El joven que sobrevivió al atentado en el Bataclan y se convirtió en escritor
"Empecé a escribir dos semanas después del atentado, a finales de noviembre de 2015, y lo hice para exorcizar lo vivido. Al principio, lo que escribía no tenía vocación de relato, no deseaba contar una historia", dice Ramón González (Daimiel, 1984), ingeniero químico español que reside en Francia desde 2011, sobreviviente del terrible atentado del 13 de noviembre de 2015 en una sala de conciertos parisina y, desde 2018, autor de Paz, amor y death metal (Tusquets).
Ese primer libro, que se convirtió en un éxito en su país natal, llegó recientemente a las librerías argentinas. "Cada mañana me sentaba delante del ordenador y dejaba fluir mis pensamientos y emociones sin reflexionar demasiado –recuerda el autor–. De ese modo, expulsaba toda la rabia y la incomprensión que sentía, era pura catarsis". La obra literaria vino más tarde. "Tras una primera lectura, me dije que de allí podía salir un libro y me puse a trabajar en el borrador. Dos años después, cuando el libro estuvo listo, se lo envié a la editorial, que desde el principio se mostró interesada en publicarlo".
El libro de González, que se lee como una crónica palpitante, se divide en tres partes. En la primera, el autor reconstruye paso a paso la llegada, junto con su novia argentina y una pareja amiga, a la sala Bataclan; los primeros momentos del concierto de Eagles of Death Metal, el grupo estadounidense de rock por el que no sentía particular interés, y el inicio de la masacre llevada a cabo por tres integrantes de Estado Islámico. En una segunda parte, y en un intento por comprender la razón de la tragedia, González suma testimonios ajenos al propio e indaga en la dimensión social del hecho, uno más en la serie de episodios sangrientos en capitales del primer mundo. Por fin, en la tercera parte, el sobreviviente de la masacre de Bataclan inicia, aun con temor y cautela, una nueva etapa. "El atentado cambió mi vida, sobre todo en lo referente a las prioridades –reconoce–. Había cosas que, después de pasar tan cerca de la muerte, ya no me apetecía seguir haciendo, como por ejemplo mi antiguo trabajo de consultor informático. Otro de los grandes cambios fue la decisión de dedicarle más tiempo a la escritura".
El terrorismo, sin coartada
"Para ser honesto, nunca presté demasiada atención al tema del terrorismo, siempre tuve la sensación de que no tenía nada que ver conmigo –dice González, desde París, a LA NACION–. Y lo cierto es que ese sentimiento sigue ahí, aún veo el terrorismo como algo ajeno, lo cual resulta paradójico si se tiene en cuenta que lo viví en primera persona". Para González, que visitará el país en diciembre, es importante intentar comprender por qué ocurren los atentados. "Sin embargo, en ningún caso se debe tomar eso como un motivo y mucho menos como una justificación, pues entraríamos en un terreno muy peligroso. El terrorismo, se mire como se mire, no tiene coartada alguna". Mientras escribía, investigó sobre la vida de los terroristas que atentaron en Bataclan. "Tenía necesidad de comprender, pero no he llegado a ninguna conclusión clara más allá de que, en un momento dado, se produjo una radicalización sin marcha atrás. Hay gente que, de un modo general, apunta a que la semilla está en la pobreza o en el medio social y de delincuencia en el que crecieron, pero en este caso eso ni siquiera cuadra". Uno de los terroristas, por ejemplo, había cursado un bachillerato literario y luego trabajó como conductor de autobús en la capital francesa. "¿Qué ocurrió para que, llegado un momento, se radicalizara y se uniese al Estado Islámico en Siria?", se pregunta González.
El atentado en la sala del boulevard Voltaire 50 costó la vida de 89 personas (130, esa noche en todo París), su mayoría jóvenes como González, que asistía regularmente a recitales de música varias veces por mes. Ya no lo hace tan seguido. Ese es uno de los hábitos personales que modificó luego del 13-N, como quedó inscrito el atentado en el registro social de los crímenes masivos.
