El karaoke como retrato
Un hombre de unos ochenta años canta "What a wonderful world" en alemán con la voz cascada, una pareja de turistas italianos entona la música de la película Dirty Dancing e intenta hacer la famosa escena de la chica sostenida en el aire, un hippie de sesenta canta "Strange" de los Doors moviendo su pelo largo y blanco como una ola, un africano canta "Billie Jean" de Michael Jackson haciendo todos los movimientos, un borracho balbucea "Yesterday", dos adolescentes asiáticas cantan una canción de Oasis con los ojos cerrados. Desde hace varios años, el mundo entero se encuentra en el karaoke que se hace todos los domingos en el Mauer Park, en un enorme anfiteatro al aire libre, a unos pasos de lo que queda del muro. Con su computadora y dos parlantes artesanales que lleva en el carrito de la bicicleta, Joe Hatchiban armó una plataforma de canto popular que se convirtió en un lugar de culto. Cientos de paseantes se juntan para ver cómo personas de todas las generaciones y países eligen una canción y se arrojan a cantar ante la multitud. Los cantantes pasan uno tras otro, como en una enciclopedia de todas las canciones del mundo.
El show es el negativo de American Idol o cualquiera de esos programas de televisión donde gente aparentemente normal se convierte en estrella. Aquí los cantantes son aplaudidos por cantar mal, por olvidar la letra, por no saber qué hacer con su cuerpo, por emocionarse o abandonar la canción por la mitad. De alguna manera se aplaude la fragilidad, la vulnerabilidad, la torpeza. Quizás ésa sea la esencia misma del karaoke. Pero aquí no estamos ante una situación íntima de una fiesta de amigos; hay una verdadera multitud rodeando a los cantantes. Y esa multitud es un verdadero mosaico del mundo.
El karaoke puede ser pensado como una forma de arte documental. En cada canción uno puede imaginar la vida de quien canta. A veces por el acento, por la canción que eligió, por la forma de cantar. Algunos incluso hacen una pequeña presentación donde explican algo de sí mismos o de la canción. En el momento de cantar aparece algo de la persona que no era visible. Como en la película Las canciones de Edoardo Coutinho, donde vemos pasar una tras otra una serie de personas que revelan su vida a través del canto.
En el verano del 2015, cuando por todos lados aparecían las imágenes del éxodo, con miles de personas que huían de la guerra en Siria cruzando Europa a pie, en el karaoke pasó algo inédito: un hombre joven tomó el micrófono y dijo en inglés: "Soy un cantante de Siria y no puedo cantar porque está prohibido. Los cigarrillos también están prohibidos. El estado islámico prohibió todo. Vine a Alemania porque tiene libertad, democracia. Tuve que pasar Turquía, Grecia, Macedona, Serbia, Hungría, Austria y Alemania. Sin coche ni tren, andando. 2000 kilómetros. Y ahora quiero cantar en árabe. Sé que no me van a entender, pero escuchen". Y cantó un rap en árabe y la gente se puso de pie. Todos filmaron con sus celulares y subieron el registro a YouTube. Entonces el karaoke devino un retrato documental no sólo de una persona sino de una ciudad y una época.
La autora es escritora, dramaturga y directora de teatro
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