"Yo crecí en el Museo de Arte Moderno de Nueva York", solía decir David Rockefeller. Y no era una metáfora. Fallecido hace un año exacto, tras haber vivido más de un siglo, fue criado por una de las fundadoras del MoMA, quien comenzó a exhibir arte en el hogar familiar. Consciente de la responsabilidad de su legado, el único nieto del fundador de la petrolera Standard Oil que quedaba vivo fue previsor: cuando sintió que se aproximaba su muerte llamó a la casa de subastas Christie’s y comenzó a organizar lo que será "el remate benéfico más importante hasta el momento".
"Seguramente habrá varios récords. A la gente le gusta ir a las subastas que son por una buena causa", adelantó a LA NACION Stephen Lash, presidente de Christie's Americas, quien trabajó en este proyecto durante los últimos siete años. De visita en Buenos Aires, anoche habló en el Auditoro Amigos del Bellas Artes sobre las obras que se rematarán entre el 7 y el 11 de mayo en Nueva York, tras una gira mundial de promoción que abarca exhibiciones en Londres, Pekín, París, Los Ángeles y Shanghai.
Se estima que la venta de más de 1500 piezas, entre las cuales se destacan importantes pinturas de Pablo Picasso, Henri Matisse y Claude Monet, podría recaudar más de 500 millones de dólares. El total se destinará a doce instituciones que incluyen el MoMA, la Universidad de Harvard y la Americas Society. Hasta ahora, la colección más relevante ofrecida en subasta había sido la de Yves Saint Laurent-Pierre Bergé, vendida en 2009 en Christie’s París por 373,5 millones de euros.
Diego Rivera, el artista de la discordia
Detrás de cada obra hay una historia valiosa. Como la de Los rivales, pintura que Diego Rivera realizó a bordo del barco que lo llevó junto con Frida Kahlo a Nueva York, para la retrospectiva que realizaría en el MoMA en 1931. La misma muestra donde se exhibió Baile en Tehuantepec, pintada en 1928, que se convertiría en 2016 en la obra más cara de la historia del arte latinoamericano cuando Eduardo Costantini pagó por ella 15,7 millones de dólares en una adquisición privada.
"Estas dos grandes obras comparten el tema inspirado en festividades regionales del Istmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca. Los trajes coloridos y la indumentaria de los hombres son de la región", dijo a LA NACION Virgilio Garza, responsable de pintura latinoamericana de Christie’s Nueva York. "No me sorprendería que el Rivera alcance un precio muy alto", agregó por su parte Lash en referencia a Los rivales, que saldrá a la venta con una base estimada entre 5 y 7 millones de dólares. "Muy rara vez se ve un Rivera de esta calidad en una subasta", coincidió Cristina Carlisle, representante de Christie’s en la Argentina.
Los rivales fue encargada a Rivera por Abby, la madre de David, quien la heredaría una década más tarde como regalo de su boda con Peggy. La coleccionista decidió conservarla a pesar del escándalo desatado por el artista mexicano, autor de un mural para el Rockefeller Center por pedido de la familia Rockefeller. La obra fue destruida poco antes de ser terminada porque Rivera se negó a quitar un retrato de Lenin agregado a último momento.
El conflicto era previsible. ¿Por qué el clan Rockefeller, icono del capitalismo, encargaría una obra tan simbólica a un artista abiertamente comunista? "La familia primero invitó a Matisse, que dijo que no, y a Picasso, que nunca respondió. No pensaron que Rivera llegaría tan lejos", recuerda Lash. En la opinión de este experto, sin embargo, "el arte se eleva por encima de la política. En este momento de gran tensión en el mundo, por ejemplo, Israel debería exhibir obras de artistas palestinos y viceversa".
Un gusto arriesgado
Puertas adentro del hogar, las diferencias tampoco eran fáciles de conciliar. "Los padres de David no estaban de acuerdo. A John D. Rockefeller Jr le gustaba el arte medieval, mientras que a Abby le gustaba el moderno", señala Lash. David heredó lo que él define como "un gusto muy arriesgado, con mucho acento en el arte contemporáneo pero con mirada muy amplia. Compraba tanto obras de Willem de Kooning como Tigre con tortuga, de Eugène Delacroix, pintada en 1862".
Además del buen ojo, la suerte también hizo lo suyo. Cuenta Lash que a David le tocó elegir primero cuando compró junto con otras personas la colección de Gertrude Stein, gran protectora de los artistas de vanguardia en la escena parisina de principios del siglo XX. Rockefeller se llevó a casa Chica con cesta de flores (1905), una pintura de Pablo Picasso casi dos metros de alto, que ahora se rematará con una base estimada entre 70 y 100 millones de dólares. Le sigue en valor Odalisca con magnolias (1923), de Henri Matisse, con una base de 50 a 70 millones. Según Lash, se trata de "uno de los principales Matisse que quedan en manos privadas".
No menos importantes son los Nenúfares en flor (1914-17) de Claude Monet, una serie a la que el artista dedicó los últimos veinte años de su vida, y que según Lash "anticipa el expresionismo abstracto en el trabajo de artistas como Mark Rothko", cuyas obras también integran la colección de David Rockefeller.
El hijo más pequeño de Abby tenía apenas diez años cuando su madre comenzó a coleccionar pinturas de los impresionistas franceses. En 1928 contrató a un diseñador para convertir en una sala de exhibición el séptimo piso de los nueve que componían su hogar, sobre la calle 54. La llamó Topside Gallery. Un antecedente del MoMA, que cofundaría con dos amigas el 7 de noviembre de 1929. Tanto ella como su hijo donaron gran parte de su colección al museo que semanas semanas atrás sumó otra mujer a su equipo curatorial: la argentina Inés Katzenstein.
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