El lenguaje mestizo del exilio
El cubano José Kozer es una de las voces más singulares de la poesía latinoamericana actual. En esta entrevista habla de la difícil relación con su país y de los modos en que se inscriben en su obra el castellano habanero aprendido en las calles de su barrio natal y las sonoridades familiares del idish
José Kozer, uno de los poetas latinoamericanos actuales más singulares, nació en La Habana en 1940, en el seno de una familia judía proveniente por ambas ramas de Checoslovaquia y Polonia, con un abuelo religioso fundador de una sinagoga y un padre sastre profundamente ateo. Lo peculiar de su poesía quizás resida en su portentosa locuacidad, en el esplendor inagotable de un lenguaje que se reproduce y es como un almácigo de donde brotan más lenguas, todas nacidas del castellano habanero aprendido en las calles de su barrio natal, La Víbora, y atravesado por las sonoridades familiares del ídish. Un habla cubana, versátil y dicharachera que se abre a múltiples fonéticas para contrarrestar la asfixia de la insularidad.
Como sus antepasados, también José Kozer decidió emigrar: en 1960, con veinte años de edad, se fue a los EE. UU. y ya no volvió a la isla, excepto un efímero retorno de sólo siete días (exactamente, entre el 7 y el 14 de febrero del año 2002). ¿Qué significó para él ese viaje de regreso? En la entrevista con LA NACION durante su última visita a Buenos Aires, el mismo Kozer dio su respuesta: "En ese momento había una esperanza de que Cuba pudiera encontrar, aunque dando pequeños pasos, su reconciliación política con tantos artistas. La causa del retorno se debía a la publicación de No buscan reflejarse, una antología de mi poesía. A mí me costaba trabajo aceptar la invitación tanto como a ellos hacérmela pero se hizo. Yo pensé lo siguiente: si acepto ser publicado en Cuba y voy concretamente y hago una lectura pública -como efectivamente hice-, entonces estaría poniendo mi grano de arena para el futuro de la reconciliación cultural de mi país. Al regresar a los EE.UU., insté a varios cubanos a publicar en Cuba, porque me parecía que era un momento muy esperanzador. Pasó el tiempo y esa esperanza se frustró en el momento en que el gobierno cubano optó por fusilar a esos tres jóvenes que trataron de escapar de la isla. Con una pena carcelaria era más que suficiente; esa decisión me pareció excesiva e inhumana. Para mí era la gota que rebasaba el vaso y otra vez el proceso cubano se interrumpía. No creo que haya abortado de todos modos, la historia es larga, las cosas cambiarán".
La patria, la lengua
Como lo ha planteado el crítico George Steiner, los poetas modernos son aquellos que se han visto empujados por el exilio y en la situación de poner en duda dialéctica nada menos que la lengua nativa. A Kozer le gusta recordar unos versos de Marina Tsvetáieva cuya lúcida modernidad radica en una mirada desgarrada de la Historia: "Todos los poetas son judíos". Se trata, en efecto, de los avatares de la condición humana enfrentada a las diásporas y los movimientos migratorios que le hacen decir a Kozer que él es un cubano judío y al mismo tiempo, por su errancia, un ciudadano internacional pero que, además, como última generación, se ha vuelto el último de los mohicanos. O, tal como él lo escribió: "Yo, un judío mohicano".
Se sabe: la patria de un poeta es la lengua en la que escribe y se aposenta y que, emigre adonde emigre, lleva consigo de un modo irrevocable. Para este poeta que vive lejos de Cuba pero muy adentro de su lengua materna, la distancia se vuelve interior y el lenguaje que habla, su único lujo. Se autodefine como una persona sobria y frugal y como un poeta doméstico, sin embargo, sus versos son copiosos y abundantes, como si escribirlos respondiera a un secreto acatamiento de la inspiración. Poeta verdaderamente prolífico, se tiene la impresión de que su propósito es visitar todas las palabras del diccionario.
-¿El uso que usted hace de palabras raras e inusuales tiene alguna vinculación con los poetas modernistas?
