El lugar de la crítica
CLASES Por Daniel Link-(Norma)-375 páginas-($ 31)
Clases es un libro escrito a partir de los cursos que Daniel Link, profesor a cargo de la cátedra de Literatura del siglo XX, dicta en la Universidad de Buenos Aires. Pero no por eso es un libro didáctico: no está planteado desde un saber propagador de certezas ni desde ese malentendido que supone que la literatura -o el arte en general- se enseña, ni tiene rastros de dirigirse a ese auditorio por varias razones cautivo que son los alumnos universitarios. En este libro, Link vuelve sobre algunas de las cuestiones tratadas en aquellas clases -e incluso en textos no críticos como La clausura de febrero y otros poemas malos, Los años noventa y La ansiedad- y las problematiza, las expone, las discute, las deja a medio andar, como para que se puedan seguir pensando. El profesor satisfecho por que lo que ocurre en las aulas quede testimoniado para un público más amplio queda anulado por el crítico que reflexiona -algunas veces rotundo, otras perplejo- sobre lo que ha venido haciendo hasta ahora.
Y lo que ha venido haciendo hasta ahora no es un juego solipsista; atañe a cualquiera que quiera pensar el lugar de la literatura y del arte en la cultura contemporánea, la relación entre arte y mercado, los sistemas culturales de clasificación y de exterminio, la dialéctica de lo público y lo privado, las industrias culturales -o lo que Link prefiere llamar la cultura industrial-, la figura del escritor en ese esquema, los movimientos y los autores del siglo XX que ejercieron sus formas particulares de resistencia a la normalización y la captura. Franz Kafka, Jack Kerouac, Pier Paolo Pasolini, William Burroughs, Scott Fitzgerald y Harold Pinter figuran entre los autores analizados. Gilles Deleuze, Félix Guattari, Michel Foucault, Roland Barthes, Roman Jakobson, Walter Benjamin, Eric Hobsbawm, Didier Eribon y Zygmunt Bauman entre los teóricos interpelados.
Los años sesenta -como ápice de la transgresión generalizada y como momento privilegiado para el debate acerca de los lugares de la cultura y el arte- son centrales en el análisis. El texto vuelve minuciosa, repetidamente a esos debates para rescatar, sobre todo, la cancelación de la esfera del arte como esfera autónoma (de la vida política, de la vida privada) y el eclecticismo como rasgo formal. La propuesta supone abolir la dialéctica de lo público y lo privado -la literatura se plantea más bien como "un salto de lo privado a lo público"- y la oposición entre literatura y mercado. Este último par, presente hoy en encuentros académicos y en la cabeza de quienes hacen de la escritura una práctica cotidiana, aparece en Clases como una oposición pueril porque nadie, aunque lo pregone, puede sustraerse a la cultura industrial en la que está inmerso. En todo caso, lo que se puede hacer es buscar vías de resistencia, de experimentación, formas de contrarrestar la fuerza irremediablemente normalizadora de la cultura.
Pasolini, entre todos los mencionados, aparece como un artista emblemático, alguien que hizo de sus películas, cartas, novelas y poemas una experiencia de suspensión de los límites; el escritor grafómano en el que Link comprueba que, al haber dado el salto de lo privado a lo público, ya no puede decirse "yo" como sinónimo de interioridad sino como exposición radical de una conciencia, como evidencia de un proceso de transformación. En el capítulo que le dedica, la prosa de Link se vuelve especialmente inquisitiva con respecto a la producción de Pasolini y con respecto a lo que hasta ahora se ha dicho sobre él. "¿Es que, acaso, no lo leen?", "¿Es que no lo escuchan?", "¿Es que no lo escuchaban?" son algunas de las preguntas que recorren ese capítulo con la infalibilidad, aunque sin la melancolía, de una letanía. Si es válido decir que algunos novelistas construyen personajes que funcionan como su álter ego, algo parecido puede decirse de Link con respecto a Pasolini. Evidentemente, para Link hacer crítica no es distanciarse del objeto de estudio para llegar a una verdad o para acercársele lo más posible sino más bien inmiscuirse en una experiencia en la que tanto el crítico como su material son interpelados y modificados. El uso que hace del lenguaje en ese capítulo es, además, una arremetida contra el encorsetamiento que suele leerse en tanta producción crítica.
La literatura -propone Link- ya no puede pensarse como un efecto, una obra acabada que un autor construye, calcula, sino, como la inmersión en una experiencia transformadora. Uno de los casos vernáculos analizados es la "Carta de un autor a la Junta Militar", texto tomado para ver cómo el Walsh que fue jefe de inteligencia de Montoneros cambia su lugar de enunciación, aparece como un escritor que dará testimonio de una verdad y que a su vez será transformado por ese testimonio.
Lo mismo propone Link para el resto de las artes. A partir de Hitler de Hans-Jürgen Syberberg, una película de fines de los años setenta que dura siete horas, el texto plantea la disolución de las fronteras entre el arte y la vida, y la lucha "contra una clasificación perversa [?] que jerarquiza y excluye". El cine de Derek Jarman y el de Rosa von Praunheim, por otra parte, son propuestos como miradas desclasificatorias sobre la normativa de lo gay que se impuso en los años ochenta.
Detrás de la profusión de autores, lenguajes y movimientos analizados en Clases, la pregunta que subyace en todo el libro -y que lo convierte en necesario- es una: ¿qué tipo de arte debemos hacer ahora? Un arte experimental, sostiene Link, un arte de la disidencia, de la desclasificación. Aunque -él mismo lo sabe- ese experimento vaya a ser fagocitado rápidamente por los sistemas clasificatorios de la cultura, por la fugacidad de estos tiempos modernos. Clases mira lúcidamente el actual estado de las cosas y suplanta la tentación del escapismo o de la parálisis por la marcha incesante.