El maestro de la nada
La vida y la obra tan dramática como apasionante del gran escritor austríaco en la que se mezclan la alegría, la reflexión profunda, el impulso romántico, los rasgos snobs y el pesimismo, resurgen con todas sus contradicciones en la biografía de Miguel Sáenz publicada por Ediciones Siruela.
"Para muchos, es el autor más importante en lengua alemana del último tercio del siglo y, sin duda, uno de los más destacados de la literatura contemporánea sin restricciones de idioma. Por eso, la aparición de Thomas Bernhard. Una biografía de Miguel Sáenz (Ediciones Siruela) es un hecho de gran interés. Sáenz además de haber estudiado profundamente la vida del escritor austríaco ha traducido muchas de sus obras al español y también lo entrevistó.
El libro de Sáenz tiene el mérito de investigar en las versiones, muchas de ellas totalmente fantásticas, que el propio Bernhard hacía correr sobre su existencia, ya que éste se ocupó de escribir una autobiografía en cinco volúmenes (El origen, El sótano, El aliento, El frío, Un niño) en la que los acontecimientos que vivió aparecen magnificados, distorsionados, de un modo que oscurece la verdad, si bien en mérito de la belleza literaria.
Bernhard fue un hombre contradictorio al que Sáenz describe con una serie de adjetivos en los que se expresa su admiración, pero también el fastidio de quien ha debido rastrear y confrontar los datos de un mitómano. Dice de él: "artista de la exageración, maestro de la nada, monómano incorregible, patriota, sentimental, intrigante, moralista, aguafiestas, venerable, depresivo, cortés, alegre, romántico, satírico".
El nacimiento de Bernhard, el 9 de febrero de 1931, lo condenó a una situación de marginalidad. Su madre, Hetta Bernhard, dio a luz a su hijo en un convento holandés donde buscaban refugio las madres solteras. Se dijo que Hetta se había escapado de Austria para evitar el escándalo de su embarazo; pero parece más bien que se fue a los Países Bajos en busca de trabajo, y que ya en Holanda, en el cenador de una tía, Alois Zuckerstätter, un joven alcohólico y buen mozo, la sedujo, le hizo el amor y la preñó.
"Somos indulgentes con nuestros padres, en lugar de acusarlos durante toda la vida del crimen de engendrar seres humanos."
("Maestros antiguos",Thomas Bernhard)
De acuerdo con otro relato, Hetta fue violada por Alois. El padre de Thomas jamás se preocupó por este, y tan sólo varios años más tarde, mediante recursos legales, fue obligado a pagar una mensualidad por el mantenimiento del muchacho; algo que cumplió irregularmente hasta que Hetta renunció a cualquier protesta. De todos modos, Bernhard estuvo siempre en busca de una figura paterna que, en distintas épocas de su existencia, se encarnó en parientes y amigos. Cuando, ya grande, le mostraron una fotografía de la juventud de su padre quedó profundamente impresionado: eran idénticos; se parecían como dos hermanos gemelos. Alois murió en un incendio. Alcoholizado se quedó dormido en su cuarto mientras fumaba.
Durante mucho tiempo, el niño Thomas recibió alternativamente el amor y el odio de su madre. Esta veía en él la imagen del hombre que la había embarazado y que había cambiado sus días. Insultaba a su hijo, le pegaba ferozmente, desplegaba públicamente las sábanas mojadas por el chico que, aterrorizado, se orinaba por la noche.
La infancia y la primera juventud de Thomas estuvieron dominadas por las figuras de su madre y de su abuelo, Johannes Freumblicher. Al chico, el colegio de la época nazi con su disciplina militar le resultaba insoportable y por eso se fugaba y se iba a Ettendorf y a Seekirchen, los lugares donde vivieron sucesivamente sus abuelos. Como todos los niños de esa época, Thomas tuvo que ingresar en las Juventudes Hitlerianas.
Aborrecía el régimen militar. Cuando su madre lo llevó a Traunstein donde había conseguido un trabajo, Thomas sufrió horriblemente. Esos cambios continuos lo perturbaban, se sentía desarraigado. Sólo le parecía encontrar serenidad al lado de su abuelo que, por cierto, era un ser muy especial. Se trataba de un escritor fracasado que alcanzó cierta notoriedad hacia el final de su vida. Obtuvo, por ejemplo, el Premio Nacional de Literatura con una obra que hoy resulta pesada.
Johannes Freumblicher quería que su nieto ganara la fama y la gloria que a él sólo lo había rozado. Johannes era un hombre de un hondo egoísmo que había sacrificado a su vocación literaria tanto su vida como la de todos quienes lo rodeaban. Vivía del dinero que ganaban penosamente su mujer, Anna Bernhard, y su hija. Cuando conoció a Anna, Johannes mantenía una pasión con un hombre, Rudolf Kasparek. Anna se avino a ese extraño trío y, con su paciencia, logró conquistar a Johannes. Se llevó un dudoso premio.