-Escribí un poema en el que hablo de los poetas modernistas como Rubén Darío, Amado Nervo o Julián del Casal pero, a pesar del respeto que me merecen, hay una distancia irónica. Esos vocablos arcaicos me atraen, son como imanes, me suscitan poemas cuando escucho su música. Por ejemplo, el camino que recorre, en mi poesía, una palabra como "Nefelibata" (es, decir aquel que camina en las nubes) es muy interesante, porque es una palabra que utiliza precisamente Rubén Darío. Pero no me viene de él sino de Rabelais, que es su inventor. Esto me hace pensar que quizás Rubén Darío la haya tomado del francés. Por eso en mi poesía hay un eco de ecos: una palabra me tienta y se me vuelve natural. La palabra es para mí un boomerang: va y viene por registros disímiles, prolifera, se lateraliza constantemente, suscita el movimiento de hormigueos, segrega una telaraña.
-Entonces quiere decir que esos vocablos raros se sitúan fuera de la circulación corriente del habla. ¿No es esto precisamente lo que hacían los poetas modernistas?
-Esas palabras quieren contrarrestar la bazofia ambiente, es el contraataque del poeta contra la sociedad aburguesada y materializada hasta el absurdo. Pero la diferencia es la siguiente: mientras que el poeta modernista, cuando usa Nefelibata, mantiene la altura estética de esa palabra, yo, por el contrario, construyo un texto mestizo en la medida en que obligo a que esa palabra conviva con otras que le son totalmente disímiles. Es una manera de reaccionar ante la multiplicidad de mundos en que vivimos, incorporando esa multiplicidad en el poema. Para mí ese arranque está en Ezra Pound, en Eliot, en William Carlos William, en Wallace Stevens. A partir de estos poetas encontramos en la poesía contemporánea un lenguaje políglota, polivalente.
-La idea del poema como texto mestizo ¿equivale a la ruptura de la voz única del poeta, una voz que ya no es más la propietaria de la poesía?
-Mira, la voz poética es raigambre y desconocimiento simultáneamente. Cuando estoy, cada mañana, ante la inminencia de mi poema, veo nítidamente cómo va a ser su estructura. Es como si yo fuera el ente pasivo de este juego, el que ve la mano moverse y encaminarse hacia no sé qué desembocadura. Y así se escribe el poema, surgido desde un profundo desconocimiento, desde coordenadas inconscientes. Esto tiene que ver, en este momento actual de la poesía latinoamericana, con el hecho de que la voz ya no es monolítica ni prepotente ni mayestática, sino una voz abierta a diversos órdenes que vienen desde fuera. A eso llamo yo un texto mestizo: el que nace de esa multiplicidad.
-¿Cómo actúa en la escritura del poema una distancia de 40 años de exilio? ¿Cómo repercute en el idioma?
-La situación es ardua porque me fui a un país donde se habla inglés, idioma que es contrario al español. Mientras el español es polisilábico, el inglés es mono o bisilábico. Esta estructura mental te afecta, quieras o no, te afecta insconscientemente. Yo me sentí arrinconado por el inglés y al mismo tiempo, necesitado de aprenderlo, de no decirle no pero tampoco decirle siempre que sí. Fue y es una resistencia y una absorción. Porque al estar afuera, el idioma por un lado se anquilosa y por el otro está en permanente búsqueda, como la oruga busca desde el hambre su alimento en la hoja de la morera. ¿Dónde están mis palabras? ¿A qué lugar acudo para recuperarlas? El único lugar que tengo es el libro. Entonces sí: hay un corte de la oralidad porque estás fuera de la nación, yo soy un poeta sin nación y al mismo tiempo, mi español se alimenta gracias a la poesía que leo constantemente.
-Acaba de decir que es un poeta sin nación ¿qué consecuencias le trae eso a la lengua que es en definitiva la materia prima de la poesía?
-Al salir de Cuba a los 20 años, mi español estaba sostenido dentro de mi sistema espiritual. Soy un poeta sin nación, es decir, un cubano universal que adopta modismos de diversas lenguas. No sólo utilizo cubanismos sino también mejicanismos, peruanismos e incluso argentinismos. Cuando uno no está en el territorio de su lengua materna, cada palabra que ocurre en la conversación tiene un brillo nuevo, como si se la oyera por vez primera. Por ejemplo, pasan años sin oír una palabra de mi lengua y de pronto, aunque sea la más común y corriente, esa palabra oída se llena de ecos, de posibilidades. Es un registro de chiribitas, de cocuyos, que se mueven en la noche y prueban que la magia no se ha perdido. Todos vivimos en un exilio. Por eso la poesía es la vanguardia de este fenómeno de la historia contemporánea acuciada por los desplazamientos migratorios: ella recoge la dimensión diaspórica del lenguaje.