El lenguaje, un campo de batalla político e histórico
"Si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento", decía Orwell. Y este parece ser el eje más o menos invisible que atraviesa el Congreso de la Lengua de Córdoba, un foro que vuelve a discutir cuestiones literarias y lexicográficas, pero que viene además a denunciar implícita o explícitamente las acechanzas que se ciernen sobre el uso político, nada ingenuo, del territorio verbal en tiempos de redes sociales, burbujas de sentido y polarizaciones ideológicas.
Históricamente, los argumentos han sido más peligrosos incluso que las balas, o incluso las han precedido.
Esos argumentos crearon el fascismo y el estalinismo, y sirvieron de coartada para sus crímenes y vejámenes. Su resistencia también fue en primera medida argumental, porque las palabras a veces son el veneno y, en ocasiones, el necesario antídoto.
Pero antes los argumentos eran patrimonio de políticos, intelectuales y periodistas; hoy se han agregado a la gran "conversación" ciudadanos, militantes, operadores y hasta robots. Este fenómeno ha expandido la democracia, pero también multiplicado los enconos, las simplificaciones, las campañas psicológicas y los populismos binarios. El lenguaje es –más que nunca– un campo de batalla, y observamos una verdadera "guerra de palabras". Por poner un rápido ejemplo, y sin ir al fondo del tema, quienes en la Argentina luchan contra la legalización del aborto han logrado autodenominarse "provida", lo que implica tácitamente decir que sus oponentes son "promuerte". Los combates culturales se libran así sobre la lengua y tienen por propósito, para bien o para mal, vencer y crear un nuevo sentido común temático. El periodismo está emboscado por estas nominaciones intencionadas, y por una cierta dejadez que se contagia de la cultura digital: cuando el error gramático u ortográfico es tolerable, también el error periodístico termina siéndolo, para desprestigio de los medios y regocijo de los demagogos y los propaladores de "posverdades".
Otras discusiones que cruzan este Congreso no son menos políticas. Ciertos sectores de la Madre Patria han insinuado públicamente que el llamado "lenguaje inclusivo" debería ser adoptado ya mismo como lengua oficial por la RAE. Ese lenguaje, que es síntoma de una de las grandes y buenas noticias de Occidente (la igualdad de géneros), no puede ser incluido en un diccionario hasta que no se masifique y se manifieste de un modo perenne. "Todes" entrará en los diccionarios el día en que la calle lo consagre, puesto que las palabras se inscriben de abajo hacia arriba, y no al revés. El diccionario es un registro, no una doctrina, por mejores intenciones que esta tenga.
Una tercera cuestión política signa el encuentro de Córdoba. Y es la ocurrencia de que España representa el imperialismo lingüístico y de que detrás de esta movida se encuentra la intención de hacer de esta vasta región un hipotético mercado cautivo y sojuzgado. Hace rato que todas las academias latinoamericanas se han hermanado con la RAE para defender las diferencias y colaborar en la diversidad de los distintos españoles. Pero para un nacionalismo progre, transnacional y retrógrado, cualquier institución es neoliberal y cipaya: siempre pagan bien la emoción "emancipadora" y la paranoia. Y este Congreso no ha estado ajeno a esa visión pueril y tribunera. De eso trata, en el fondo, la respuesta de Vargas Llosa al pedido de López Obrador: el rey Felipe debe pedir perdón. Mario explica la contradicción que aqueja a cualquiera de nuestras naciones, donde a pesar de la independencia de la corona española persistieron y persisten "tantos millones de indios marginados, pobres, ignorantes y explotados". También aludió a las masacres de las que los indígenas fueron víctimas durante estos dos siglos de autonomía, aunque olvidó mencionar que el imperio mexicano hacía sacrificios humanos en masa, y ejercía una crueldad no menos intensa que la de los inexcusables conquistadores. Unos días antes, Pérez-Reverte había sido más contundente con López Obrador: "Si cree lo que dice es un imbécil; si no lo cree es un sinvergüenza". Política, periodismo, polémica, historia. Hoy más que nunca todo, absolutamente todo es lenguaje.
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