Lo más asombroso era que nadie, ni hombre ni mujer, podía resistirse a la fascinación de Johannes.
Freumblicher era de ideas anárquicas y detestaba el catolicismo. Decía que la Iglesia era un movimiento vil, una asociación embrutecedora de los pueblos, destinada a explotar a los creyentes y recaudar incensamente la mayor cantidad posible de dinero. La obra que le dio más fama como escritor fue la novela Philomena Ellenhub con la que ganó en 1937 el Premio Nacional de Literatura. La existencia que su mujer, Anna, llevó junto a él fue muy dura.
Johannes amenazaba diariamente con que se iba a suicidar (varios de sus familiares lo habían hecho). Perseguida por la angustia de su marido, por las penurias económicas, Anna Bernhard terminó en un manicomio de Salzburgo.
Si bien el abuelo podía ser un hombre terrible, también tenía su lado generoso y protector. Trató de que Thomas recibiera clase de cuanta disciplina se le ocurriera: música, dibujo, idiomas.
El muchacho tenía una hermosa voz y durante un tiempo tanto él como su familia concibieron la esperanza de que llegaría a ser un gran cantante. Parte del período nazi y de la guerra, Bernhard lo pasó en Salzburgo, una ciudad a la que amaba y odiaba con igual intensidad.
En su libro autobiográfico El origen dice del lugar natal de Mozart: "es una fachada pérfida en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad... un cementerio hermoso en la superficie, pero bajo esa superficie, en realidad horrible, de fantasía y de deseos, hay un museo de la muerte, un río expuesto a todas las enfermedades y vilezas".
Durante el régimen hitleriano fue a un colegio cuyas aulas estaban presididas por el retrato del Führer. Cuando la guerra terminó, volvió a esa misma institución, convertida en un centro católico. La imagen del Führer había sido reemplazada por una gran cruz. Thomas, siguiendo a su abuelo, concluiría años más tarde diciendo que "tanto el nacionalsocialismo como el catolicismo son enfermedades del espíritu y nada más".
Thomas no podía soportar más la rigidez de la enseñanza austríaca y dejó el colegio. Se empleó entonces como aprendiz en una tienda de comestibles. El propietario de la tienda, Karl Podlaha, se convirtió para él en una especie de figura tutelar. Llevaba dinero y mercadería a su casa. Tomaba clases de canto con la famosa artista Maria Keldorfer.
Hasta que, en octubre de 1948, descargando un camión de papas se resfrió y se vio obligado a permanecer en cama varias semanas con fiebre alta. Volvió al trabajo antes de estar totalmente recuperado y tuvo una recaída. Ese fue el comienzo de las enfermedades que habrían de trastornar por completo su existencia.
Bernhard y su familia tardaron muchos años hasta tener un diagnóstico correcto de la enfermedad del muchacho: morbus boeck o sarcoidosis, que le afectó primero el sistema linfático, luego los pulmones y, por último, le produjo una insuficiencia cardíaca y respiratoria irreversible.
Sus libros autobiográficos, El aliento y El frío, están considerados como obras maestras de la literatura patológica. La descripción de la vida de un enfermo que hace Bernhard es de una profundidad y de una riqueza de matices pocas veces igualadas y, por cierto, nunca superadas. Durante su adolescencia y juventud, Thomas estuvo a punto de morir en varias oportunidades. Esas situaciones lo acercaron a su madre con quien se reconcilió definitivamente en ese periodo.
Mientras estaba internado en Grafenhof, una hospital de enfermos miserables, se enteró de que su madre sufría de cáncer. Poco tiempo después leyó en un diario un anuncio fúnebre donde se informaba del fallecimiento de Hetta, la desdichada mujer que hacia el final de su existencia había podido demostrarle un cariño largamente reprimido.
En los años 50, Bernhard empezó a trabajar en un diario. Se ocupaba de las noticias judiciales. Al mismo tiempo había conocido a una mujer, Hedwig Stavianicheck, treinta y siete años mayor que él, a la que Thomas calificará "del ser de su vida".
La casa de Hedwig en el distrito XIX de Viena fue desde entonces el domicilio vienés del joven escritor. Hedwig lo introdujo en el ambiente cultural de la capital. Thomas ganó una beca para estudiar en el Mozarteum, pero curiosamente no música, sino teatro. De entonces datan sus primeros poemas. En 1953 publicó su relato Magdalena la loca. Entre 1952 y 1954, Thomas escribió en el diario críticas de película, de piezas de teatro, artículos, crónicas.