No solo la vida del autor ha cambiado. "París no está mucho más militarizada que cuando llegué a la ciudad ocho años atrás. Ya por entonces era normal encontrarse militares en monumentos y puntos turísticos. Pero también es cierto que uno se termina por acostumbrar a ver a los militares patrullando, por ejemplo, delante de sinagogas o en estaciones de tren. Estoy tan habituado a ello que no sabría decir si la militarización es mucha o poca", admite. "Sí me molestó que se utilizara políticamente el atentado, con la intención de atacar a la comunidad musulmana o a los funcionarios, y el tratamiento de muchos medios de comunicación. Tampoco me gustó que un periodista español de renombre, Carlos Herrera, se sacara una selfie delante del local. Y que Arturo Pérez-Reverte aprovechase para tratarnos de blandos en sus redes sociales, sin saber exactamente qué había pasado en el lugar".
Al parecer, Pérez-Reverte dejó entrever que se hubiera arrojado contra los hombres armados para evitar la masacre. "¿Imaginan cuánto duraría un terrorista europeo con un arma en una mezquita siria a la hora de la oración? Ni a recargar, le daría tiempo", escribió el novelista en su cuenta de Twitter un día después del atentado. "La gran diferencia es ésa, supongo. Su fuerza: saber que un millar de europeos jamás se lanzarán en masa contra un kalashnikov", había agregado con inoportuna ironía el autor de La Reina del Sur y académico de la lengua española.
Reconstruir lo que se ha derrumbado
La pareja de González, que es argentina (oriunda de Chivilcoy), había asistido con su novio al concierto de Eagles of Death Metal el fatídico 13-N de 2015. Ella también sobrevivió al atentado. Luego de los primeros instantes, cuando comprendió que se trataba de un hecho real y no de un simulacro que formaba parte del show, Ramón huyó con otras personas por un pasillo y se refugió con ellas en una sala. Desesperado, mientras aún escuchaba los disparos y los gritos de las víctimas, comenzó a buscar a su novia. La encontró escondida debajo de una mesa. "Me metí debajo de la mesa con ella. Nos abrazamos. Yo temblaba, ella parecía tranquila. ¿Cómo era posible? Comencé a contarle lo que había visto. Le hablé de los terroristas, de los disparos, de cómo había huido", se lee en las páginas de Paz, amor y death metal. Paola, a la que había conocido apenas medio año antes del atentado, siguió de cerca el proceso creativo del libro. "Lo leyó y releyó muchas veces, me aconsejó, me ayudó a recordar ciertos episodios -evoca el autor-. Fue fundamental. Y todos los diálogos en los que ella aparecía los corrigió, pues para mí era muy importante captar su esencia, y eso lo logré, en parte, gracias a que el deje argentino queda bien plasmado".
Como se señaló anteriormente, su libro repasa las tres grandes fases por las que pasó el joven escritor: la jornada del 13 de noviembre de 2015 y el momento del atentado; las semanas posteriores, que estuvieron dominadas por el estrés postraumático, y, pasados ya algunos meses, el momento en que se produjo la asimilación y le tocó, según dice, "reconstruir todo lo que se ha derrumbado".
Comenta que seguirá escribiendo. "Lo he hecho desde los quince años y ya es algo que forma parte de mí. En este momento estoy trabajando en mi próxima novela, que transcurrirá también en París pero que no tendrá nada que ver con el terrorismo. Estoy trabajando en un texto generacional, de corte realista y bastante pegado a la actualidad. París, por encima de la imagen idílica que muchos tienen, es una ciudad bastante complicada, y eso estará en la novela", anticipa González que, en la actualidad, trabaja como profesor de español en un instituto de educación secundaria. "Compagino bien las clases con la escritura", revela. Como escribió en su primer libro, y aunque a veces parezca extraordinario, pese a todo la vida sigue.
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