veterano de Vietnam, y el narrador. Este, enceguecido por el éxito de su libro, descuida a su mujer y a su hijo; entonces, de un modo indirecto, provoca una tragedia, de la que no termina de liberarse.
-En mi libro, hay una confrontación entre el mal y los errores. Alguien que ha perdido a su esposa y a su hijo, por propia culpa, ha cometido un error. Por cierto, un error terrible, pero no ha caído en el mal. Rodney, en cambio, sí. Ha cometido las maldades más abyectas, más irredimibles. Podría pensarse que cuando hace todo lo que hace, cuando mata a niños y mujeres indefensas, no es él mismo, está enajenado. Sin embargo, en la carta al padre de la que hemos hablado antes, cuando se refiere a la belleza de la muerte y a la alegría de matar, escribe de un modo delirante, pero como se vale de las palabras, no puede haberlas escrito sin la ayuda de la razón como instrumento para ordenar sus pensamientos o sus delirios. Quizá esa carta es un acto de venganza contra el padre, que vive en la ingenuidad americana, que cree en la bondad intrínseca de los Estados Unidos, en sus eternas causas justas. Es como si Rodney le dijera al padre: "Mira, en lo que me he convertido, en lo que gente como tú me ha convertido". Mi propósito en el fondo es perverso. Quiero que el lector sienta empatía respecto de él, porque él es uno de los nuestros, es uno de los "buenos" y se ha convertido en un monstruo. En los últimos tiempos, se ha discutido mucho acerca de la película La caída, que muestra los últimos días de Hitler. Se acusa al director de mostrar la "humanidad" del Führer. Esa crítica revela un creencia peligrosa, la de pensar que Hitler era un ser de una especie distinta de la nuestra, que había nacido con una condición de "monstruo". Lo mismo ocurre cuando se habla de Vietnam y se piensa que los "monstruos" de Vietnam, esos soldados que eliminaron sin piedad a aldeas enteras, casi sin saber lo que hacían, llevados por la desesperación o por sentimientos inconfesables, ya no eran seres humanos. Precisamente porque lo eran, porque quizá no podían soportar lo que los rodeaba, hicieron lo que hicieron. Eso no significa absolverlos. Eran, repito, seres humanos como nosotros y conviene que lo tengamos en cuenta.