Durante ese período en el que se estaban gestando los proyectos de sus grandes obras, Bernhard se hizo amigo de Paul WIttgenstein, sobrino del gran filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein. A Thomas le gustaba dar la imagen de un hombre campechano, pero también la de alguien sofisticado. Era profundamente snob.
Su esnobismo era más social que intelectual. Lo deslumbraban los grandes nombres, las grandes fortunas, los títulos de nobleza. La familia Wittgenstein, de origen judío, católicos conversos, fabulosamente ricos, tenían un prestigio social, artístico e intelectual, incomparable en Viena. Fabricaban armas y máquinas, navegaban en sus propios yates, tenían coches de carrera y se hacían retratar por artistas de la talla de Klimt. Para Bernhard, dejaron de ser personas reales, para formar parte de un cortejo de personajes imaginarios que alimentarían sus novelas y obras de teatro. De ese interés por los Wittgenstein, nacieron novelas como Corrección, El sobrino de Wittgenstein, obras de teatro como Ritter, Dene, Voss, y también su última pieza Heldenplatz.
Otra de las familia austríacas aristocráticas con la que entabló una amistad que habría de ser tormentosa fue la de los Lampersberg. Estos fueron sus mecenas. Gerhard Lampersberg, compositor, cosmopolita, hombre de sociedad, y su mujer, la cantante Maja Weis-Ostborn, recibieron a Thomas durante muchos años en su casa señorial de Maria Saal. De esa relación, nacerían obras comunes.
Se decía que entre ellos existía un trío. La vida sexual de Bernhard siempre fue un misterio. Le gustaba el trato de las mujeres, apreciaba su belleza, pero parecía que le intimidaban en el plano estrictamente físico. Su vínculo con Hedwig Stavianicheck, "el ser de su vida", pudo haber sido meramente platónico. Nunca quedó claro si Thomas fue amante de Gerhard y de Maja simultáneamente, o de ninguno de los dos. De todos modos, el lazo que los unía era muy especial.
Esa relación terminó con un escándalo por un malentendido. Bernhard escribió entonces la novela Tala en la que retrataba de un modo cruel y desconsiderado a Gerhard Lampersberg bajo el nombre de Auersberger. Hubo un juicio que produjo gran revuelo porque Bernhard ya era famoso, y los Lampersberg no eran precisamente desconocidos.
La pasión de Bernhard por la música inspiró su escritura. Su sombría visión de la vida humana sólo recibía luz de las creaciones del espíritu, particularmente de las musicales. Consideraba, por ejemplo, que una partitura como la de La flauta mágica justificaba una vida y, en cierto modo, las atroces peripecias de la humanidad. El deseo de crear algo que se acercara a ese ideal supremo y, en el fondo, inalcanzable, fue el motor de las obras de Bernhardt. Sus novelas y relatos, Trastorno, El carpintero, Tala, tienen una estructura musical; asimismo en sus libros de memorias la música aparece como un tema de reflexión y como la trama secreta que alimenta su estilo.
Hacia el final de su existencia, Bernhard sobrevivía químicamente. Se la pasaba haciendo tratamientos, tomando pastillas, sometiéndose a todo tipo de terapias. Así como luchaba contra su debilidad física, también luchaba contra el estado austríaco.
Amaba a su patria y, por eso mismo, la atacaba con furia. Odiaba el tipo de espíritu que se habían impuesto en los círculos de poder austríacos. Bernhard pensaba que el nazismo seguía allí, triunfante, gozando de la salud de la que su cuerpo carecía. Su última obra Heldenplatz fue un escándalo terrible precisamente porque esa era su tesis. Nada había cambiado en Austria desde la época de la anexión del país por Hitler.
La pieza se estrenó el 4 de noviembre de 1988. Tuvo mucho éxito. Pocos meses después, el 12 de febrero de 1989, hacia las siete de la mañana, Bernhard se extinguía en su piso de Gmunden.
Según dice Miguel Sáenz en su biografía las relaciones de Thomas con la muerte siempre habían sido estrechas. De niño, su abuela lo llevaba a visitar cementerios y capillas ardientes. El resultado de esos recorridos era que al chico le gustaba fingirse muerto y hacer de cadáver, u organizar, como juego, una procesión fúnebre. El día en que el juego se tornó realidad, a los 58 años, recibió la fatal visita mientras tomaba un vaso de mosto de las viñas que tenía en su propiedad de campo. Como siempre, el final le da la razón a los pesimistas y a los escépticos. A Bernhard, le habrá gustado ganar su controversia con la vida, aunque eso significara una trágica victoria.
Por Hugo Beccacece
(c) LA NACION
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